V

En Gran Bretaña a menudo se solicitan, y a veces se otorgan, primas o subvenciones a la exportación de algunas ramas concretas de la actividad local. Se supone que mediante estas ayudas nuestros comerciantes e industriales podrán vender sus bienes en el mercado internacional tan baratos o más que los de sus competidores, y que al exportar una cantidad mayor la balanza comercial se volverá más en nuestro favor. No podemos conceder a nuestros productores un monopolio en el mercado exterior como hemos hecho en el interior, y tampoco podemos obligar a los extranjeros a que compren sus bienes, igual que hemos hecho con nuestros propios conciudadanos. Se ha pensado por ello que la siguiente mejor solución es pagarles para qué los compren. De esta forma el sistema mercantil propone enriquecer a todo el país y llenar de dinero todos los bolsillos mediante la balanza comercial.

Se reconoce que hay que subsidiar sólo a aquellas actividades que no podrían existir de otro modo. Toda actividad en la que el empresario vende sus bienes a un precio que le repone, con los beneficios corrientes, todo el capital invertido en prepararlos y llevarlos al mercado, puede desarrollarse sin primas. Es evidente que toda actividad de ese tipo está en pie de igualdad con cualquier otra actividad desarrollada sin subvenciones, y no requiere consiguientemente nada más que ellas. Sólo necesitan subsidios aquellos negocios en donde el empresario debe vender sus bienes a un precio que no le repone el capital junto con los beneficios ordinarios, o donde se ve obligado a venderlos por menos de lo que en realidad le cuesta llevarlos al mercado. La prima es concedida para cubrir esa pérdida y para animarlo a continuar, o quizás a comenzar, un negocio cuyos costes se estiman superiores a sus rendimientos, cada una de cuyas operaciones destruye una parte del capital invertido, y que es de una naturaleza tal que si todas las demás actividades se le parecieran, entonces pronto no habría ni restos de capital en el país. Debe subrayarse que el comercio desarrollado gracias a las primas es el único que puede entablarse entre dos naciones durante un tiempo considerable y de manera que una de ellas pierda de forma constante y sistemática, o venda sus bienes por menos de lo que verdaderamente le cuesta llevarlos al mercado. Pero si el subsidio no le reembolsase al empresario lo que en otro caso perdería dado el precio de sus bienes, su propio interés pronto lo forzaría a invertir su capital de otra forma, o a encontrar un negocio en el que el precio de los bienes le reponga, con un beneficio normal, el capital invertido en traerlos al mercado. El efecto de las subvenciones, como ocurre con todos los demás arbitrios del sistema mercantil, sólo equivale a forzar la actividad de un país hacia un canal mucho menos útil que aquel hacia el que naturalmente fluiría de manera espontánea.

El inteligente y bien informado autor de los breves tratados sobre el comercio cerealero ha demostrado muy claramente que desde que se estableció la prima a la exportación de cereales, el precio de éstos, calculado con bastante moderación, ha excedido al del cereal importado, calculado generosamente, en un monto muy superior a la suma total de las primas pagadas desde entonces. De acuerdo con los principios del sistema mercantil, él piensa que esto constituye una prueba irrefutable de que el comercio forzado de cereales resulta beneficioso para la nación, dado que el valor de la exportación supera al de la importación por mucho más que el gasto extraordinario que la hacienda pública ha soportado para conseguir dicha exportación. No considera que la prima, o el gasto extraordinario, es la parte más pequeña del gasto que la exportación del cereal realmente le cuesta a la sociedad. Hay que tener en cuenta también al capital que el granjero invirtió en su cultivo. Salvo que el precio del cereal al ser vendido en los mercados exteriores reponga no sólo la prima sino ese capital junto con los beneficios corrientes, la sociedad sufre una pérdida igual a la diferencia, y el capital nacional se reduce en esa proporción. Pero la razón por la cual se pensó que era necesario conceder la subvención fue precisamente la supuesta insuficiencia del precio para cubrir esos gastos. …

Debe observarse que todo subsidio a la exportación hace pagar al pueblo dos impuestos distintos; primero, debe pagar impuestos para sufragar la subvención; y segundo, debe pagar un gravamen derivado del aumento del precio de la mercancía en el mercado nacional. …

