III

En el estado rudo de la sociedad que precede a la extensión del comercio y al progreso de la industria, cuando los costosos lujos que sólo pueden proporcionar el comercio y la industria son completamente desconocidos, una persona que posea un gran ingreso sólo puede gastarlo o disfrutarlo manteniendo a toda la gente que ese ingreso sea capaz de mantener, tal como he procurado demostrar en el Libro Tercero de esta investigación. …En tal estado de cosas los grandes y los ricos gastan en una hospitalidad sin lujo y una liberalidad sin ostentación. Pero estos son, como he explicado en ese mismo libro, unos gastos por los cuales no es probable que la gente se arruine. …El extenso período durante el cual las fincas proseguían bajo la misma familia entre nuestros antepasados feudales demuestra claramente la disposición general de la gente a ajustar sus gastos a sus ingresos. …En realidad, casi no podían hacer otra cosa que atesorar cualquier dinero que ahorrasen. El comercio no era una actividad bien vista en un caballero y todavía menos el prestar dinero a interés, algo que entonces estaba considerado usura y prohibido por la ley. …

La misma disposición a ahorrar y atesorar que mostraban los súbditos la tenía el soberano. …

En un país comercial donde abunden lujos costosos de todo tipo el soberano, igual que casi todos los grandes propietarios de sus dominios, gasta naturalmente buena parte de su ingreso en la adquisición de esos lujos. …Su gasto normal llega a ser igual que su ingreso normal, y será una suerte si no lo supera frecuentemente. La acumulación de tesoros deja de ser posible y cuando exigencias extraordinarias reclaman gastos extraordinarios, deberá necesariamente acudir a sus súbditos en busca de ayuda. El actual y el último rey de Prusia son los únicos grandes príncipes de Europa que desde la muerte de Enrique IV de Francia se supone que han amasado una fortuna considerable. La frugalidad que conduce a la acumulación ha llegado a ser tan rara en los estados republicanos como en los monárquicos. Las repúblicas italianas, las provincias unidas de Holanda, todas están endeudadas. El cantón de Berna es la única república de Europa que ha acumulado un tesoro apreciable; las otras repúblicas suizas no lo han hecho. El apego por alguna suerte de pompa, o al menos por edificios espléndidos y otros adornos públicos, prevalece a menudo tanto en la aparente sobriedad de la cámara de senadores de una pequeña república como en la corte disipada del más grande de los reyes.

La falta de frugalidad en tiempos de paz impone la necesidad de contraer deudas en tiempos de guerra. Cuando estalla la guerra no hay en el tesoro más dinero que el requerido para hacer frente al gasto normal del gobierno durante la paz. En la guerra la defensa del estado exige un gasto tres o cuatro veces superior, y por tanto un ingreso tres o cuatro veces superior al ingreso en tiempos de paz. Aun suponiendo que el soberano tuviese los medios, que casi nunca los tiene, para aumentar su ingreso en proporción al aumento del gasto, la recaudación impositiva que daría lugar a este ingreso incrementado no ingresará en el tesoro hasta diez meses o un año después de establecidos los impuestos. …Ante un peligro inmediato se debe incurrir en un gasto inmediato y enorme, que no puede esperar a los rendimientos lentos y graduales de los nuevos impuestos. En tal situación el estado no tiene más recurso que el endeudamiento.

La misma etapa comercial de la sociedad que por acción de causas morales lleva así al estado a la necesidad de endeudarse, genera en los súbditos tanto la capacidad como la inclinación a prestarle. …

En un país donde abundan los comerciantes y los industriales necesariamente abundan las personas que en cualquier momento tienen el poder de adelantar una caudalosa suma de dinero al gobierno, si así lo deciden. De ahí la capacidad de prestar que tienen los súbditos de un estado comercial.

