Sala del Consejo.
El DUX y los SENADORES sentados á una mesa.
DUX.
Estas noticias entre sí no tienen relación.
SENADOR I.°
En verdad que no concuerdan, porque según las cartas que yo he recibido, las galeras son 107.
DUX.
Pues aquí dice que 137.
SENADOR 2.°
Y esta que yo tengo asegura que llegan á 200. Pero aunque en el número no convengan (y en tales ocasiones bien fácil es equivocarse), lo cierto y averiguado es que una armada turca navega hacia Chipre.
DUX.
Esto es lo principal y lo indudable, y esta es bastante causa para nuestros temores.
UN MARINERO.
(Dentro.) Ah del Senado!
OFICIAL I.°
Trae noticias de la armada. (Sale el marinero.)
DUX.
¿Qué sucede?
MARINERO.
El capitán me envia á deciros que los turcos navegan hacia Rodas.
DUX.
¿Qué pensais de esta novedad?
SENADOR I°.
No la creo: es algun ardid para engañarnos. No sólo Chipre es para el turco conquista más importante que la de Rodas, sino más fácil, por estar enteramente desguarnecida, y ser menos fuerte por naturaleza. Y no hemos de creer tan necio al turco, que deje lo cierto por lo dudoso, empeñándose en una empresa estéril y de dudoso resultado.
DUX.
Para mi es seguro que no piensa en atacar á Rodas.
OFICIAL.
Ahora llegan otras noticias. (Entra el marinero 2.°)
MARINERO.
Ilustrísimo Senado, el turco se ha reforzado en Rodas con buen número de naves.
SENADOR I°.
Lo sospeché. ¿Sabes cuántas?
MARINERO.
Treinta. Y ahora navega de retorno hacia Chipre, con propósito manifiesto de atacarla. Esto me manda á deciros con todo respeto vuestro fiel servidor Montano.
DUX.
No hay duda que atacarán a Chipre. ¿Está alli Már cos Luchesi?
SENADOR I°.
Está en Florencia.
DUX.
Escribidle de mi parte que vuelva en seguida.
SENADOR I.°
Aquí llegan Brabancio y el moro.
(Salen Brabancio, Otelo, Yago, Rodrigo, Alguaciles, etc.)
DUX.
Esforzado Otelo, necesario es que sin dilacion salgais á combatir al turco. (A Brabancio.) Señor, bien venido seais: no os vi al entrar. ¡Lástima que esta noche nos hayan faltado vuestra ayuda y consejo!
BRABANCIO.
Más me ha faltado á mi el vuestro. Perdon, señor. No me he levantado tan à deshora por tener yo noticia de este peligro, ni ahora me conmueven las calamidades públicas, porque mi dolor particular, como despeñado torrente, lleva delante de sí y devora cuantos pesares se le atraviesan en el camino.
DUX.
¿Qué ha acontecido?
BRABANCIO.
¡Ay hija mia, desdichada hija mia!
DUX Y SENADORES.
¿Ha muerto?
BRABANCIO.
Peor aún. Para mí como si hubiese muerto. La han sacado de mi casa, le han trastornado el seso con bebedizos de charlatanes, porque sin arte diabólica ¿cómo ella, que no está loca ni ciega, habia de caer en tal desvario?
DUX.
Sea quien fuere el autor de vuestra afrenta, el que ha privado de la razon á vuestra hija y la ha arrancado de vuestra casa, vos mismo aplicareis con inflexible rigor la sangrienta ley, aunque recaiga en mi propio hijo.
BRABANCIO.
Gracias, señor. Quien la robó es el moro.
DUX Y SENADORES.
¡Lástima grande!
DUX.
¿Qué contestais, Otelo? ¿Qué podeis decir en propia defensa?
BRABANCIO.
¿Qué ha de decir, sino confesar la verdad?
OTELO.
Generoso é ilustre Senado, dueños y señores mios, confieso que he robado á la hija de este anciano, y que me he casado con ella, pero ese es todo mi delito. Mi lenguaje es tosco: la vida del campo no me ha dejado aprender palabras suaves, porque desde que apenas contaba yo seis años y mis brazos iban cobrando vigor, los he empleado en las lides, y por eso sé menos del mundo que de las armas. Mala será, pues, mi defensa, y poco ha de aprovecharme; con todo eso, si me otorgais, vénia, os contaré breve y sencillamente como llegue al término de mi amor, y con qué filtros y hechicerias logré vencer à la hija de Brabancio.
