Fábula IX. Los Gatos escrupulosos.

Á las once, y aun más de la mañana,

La cocinera Juana,

Con pretexto de hablar á la vecina,

Se sale, cierra, y deja en la cocina

Á Micifuf y Zapirón hambrientos.

Al punto (pues no gastan cumplimientos

Gatos enhambrecidos)

Se avanzan á probar de los cocidos.

—¡Fú, dijo Zapirón, maldita olla!

¡Cómo abrasa! Veamos esa polla

Que está en el asador lejos del fuego.—

Ya también escaldado, desde luego

Se arrima Micifuf, y en un instante

Muestra cada trinchante

Que en el arte cisoria, sin gran pena,

Pudiera dar lecciones á Villena.

Concluído el asunto,

El señor Micifuf tocó este punto:

Utrum, si se podía ó no en conciencia

Comer el asador.—¡Oh qué demencia!

(Exclamó Zapirón en altos gritos)

¡Cometer el mayor de los delitos!

¿No sabes que el herrero

Ha llevado por él mucho dinero,

Y que, si bien la cosa se examina,

Entre la batería de cocina

No hay un mueble más serio y respetable?

Tu pasión te ha engañado, miserable.—

Micifuf en efecto

Abandonó el proyecto;

Pues eran los dos Gatos

De suerte timoratos

Que si el diablo, tentando sus pasiones,

Les pusiese asadores á millones,

(No hablo yo de las pollas) ó me engaño,

Ó no comieran uno en todo el año.

De otro modo.

¡Qué dolor! por un descuido

Micifuf y Zapirón

Se comieron un capón

En un asador metido.

Después de haberse lamido,

Trataron en conferencia

Si obrarían con prudencia

En comerse el asador.

¿Lo comieron? No señor;

Era caso de conciencia.

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