El comercio y la industria rara vez florecen durante mucho tiempo en un estado que no disfruta de una administración regular de la justicia, donde el pueblo no se siente seguro en la posesión de sus propiedades, donde el cumplimiento de los contratos no está amparado por la ley, y donde la autoridad del estado no se ocupa regularmente de obligar a que paguen sus deudas todos aquellos que pueden pagarlas. En suma, el comercio y la industria no pueden progresar en ningún estado donde no haya un cierto grado de confianza en la justicia. La misma confianza que predispone a los grandes comerciantes e industriales en condiciones normales a confiar sus propiedades a la protección del estado, los predispone en circunstancias extraordinarias a confiarle al estado el uso de sus propiedades. Al prestar dinero al gobierno ni por un momento disminuyen su capacidad de llevar adelante su comercio o su industria. Al contrario, habitualmente la aumentan. La necesidad hace que el estado en la mayoría de las ocasiones esté dispuesto a pedir prestado en términos sumamente ventajosos para el prestamista. La seguridad que otorga al acreedor original es transferible a cualquier otro acreedor, y a partir de la confianza universal en la justicia estatal los títulos generalmente se venden en el mercado por más que su valor de emisión. El comerciante o persona acaudalada gana dinero cuanto le presta al estado, y en vez de disminuir su capital de giro lo aumenta. …De ahí la inclinación o disposición a prestar de los súbditos de un estado comercial.

El gobierno de un estado de esa clase confía en esta capacidad y disposición de sus súbditos a prestarle dinero en coyunturas extraordinarias. Sabe que puede contar con la posibilidad de endeudarse, y por tanto se considera libre del deber de ahorrar.

En una etapa ruda de la sociedad no hay grandes capitales comerciales e industriales. Los individuos que atesoran todo el dinero que ahorran y que ocultan su tesoro lo hacen porque desconfían en la justicia del gobierno… En tal estado de cosas habrá muy pocas personas capaces de prestar dinero al gobierno ante necesidades extraordinarias, y ninguna dispuesta a hacerlo. El soberano percibe que deberá hacer frente a esas exigencias mediante el ahorro, puesto que el endeudamiento le resultará absolutamente imposible. Esta percepción estimula aún más su disposición natural a ahorrar.

La evolución de las enormes deudas que oprimen hoy a todas las grandes naciones de Europa, y que a largo plazo probablemente las arruinen, ha sido bastante uniforme. Las naciones, como las personas privadas, han empezado a pedir prestado generalmente contra lo que podría llamarse el crédito personal, sin garantizar o hipotecar ningún fondo específico para el pago de la deuda; cuando este recurso ha fallado, han procedido a endeudarse contra la garantía o hipoteca de fondos determinados.

La llamada deuda flotante o no consolidada de Gran Bretaña se contrajo por la primera de esas vías. Consiste en parte en una deuda que no paga o se supone que no paga interés, y que se parece a las deudas de un ciudadano privado que toma dinero a cuenta; y en parte en una deuda que paga interés, y que se parece a la que contrae un particular que firma una letra o pagaré. …Las letras del Tesoro … son deudas de este segundo tipo. …El Banco de Inglaterra, sea porque voluntariamente descuenta esas letras a su valor de mercado o porque acuerda con el gobierno el hacer circular letras de Tesoro, es decir, rescatarlas a la par y pagar el interés correspondiente, sostiene su valor y facilita su circulación, y por eso permite con frecuencia al gobierno incurrir en una muy cuantiosa deuda de este tipo. …

Cuando se agota esta fuente y la obtención de dinero requiere garantizar o hipotecar una rama concreta del ingreso público para pagar la deuda, el gobierno lo ha hecho de dos forma distintas. A veces ha estipulado esta vinculación o hipoteca sólo por un período breve de tiempo, un año o dos, por ejemplo; y a veces lo ha hecho a perpetuidad. En un caso se suponía que el fondo era suficiente para pagar en ese plazo limitado tanto el principal como el interés de la deuda. En el otro se suponía que era suficiente sólo para pagar el interés, o una anualidad perpetua equivalente al interés, y el gobierno tenía la opción libre de amortizar esta anualidad en cualquier momento, pagando el principal de la deuda. Cuando se consigue dinero por la primera vía se dice que es un anticipo; y cuando se consigue por la segunda, que es una deuda perpetua.