BRABANCIO.
¡Una niña tan tierna é inocente que de todo se ruborizaba! ¿cómo habia de enamorarse de un monstruo feisimo como tú, que ni eres de su edad, ni de su indole ni de su tierra? Es aberracion contra naturaleza suponer tal desvario en una niña que es la misma perfeccion. No: sólo con ayuda de Satanas puedes haber triunfado. Por eso vuelvo á sostener que has alterado su sangre con yerbas ó con veneno.
DUX.
No basta que lo creais ni que lo sospecheis. Es necesario probarlo, y las conjeturas no son pruebas.
SENADOR I.°
Dime, Otelo, ¿es cierto que la has seducido con algun engaño, ó es que mutuamente os amabais?
OTELO.
Mandad á buscar á mi esposa, que está á bordo del Sagitario. Ella sabrá defenderse y contestarle á su padre. Y si despues de oirla me condenais, no sólo despojadme del mando que me habeis confiado, sino condenadme á dura muerte.
DUX.
Que venga Desdémona.
OTELO.
Acompáñalos, alférez mio. (A Yago.) Tú sabes dónde está. Y mientras llega, yo, tan sinceramente como á Dios me confieso, os referiré de qué manera fué creciendo el amor de esa dama y el mio.
DUX.
Hablad, Otelo.
OTELO.
Era su padre muy amigo mio, y con frecuencia me convidaba, gustando de oirme contar mi vida año por año: mis viajes, desastres, peleas y aventuras. Todo se lo referi, cuanto me habia sucedido desde mis primeros años: naufragios y asaltos de mar y tierra, en que á duras penas salve la vida: cómo fui vendido por esclavo: cómo me rescaté, y como peregriné por desiertos, cavernas, precipicios, y rocas que parecen levantarse a las nubes: le hable de los antropófagos caribes que se devoran los unos á los otros, y de aquellos pueblos que tienen la cabeza bajo los hombros. Desdemona escuchaba con avidez mi relacion, levantándose á veces cuando la llamaban las faenas de la casa, pero volviendo á sentarse en cuanto volvia, y devorando con los oidos mis palabras. Yo lo adverti, y aprovechando una ocasion favorable, hice que un dia estando á solas, me pidiese la entera relacion de mi vida. La hice llorar, contándole las desgracias de mis primeros años, y con lágrimas y sollozos premio mi narracion, que llamaba lastimosa y peregrina. Me dió mil gracias y acabó diciéndome que si algun dia era yo amigo de algun amante suyo, le enseñase á contar aquella historia, porque era el modo más seguro de vencerla. Esto me dijo. Ella me amó por mis trabajos, victorias y desdichas. Yo la amé por su compasion, y no hubo más sortilegios. Aquí llega Desdémona que puede dar testimonio de ello.
(Salen Desdémona y Yago.)
DUX.
Y pienso que aún mi hija se hubiera movido á compasion con tal historia. Respetable Brabancio, consolaos y echadlo todo á buena parte. Más vale en la lid espada vieja que mano desarmada.
BRABANCIO.
Oigámosla, señor, y si ella me confiesa que le tuvo algun cariño, ¡caiga sobre mí la maldicion del cielo, si vuelvo á quejarme de ellos! Ven acá, niña: entre todos los que están aquí congregados ¿á quién debes obedecer más?
DESDÉMONA.
Padre mio, dos obligaciones contrarias tengo: vos me habeis dado el sér y la crianza, y en agradecimiento á una y otra debo respetaros y obedeceros como hija. Pero aquí veo á mi esposo, y creo que debo preferirle, como mi madre os prefirió a su padre, y os obedeció más que à él. El moro es mi esposo y mi señor.
BRABANCIO.
¡Dios sea en tu ayuda! Nada más puedo decir, señor; si quereis, tratemos ahora de los negocios de la República. ¡Cuánto más vale adoptar á un hijo extraño que tenerlos propios! Óyeme, Otelo: de buena voluntad te doy todo lo que te negaria, si ya no lo tuvieras. Desdémona, ¡cuánto me alegro de no tener más hijos! Porque despues de tu fuga, yo los hubiera encarcelado y tratado como tirano.
DUX.
