III

… En primer lugar, aunque fuera cierto que con el libre comercio entre Francia e Inglaterra el saldo estaría a favor de Francia, ello en ningún caso significaría que ese comercio sería perjudicial para Inglaterra, o que su balanza comercial total se inclinaría por ello todavía más en su contra. Si los vinos y lienzos de Francia fueran mejores y más baratos que los de Portugal y Alemania, le convendría a Gran Bretaña comprar todo el vino y el lienzo que necesita en Francia, y no en Portugal y Alemania. Aunque el valor de las importaciones anuales desde Francia aumentaría por esa causa considerablemente, el valor de la importación total anual disminuiría en la proporción en la que los bienes franceses de la misma calidad fuesen más baratos que los de los otros dos países. Tal sería el caso incluso bajo el supuesto de que todo lo importado de Francia fuese consumido en Gran Bretaña.

Sin embargo, en segundo lugar, una buena parte de lo que llegue podrá ser reexportado a otros países, donde será vendido con un beneficio, y reportará un rendimiento quizás equivalente al coste original de todos los bienes importados de Francia. …

En tercer y último lugar, no existe ningún criterio seguro para determinar hacia qué lado se inclina la llamada balanza entre dos países, o cuál de ellos exporta por un valor mayor. En general, los principios que orientan nuestras opiniones en estos asuntos son el prejuicio y la rivalidad nacionales, siempre agitados por el interés privado de los hombres de negocio. …

En el fondo, no hay nada más absurdo que toda esta doctrina de la balanza comercial, sobre la que se basan todas las restricciones y reglamentaciones que afectan al comercio. Esta doctrina supone que cuando dos lugares comercian y el saldo está equilibrado, entonces nadie gana ni pierde, pero si se inclina hacia un lado entonces uno gana y el otro pierde en proporción a esa desviación del equilibrio. Los dos supuestos son falsos. Un comercio estimulado forzadamente mediante primas y monopolios puede ser, y normalmente es, perjudicial para el país en cuyo beneficio se establece, como demostraré después. Pero el comercio que se entabla de forma natural y regular entre dos lugares, sin coerción ni restricción, es siempre ventajoso para ambos, aunque no siempre en idéntica proporción.

Por ventaja o beneficio entiendo no el incremento en la cantidad de oro y plata sino en el valor de cambio del producto anual de la tierra y el trabajo del país, es decir: el aumento en el ingreso anual de sus habitantes.

Si la balanza está en equilibrio y si el comercio entre ambos lugares consiste exclusivamente en el intercambio de mercancías locales, en la mayoría de los casos no sólo ganarán ambos sino que lo harán casi en la misma medida.

… Si su comercio fuese tal que uno exportase sólo mercancías locales mientras que el otro exportase sólo mercancías extranjeras, la balanza seguiría estando en equilibrio, puesto que las mercancías serían pagadas con mercancías. También en este caso ganarían ambos, pero no en idéntica medida: los habitantes del país que exporta sólo mercancías locales derivarían del comercio la mayor ventaja. …

Se ha pretendido enseñar a las naciones que su interés consiste en arruinar a todos sus vecinos. Se ha intentado que cada nación contemple con envidia la prosperidad de cualquiera de las naciones con las que comercia, y que considere a ese beneficio como su propia pérdida. El comercio, que debería ser entre las naciones como entre los individuos, es decir: un lazo de unión y amistad, se ha vuelto un campo fértil para el desacuerdo y la animosidad. Durante el último siglo, ni la caprichosa ambición de reyes y ministros ha sido tan devastadora para la paz de Europa como el recelo impertinente de los comerciantes y los fabricantes. La violencia e injusticia de los gobernantes de la humanidad es un mal muy antiguo, y mucho me temo que apenas tenga remedio en la naturaleza de los asuntos humanos. Pero la mezquina rapacidad y el espíritu monopolista de los comerciantes y los industriales, que no son ni deben ser los gobernantes de la humanidad, es algo que aunque acaso no pueda corregirse, sí puede fácilmente conseguirse que no perturbe la tranquilidad de nadie salvo la de ellos mismos.