En Gran Bretaña los impuestos anuales sobre la malta y sobre la tierra se anticipan regularmente todos los años en virtud de una cláusula de préstamos que se incluye siempre en las leyes que los establecen. El Banco de Inglaterra generalmente adelanta las sumas que se esperan recaudar con esos impuestos, a un interés que desde la Revolución ha oscilado entre el ocho y el tres por ciento, y cobra gradualmente conforme se van recaudando. Si existe un déficit, lo que siempre ocurre, se financia con los ingresos del año siguiente. Así, la única rama importante de los ingresos públicos que no está hipotecada se gasta regularmente antes de ser recaudada. Igual que un despilfarrador irresponsable, cuyas necesidades imperiosas no permiten que aguarde hasta el pago regular de su ingreso, la práctica habitual del estado es pedir prestado a sus propios representantes y agentes, y pagar interés por el uso de su propio dinero.

En el reinado del rey Guillermo y durante buena parte del de la reina Ana, antes de que nos hubiésemos familiarizado tanto como ahora con el recurso de la deuda perpetua, el grueso de los nuevos impuestos se establecían sólo durante un breve período de tiempo (no más de cuatro, cinco, seis o siete años), y una gran parte de los créditos concedidos cada año consistía en préstamos sobre anticipos de la recaudación de esos impuestos. Como la recaudación resultó con frecuencia insuficiente para pagar en el plazo estipulado el principal y el interés del dinero pedido en préstamo, surgieron los déficits, y fue necesario prolongar el plazo para enjugados. …

Como consecuencia de diversas leyes, la mayoría de los impuestos que antes habían sido establecidos sólo durante unos pocos años se convirtieron en permanentes, con objeto de pagar no el capital sino sólo el interés del dinero que había sido tomado en préstamo sobre los mismos en diversos anticipos sucesivos.

Si el dinero no hubiese sido obtenido más que mediante anticipos, el transcurso de pocos años habría bastado para liberar a los ingresos públicos, sin necesidad de ninguna atención del gobierno, salvo la de no sobrecargar el fondo con más deuda de la que podía pagar en el plazo fijado, y la de no pedir un segundo anticipo antes de que hubiese vencido el primero. Pero casi todos los gobiernos europeos han sido incapaces de estas atenciones. A menudo han sobrecargado el fondo incluso con el primer anticipo; y cuando esto no sucedió, en general se ocuparon de sobrecargarlo mediante un segundo y un tercer anticipo formalizados antes del vencimiento del primero. De esta manera, el fondo llegó a ser totalmente insuficiente para pagar el principal y el interés del dinero tomado en préstamo sobre el mismo, con lo que fue necesario cargarlo sólo con el pago de los intereses, o de una anualidad perpetua equivalente al interés, y esos imprevisores anticipos dieron lugar a la más ruinosa práctica de la financiación perpetua. Pero aunque esta práctica traslada el rescate de los ingresos públicos desde una fecha fija a una tan indefinida que probablemente no llegue jamás, como a través de ella se puede obtener una suma mayor que mediante la vieja estrategia de los anticipos, una vez que los hombres se familiarizaron con la deuda perpetua, ella ha sido universalmente preferida cuando se plantean agudas exigencias al estado. El interés principal de los que se ocupan de la administración pública siempre es resolver los problemas del presente: la solución futura de la hacienda pública es algo que dejan para la posteridad.