Poco voy á decir, y quiero que mis palabras sirvan como de escalera que hagan entrar en vuestra gracia á esos enamorados. ¿De qué sirven el llanto y las quejas cuando no hay esperanza? Sólo de acrecentar el dolor. Pero el alma que se resigna con serena firmeza, burla los embates de la suerte. Quien se ria del ladron podrá robarle, y al contrario el que llora es ladron de sí mismo.
BRABANCIO.
No estemos ociosos, mientras que el turco nos arrebata á Chipre. No estemos sosegados y con la risa en los labios. Poco le importa la condenacion ajena al que sale libre del tribunal, pero no así al misero reo que sólo tiene el recurso de conformarse con la sentencia y el dolor. Siempre son oportunas vuestras sentencias, pero de sentencias no pasan, por más que digan que las dulces palabras curan el ánimo. Hablemos ya de los asuntos de la República.
DUX.
Poderosa escuadra otomana va á atacar á Chipre. Vos, Otelo, conoceis bien aquella isla, y aunque teneis un teniente de toda nuestra confianza, la opinion, dueña del éxito, os cree más idóneo que á él. No os pese de interrumpir vuestra dicha de hoy con esta nueva y peligrosa expedicion.
OTELO.
Generoso Senado, la costumbre ha trocado para mí en lecho de muelle pluma el siliceo y férreo tálamo de la guerra. Mi corazon está dispuesto siempre al peligro. Ya ardo en deseos de encontrarme con el turco. Humildemente os pido que presteis á mi esposa, durante mi ausencia, el acatamiento que á su rango se debe, con casa y criados dignos de ella.
DUX.
Que viva en casa de su padre.
BRABANCIO.
De ninguna suerte.
OTELO.
No, en modo alguno.
DESDÉMONA.
Ni yo tampoco quiero turbar la tranquilidad de mi padre, estando siempre delante de sus ojos. Oid propicio, señor, lo que quiero deciros, y concededme una sencilla peticion.
DUX.
¿Cuál, Desdémona?
DESDÉMONA.
Que no quiero separarme del moro ni un punto solo: para eso me rendí á el como el vasallo al monarca: no me enamoré de su rostro sino de su valor y de sus hazañas: por eso le rendí mi alma y mi vida. Si el va ahora á la guerra, y yo como polilla me quedo en la paz, ¿de qué me ha servido este enlace? ¿Qué fruto cogeré de él sino llorar en triste soledad su ausencia? Quiero acompañarle.
OTELO.
Concédaselo el ilustre Senado, y á fe mia que no lo deseo por carnal apetito y brutal ardor (que ya se va apagando el de mi sangre africana), sino por corresponder á su generoso amor. Y no temais que por ella olvide el alto empeño que me fiais. No ¡vive Dios! Y si alguna vez la torpe lujuria amortigua ó entorpece mis sentidos, ó roba vigor á mi brazo, consentiré que las viejas truequen mi yelmo en olla ó marmita, y que caiga sobre mi nombre la niebla de oscuridad.
DUX.
Conviene que resolvais pronto si ella le ha de acompañar ó no.
SENADOR I.°
Debeis salir esta misma noche.
OTELO.
Iré gustoso.
EL DUX.
Nos reuniremos á las nueve. Un oficial que para esto dejeis os enviará los despachos y las insignias de vuestra dignidad, Otelo.
OTELO.
Si quereis, puede quedarse mi alférez, cuya probidad tengo experimentada. Él podrá acompañar á mi mujer, si consentis en ello.
DUX.
Así será. Buenas noches. Oidme una palabra, Brabancio: si la virtud es el mejor adorno, no hay duda que vuestro yerno es hermoso.
SENADOR I.º
Moro, amad mucho á Desdémona.
BRABANCIO.
Moro, guardala bien, porque engaño á su padre, y puede engañarte á ti.
(Vanse todos menos Otelo, Yago y Desdémona.)
OTELO.
¡Con mi vida respondo de su fidelidad! Yago, te confio à Desdémona: tu mujer puede acompañarla. Llévala pronto á Chipre. Ven, hermosa mia: sólo una hora nos queda para coloquios de amor. El tiempo urge, y es preciso conformarse al tiempo.
(Vanse Desdémona y Otelo.)
RODRIGO.
Yago.
YAGO.
¿Qué dices, noble caballero?
RODRIGO,
¿Y qué imaginas tú que haré?
YAGO.
Acostarte y reposar.
RODRIGO.
Voy a echarme de cabeza al agua.
YAGO.
Si haces tal locura, no seremos amigos. ¡Vaya un mentecato!