Esta doctrina fue sin duda originalmente inventada y propagada por el espíritu monopolista, y quienes la enseñaron no fueron en absoluto tan insensatos como quienes la creyeron. En cualquier país, el interés de la mayor parte de la gente es y debe ser el comprar todo lo que necesitan a aquellos que lo venden más barato. Esto es tan evidente que parece ridículo molestarse en demostrarlo, y jamás habría sido puesto en cuestión si no fuera porque la sofistería interesada de los mercaderes y fabricantes confundió el sentido común de las personas. En este sentido, su interés es directamente opuesto al de la mayoría del pueblo. Así como interesa a los miembros de un gremio el impedir al resto de la población que contrate a otros trabajadores aparte de ellos mismos, el interés de los comerciantes e industriales de cualquier país es asegurarse el monopolio del mercado nacional. Ello explica por qué hay en Gran Bretaña, y en la mayor parte de los otros países europeos, barreras extraordinarias frente a casi todos los bienes importados por comerciantes extranjeros. De ahí los altos aranceles y las prohibiciones sobre todas las manufacturas foráneas que puedan competir con las nuestras. De ahí también las notables restricciones sobre las importaciones de casi cualquier tipo de bien procedente de los países con los que se supone que la balanza comercial está en desventaja, aquellos contra los que se inflama más violentamente la animosidad nacional.

Sin embargo, la riqueza de una nación vecina, aunque pueda ser un peligro en la guerra, es ciertamente una ventaja en el comercio. En un marco de hostilidades puede permitir a nuestros enemigos mantener flotas y ejércitos mejores que los nuestros, pero en un marco de paz y comercio les permitirá intercambiar con nosotros un valor mayor y suministrarnos un mercado más amplio para el producto inmediato de nuestras actividades o para lo que se pueda comprar con ese producto. Un hombre rico será probablemente un cliente mejor que un hombre pobre para la gente laboriosa de su vecindad, y otro tanto ocurre con una nación rica. Es cierto que un hombre rico que además es un industrial resulta un vecino muy peligroso para todos los que se dedican al mismo ramo. Pero todos los demás vecinos, y representan sin duda un número mucho mayor, se benefician del amplio mercado que su gasto les aporta. Se benefician incluso cuando vende más barato que los pobres artesanos que fabrican lo mismo que él. De la misma forma, los fabricantes de una nación rica pueden ser rivales muy peligrosos para los fabricantes de las naciones vecinas. No obstante, esta competencia es beneficiosa para la mayoría de la población, que además se aprovecha del extenso mercado que en todos los aspectos le proporciona el gasto de una nación de esa clase. A las personas que quieren amasar una fortuna ni se les ocurre retirarse a las provincias más remotas y pobres del país, sino que acuden a la capital o a alguna de las grandes ciudades comerciales. Saben que donde circula poca riqueza, poca se puede obtener, pero donde se pone en marcha un volumen colosal, bien les puede tocar una parte del mismo. Las mismas máximas que de esta forma dirigirían el sentido común de uno, diez o veinte individuos, debería regular el juicio de uno, diez o veinte millones, y hacer que toda la nación viese a las riquezas de las vecinas como una causa y ocasión probable para acumular riquezas ella misma. Una nación que puede enriquecerse con el comercio exterior es mucho más probable que lo consiga cuando sus vecinas son naciones comerciales, ricas y laboriosas. Una gran nación rodeada por todas partes de salvajes trashumantes y bárbaros paupérrimos podrá evidentemente acumular riquezas mediante el cultivo de sus propias tierras y su comercio interior, pero nunca a través del comercio exterior. Fue así como adquirieron su gran riqueza los antiguos egipcios y los modernos chinos. Se dice que los antiguos egipcios descuidaban el comercio exterior, y se sabe que los modernos chinos lo desprecian totalmente y apenas lo consideran suficientemente digno como para concederle una razonable protección legal. Al aspirar al empobrecimiento de todos nuestros vecinos, las máximas actuales del comercio exterior, en tanto consigan ese objetivo que pretenden, lo que hacen es reducir a dicho comercio a algo insignificante y despreciable.

Como consecuencia de estas máximas el comercio entre Francia e Inglaterra ha sido desde ambos lados sometido a numerosas trabas y restricciones. Si esos países cuidasen sus verdaderos intereses, desprovistos del recelo mercantil o la animosidad nacional, el comercio de Francia sería más provechoso para Gran Bretaña que el de cualquier otro país, y por la misma razón el comercio de Gran Bretaña para Francia. …

No hay país comercial en Europa cuya ruina inminente a causa de una balanza comercial desfavorable no haya sido augurada por los supuestos expertos en este sistema. Sin embargo, después de toda la inquietud que ellos han suscitado, después de todos los vanos intentos de prácticamente la totalidad de las naciones comerciales para volver esa balanza en su favor y en contra de sus vecinas, no parece que ni un sólo país europeo se haya empobrecido por esa causa. Al contrario, cada ciudad y país, en la medida en que abrió sus puertos a todo el mundo se enriqueció en lugar de arruinarse por el libre comercio, tal como los principios del sistema mercantil pronosticaban. …

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