… Dado que los gastos normales de la mayor parte de los estados modernos en tiempos de paz son iguales o casi iguales a sus ingresos normales, cuando estalla la guerra ni quieren ni pueden incrementar sus ingresos en proporción al incremento de sus gastos. No quieren hacerlo por temor a la reacción del pueblo, que puede sentir pronto aversión hacia la guerra si se produce un aumento de impuestos abultado y súbito; y no pueden porque no saben qué impuestos serán suficientes para recaudar el ingreso que necesitan. La facilidad del endeudamiento los libera de la incómoda situación a que esa falta de capacidad y de voluntad conduciría en otro caso. El endeudamiento les permite, con un aumento muy moderado en los impuestos, recaudar de año a año el dinero suficiente para financiar la guerra, y mediante la práctica de la deuda perpetua pueden obtener anualmente la máxima suma posible de dinero con el mínimo aumento posible de impuestos. En los grandes imperios hay mucha gente que vive en la capital y las provincias alejadas del campo de batalla para la que la guerra no representa molestia alguna; están tranquilos y disfrutan leyendo en los periódicos sobre las hazañas de sus flotas y ejércitos. Para ellos esta diversión compensa la pequeña diferencia entre los impuestos que pagan a causa de la guerra y los impuestos a que estaban acostumbrados en tiempos de paz. Es normal que se disgusten cuanto llega la paz, porque acaba con su diversión y con mil visionarias esperanzas de conquistas y glorias nacionales a cosechar si la guerra se hubiese prolongado más.

El advenimiento de la paz rara vez les aligera de la mayor parte de los impuestos establecidos durante la guerra. Estos han quedado hipotecados para pagar el interés de la deuda contraída para financiarla. Si el antiguo ingreso más los nuevos impuestos produce un superávit, después de pagar el interés de dicha deuda y los gastos públicos corrientes, quizás se pueda convertir en un fondo de amortización para liquidar la deuda. Pero en primer lugar este fondo de amortización, incluso suponiendo que no se destine a ningún otro objetivo, es totalmente insuficiente para pagar toda la deuda contraída durante la guerra en el transcurso de ningún período durante el cual puede razonablemente esperarse que dure la paz; y en segundo lugar, el fondo es casi siempre empleado para otros objetivos. …

Incluso en la paz más absoluta tienen lugar acontecimientos que exigen un gasto extraordinario, y al gobierno siempre le convendrá sufragar este gasto desviando de su finalidad al fondo de amortización que imponiendo nuevos tributos. El pueblo siente inmediatamente, en mayor o menor medida, el efecto de cualquier nuevo impuesto. Siempre levanta murmuraciones y suscita críticas. Cuanto más se multiplican los impuestos, cuanto mayores sean las cuotas que pagan los diversos objetos imponibles, más agudas son las protestas populares ante cualquier nuevo impuesto, y más difícil resulta tanto el encontrar objetos imponibles nuevos como el elevar mucho las tarifas que ya pagan los antiguos. Pero una suspensión momentánea del pago de la deuda no es percibida inmediatamente por el pueblo, y no da lugar a murmuraciones ni críticas. El tomar en préstamo del fondo de amortización es siempre una medida obvia y sencilla para salir de un apuro. Cuanto más se han acumulado las deudas públicas, cuanto más urgente resulta el estudiar la forma de reducirlas, cuanto más peligroso y ruinoso es el desvío de cualquier fracción del fondo de amortización, menos probable resulta que la deuda pública sea reducida en un grado significativo, y más probable y más inevitable resulta que el fondo de amortización sea desviado para financiar los gastos públicos extraordinarios que tienen lugar en tiempos de paz. Cuando una nación ya está sobrecargada con impuestos, lo único que puede inducir al pueblo a someterse con tolerante paciencia a un nuevo impuesto son las necesidades derivadas de una nueva guerra, la animosidad de la venganza nacional o la inquietud por la seguridad nacional. De ahí el habitual desvío del fondo de amortización.

En Gran Bretaña, desde el momento en que recurrimos por vez primera al ruinoso expediente de la deuda perpetua, la reducción de la deuda pública en tiempos de paz jamás ha guardado ninguna proporción con su acumulación en tiempos de guerra. …

La nueva deuda que probablemente será contraída antes del final de la próxima campaña puede que sea casi igual al conjunto de toda la vieja deuda que ha podido ser liquidada mediante el ahorro del ingreso corriente del estado. Por lo tanto, el suponer que la deuda pública puede ser amortizada por completo a través del ahorro que se pueda realizar con los actuales ingresos públicos es una absoluta quimera.