Las primas a la exportación de cualquier mercancía doméstica están expuestas en primer lugar a la objeción general que puede plantearse ante todos los diversos métodos del sistema mercantil, la objeción de que fuerzan a una parte de la actividad del país a un canal menos útil que aquel al que fluirían de forma espontánea; pero además, en segundo lugar, a una objeción particular por forzarla a un canal que no sólo es menos ventajoso sino a uno que de hecho es desventajoso, puesto que una actividad que no puede desarrollarse si no es con una subvención es una actividad con pérdidas. …

Si una industria en concreto fuese realmente necesaria para la defensa de la sociedad, entonces puede que no sea siempre prudente que el abastecimiento de sus productos dependa de nuestros vecinos; y si una industria de esa clase no puede mantenerse localmente por sus propios medios, puede que sea razonable el cobrar impuestos a las demás actividades para sostenerla. Las primas a la exportación de lona para velas y de pólvora de fabricación británica acaso puedan ser defendidas según este principio.

Aunque muy pocas veces sea conveniente cobrar impuestos sobre el trabajo de la mayoría del pueblo para proteger a una clase particular de manufacturas, sin embargo cuando existe una caudalosa prosperidad, cuando la hacienda pública tiene más dinero del que sabe hacer un buen uso, entonces quizás el otorgar primas a ciertas industrias favorecidas puede resultar tan natural como el incurrir en cualquier otro gasto ocioso. En el gasto público, igual que en el privado, una gran riqueza puede con frecuencia servir de excusa para una gran locura. Pero el persistir en esa prodigalidad en momentos de dificultad y depresión supera indudablemente los límites del disparate corriente. …

No tengo mucha confianza en la aritmética política. … Cito los datos sólo para probar que… el comercio exterior de cereales es mucho menos importante que el interior. …

Si todas las naciones practicasen el sistema liberal de la exportación e importación sin trabas, los diferentes estados en los que se divide un gran continente se parecerían a las provincias de un vasto imperio. Así como en las provincias de un imperio la razón y la experiencia demuestran que el comercio interior libre es no sólo el mejor paliativo de la escasez sino el preventivo más eficaz contra el hambre, otro tanto sucedería con la libertad de exportar e importar entre los diversos estados de un continente. Cuando más grande fuese el continente y más sencilla su comunicación interior por tierra y por agua, menos estaría cualquier parte del mismo expuesta a cualquiera de esas calamidades, porque la escasez de cualquier país podría ser aliviada por la abundancia de otro. Sin embargo, muy pocos países han adoptado plenamente ese sistema liberal. En casi todas partes el comercio de cereales está más o menos restringido, y en muchos países está encorsetado por reglamentaciones tan absurdas que frecuentemente agravan la desgracia inevitable de una escasez y la transforman en la terrible catástrofe del hambre. La demanda de cereales en esos países puede a menudo volverse tan cuantiosa y tan urgente que un pequeño estado vecino que también sufra escasez no se aventurará a abastecerlos sin exponerse él mismo a una calamidad igualmente tremenda. La mala política de un país puede así volver en cierto grado imprudente o arriesgado el establecer en otro país una política buena. Sin embargo, la libertad ilimitada de exportación sería mucho menos peligrosa en estados extensos: como los cultivos son mucho mayores, su oferta rara vez se vería muy afectada por la exportación de cualquier cantidad de cereales. En un cantón suizo o en alguno de los pequeños estados de Italia puede que algunas veces resulte necesario el restringir la exportación de granos, pero casi nunca lo será en países grandes como Francia o Inglaterra. Además, el impedir que el granjero envíe sus bienes en todo momento al mejor mercado es evidentemente sacrificar las leyes normales de la justicia a una idea de utilidad pública, a una especie de razón de estado; y esto es un acto de autoridad legislativa que sólo puede ejercerse, que sólo puede perdonarse en casos de la más urgente necesidad. El precio al que se prohíba la exportación de cereales, si es que alguna vez ha de prohibirse, debería ser siempre un precio muy elevado.

Las leyes relativas a los granos pueden compararse en todas partes con las referidas a la religión. La gente se interesa tanto por lo que concierne a su subsistencia en esta vida y a su felicidad en la próxima, que el gobierno cede ante sus prejuicios y, con objeto de preservar la tranquilidad pública, establece un sistema que la población aprueba. Quizás sea por esto que rara vez vemos que se aplica con respecto a ninguno de esos dos objetivos tan fundamentales un sistema razonable. …

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