Á las once, y aun más de la mañana,
La cocinera Juana,
Con pretexto de hablar á la vecina,
Se sale, cierra, y deja en la cocina
Á Micifuf y Zapirón hambrientos.
Al punto (pues no gastan cumplimientos
Gatos enhambrecidos)
Se avanzan á probar de los cocidos.
—¡Fú, dijo Zapirón, maldita olla!
¡Cómo abrasa! Veamos esa polla
Que está en el asador lejos del fuego.—
Ya también escaldado, desde luego
Se arrima Micifuf, y en un instante
Muestra cada trinchante
Que en el arte cisoria, sin gran pena,
Pudiera dar lecciones á Villena.
Concluído el asunto,
El señor Micifuf tocó este punto:
Utrum, si se podía ó no en conciencia
Comer el asador.—¡Oh qué demencia!
(Exclamó Zapirón en altos gritos)
¡Cometer el mayor de los delitos!
¿No sabes que el herrero
Ha llevado por él mucho dinero,
Y que, si bien la cosa se examina,
Entre la batería de cocina
No hay un mueble más serio y respetable?
Tu pasión te ha engañado, miserable.—
Micifuf en efecto
Abandonó el proyecto;
Pues eran los dos Gatos
De suerte timoratos
Que si el diablo, tentando sus pasiones,
Les pusiese asadores á millones,
(No hablo yo de las pollas) ó me engaño,
Ó no comieran uno en todo el año.
De otro modo.
¡Qué dolor! por un descuido
Micifuf y Zapirón
Se comieron un capón
En un asador metido.
Después de haberse lamido,
Trataron en conferencia
Si obrarían con prudencia
En comerse el asador.
¿Lo comieron? No señor;
Era caso de conciencia.