RODRIGO.
La locura es la vida cuando la vida es dolor, y la mejor medicina de un ánimo enfermo es la muerte.
YAGO.
¡Qué desvario! Conozco bien el mundo, y todavia no sé de un hombre que se ame de veras á sl mismo. Antes que ahogarme por una mujer, me convertiria en mono.
RODRIGO.
¿Y qué he de hacer? Me avergüenzo de estar enamorado, pero ¿cómo remediarlo?
YAGO.
¿Pues no has de remediarlo? La voluntad es el hortelano de la vida, y puede criar en ella ortigas y cardos, ó hisopos y tomillo: una sola yerba ó muchas: enriquecer la tierra ó empobrecerla: tenerla de barbecho ó abonarla. Para eso es la prudencia, el seso y el libre albedrio. Si en la balanza de la humana naturaleza, el platillo de la razon no contrapesara al de los sentidos, nos llevaria el apetito á cometer mil aberraciones. Pero por dicha tenemos la luz de la mente que doma esa sensualidad, de la cual me parece que no es más que una rama lo que llamais amor.
RODRIGO.
No lo creo.
YAGO.
Hervor de sangre, y flaqueza de voluntad. Muéstrate hombre. No te ahogues en poca agua. Siempre he sido amigo tuyo, y estoy ligado á ti por invencible afecto. Ahora puedo servirte como nunca. Toma dinero: siguenos á la guerra, disfrazado y con barba postiza. Toma dinero. ¿Piensas tú que á Desdemona le ha de durar mucho su amor por el moro? Toma dinero. ¿Qué ha de durar? No ves que el fin ha de ser tan violento como el principio? Toma dinero. Los moros son versátiles é inconstantes. Dinero, mucho dinero. Pronto le amargará el dulzor de ahora. Ella es joven y ha de cansarse de él, y caer en infidelidad y mudanza. Toma dinero. Y si te empeñas en irte al infierno, véte de un modo algo más dulce que ahogandote. Recoge todo el dinero que puedas. Tú la lograrás, si es que mis artes y el poder del infierno no bastan á triunfar de la bendicion de un clérigo, y de un juramento de amor prestado á un salvaje vagabundo por una discretisima veneciana. Toma dinero, mucho dinero. No te ahogues, ni te vuelvas loco. Más vale que te ahorquen despues que la hayas poseido, que no ahogarte antes.
RODRIGO.
¿Me prometes ayudarme, si me arrojo á tal empresa?
YAGO.
No lo dudes. Pero toma dinero. Te repetiré lo que mil veces te he dicho. Aborrezco de muerte al moro: yo sé por qué, y la razon es poderosa. Tú no le aborreces menos. Conjurémonos los dos para vengaroos. Tú tendrás el deleite, yo la risa. Muchas cosas andan envueltas en el seno del porvenir. Véte, y toma dinero y disfrazate. Mañana volveremos á hablar. Pásalo bien.
RODRIGO.
¿Dónde nos veremos?
YAGO.
En mi posada.
RODRIGO.
Iré temprano.
YAGO.
Así sea. ¿Rodrigo?
RODRIGO.
¿Tienes más que decirme?
YAGO.
No te ahogues. ¿Eh?
RODRIGO.
Ya no pienso en eso: voy a convertir en dinero todo lo que poseo.
YAGO.
Hazlo así, y mucho dinero, mucho dinero en el bolsillo. (Se va Rodrigo.) Este necio será mi tesorero. Bien poco me habia de servir mi experiencia del mundo si yo fuera á perder más tiempo con él. Pero aborrezco al moro, porque se susurra que enamoro á mi mujer. No sé si es verdad, pero tengo sospechas, y me bastan como si fueran verdad averiguada. Él me estima mucho: asi podré engañarle mejor. Casio es apuesto mancebo. i Qué bien me: valdria su empleo! Así mataria dos pájaros á la vez. ¿Qué haré? Yo he de pensarlo despacio. Dejaré correr algun tiempo, y luego me insinuaré en el ánimo de Otelo, haciéndole entender que es muy sospechosa la amistad de Casio con su mujer. Las apariencias suyas, son propias para seducir á las hembras. Por otra parte, el moro es hombre sencillo y crédulo: á todos cree buenos, y se dejará llevar del ronzal como un asno. ¡Ya he encontrado el medio! ¡Ya voy engendrando mi plan! ¡El infierno le dará luz para salir!