Fábula I. El Águila y el Cuervo

Á DON TOMÁS DE IRIARTE

En mis versos, Iriarte,

Ya no quiero más arte,

Que poner á los tuyos por modelo.

Á competir anhelo

Con tu numen, que el sabio mundo admira,

Si me prestas tu lira,

Aquella en que tocaron dulcemente

Música y poesía juntamente.

Esto no puede ser: ordena Apolo

Que digno solo tú, la pulses solo.

¿Y por qué solo tú? ¿Pues cuando menos

No he de hacer versos fáciles, amenos,

Sin ambicioso ornato?

¿Gastas otro poético aparato?

Si tú sobre el Parnaso te empinases,

Y desde allí cantases:

Risco tramonto de época altanera,

Góngora que te siga, te dijera;

Pero si vas marchando por el llano,

Cantándonos en verso castellano

Cosas claras, sencillas, naturales,

Y todas ellas tales,

Que aun aquel que no entiende poesía

Dice: Eso yo también me lo diría;

¿Por qué no he de imitarte, y aun acaso

Antes que tú trepar por el Parnaso?

No imploras las Sirenas, ni las Musas

Ni de númenes usas,

Ni aun siquiera confías en Apolo.

Á la naturaleza imploras sólo:

Y ella sabia te dicta sus verdades.

Yo te imito: no invoco á las deidades;

Y por mejor consejo,

Sea mi sacro numen cierto viejo;

Esopo digo. Díctame, machucho,

Una de tus patrañas, que te escucho.

Una Águila rapante,

Con vista perspicaz, rápido vuelo,

Descendiendo veloz de junto al cielo,

Arrebató un Cordero en un instante.

Quiere un Cuervo imitarla: de un Carnero

En el vellón sus uñas hacen presa:

Queda enredado entre la lana espesa,

Como pájaro en liga prisionero.

Hacen de él los pastores vil juguete,

Para castigo de su intento necio.

Bien merece la burla y el desprecio

El Cuervo que á ser Águila se mete.

El Viejo me ha dictado esta patraña,

Y astutamente así me desengaña.

Esa facilidad, esa destreza

Con que arrebató el Águila su pieza,

Fué la que engañó al Cuervo, pues creía

Que otro tanto, á lo menos, él haría.

Mas ¿qué logró? servirle de escarmiento.

Ojalá que sirviese á más de ciento

Poetas de mal gusto inficionados:

Y dijesen, cual yo desengañados,

El Águila eres tú, divino Iriarte;

Yo no pretendo más sino admirarte:

Sea tuyo el laurel, tuya la gloria,

Y no sea yo el Cuervo de la historia.