Un autor ha planteado que los fondos públicos de las diversas naciones endeudadas de Europa son la acumulación de un gran capital añadido al capital restante del país, con lo que el comercio se extiende, la industria se multiplica y las tierras se cultivan y mejoran mucho más que lo que sería posible sólo con este capital restante. Él no se da cuenta de que el capital que los primeros acreedores públicos adelantaron al gobierno fue desde el momento mismo en que lo adelantaron equivalente a una cierta porción del producto anual desviado desde la función de capital hacia la función de ingreso, desde el mantenimiento de trabajadores productivos hacia el de trabajadores improductivos, y destinado a ser gastado y despilfarrado sin esperanza alguna de reproducción futura. Es verdad que a cambio del capital que adelantaron obtuvieron una anualidad en los fondos públicos que en la mayoría de los casos fue de un valor superior. Es indudable que esta anualidad les repuso su capital y permitió que desarrollaran sus actividades y negocios en el mismo nivel que antes o quizás en uno más alto; es decir, pudieron pedir prestado a otras personas un capital nuevo contra el crédito de esa anualidad, o pudieron comprar un nuevo capital propio vendiendo esa anualidad a otras personas, un capital igual o mayor que el que habían adelantado al gobierno. Ahora bien, este nuevo capital que ellos compraron o pidieron prestado debía estar ya en el país, y estaría invertido como todos los capitales en el mantenimiento de trabajo productivo. Cuando llegó a las manos de aquellos que habían adelantado su dinero al gobierno, aunque en algún aspecto era para ellos un capital nuevo, no lo era para el país: era sólo un capital retirado de ciertas inversiones para ser destinado a otras. Aunque les repuso lo que habían adelantado al gobierno, no se lo repuso al país. Si no se lo hubiesen prestado al gobierno, habría habido en el país dos capitales, dos porciones del producto anual invertidas en sostener trabajo productivo, y no una.

Cuando para pagar el gasto público se recauda un ingreso durante el año a partir de impuestos no hipotecados, una cierta fracción del ingreso de los particulares se desvía del mantenimiento de una clase de trabajo improductivo al mantenimiento de otra. Es claro que una parte de lo que pagan por esos impuestos podría haber sido acumulada en un capital y consiguientemente invertida en el sostén de trabajo productivo, pero la mayor parte probablemente se habría gastado y habría sido así invertida en el mantenimiento de trabajo improductivo. Cuando el gasto público es financiado de esta forma, ello indudablemente impide en cierto grado la acumulación ulterior de nuevo capital, pero no ocasiona necesariamente la destrucción de ningún capital existente.

Cuando el gasto público es financiado mediante deuda perpetua, es sufragado mediante la destrucción anual de algún capital que existía antes en el país, por la desviación dañina de una fracción del producto anual que se destinaba con anterioridad a la manutención de trabajo productivo hacia la de trabajo improductivo. Pero como en este caso los impuestos son más moderados que lo que habrían sido si se hubiese recaudado en el año el ingreso necesario para hacer frente al mismo gasto, el ingreso privado de las personas es por necesidad menos gravado y en consecuencia su capacidad de ahorrar y acumular una parte de dicho ingreso en un capital es mucho menos obstruida. Si la deuda perpetua destruye más capital existente, al mismo tiempo es un obstáculo menor para la acumulación o adquisición de un capital nuevo que el que representa la financiación del gasto público mediante un ingreso recaudado durante el año. Con el sistema de la deuda, la frugalidad y el esfuerzo de los ciudadanos pueden reparar más fácilmente las brechas que el despilfarro y la extravagancia del gobierno puedan producir en el capital general de la sociedad.

Ahora bien, el sistema de endeudamiento tiene esta ventaja con respecto al otro sólo mientras dure la guerra. Si el gasto de la guerra fuese sufragado siempre mediante un ingreso recaudado durante el año, los impuestos de los que provendría ese ingreso extraordinario no durarían más que la guerra. La capacidad de los ciudadanos para acumular, aunque sería menor durante la guerra, sería mayor durante la paz que bajo el sistema del endeudamiento. La guerra no daría lugar necesariamente a la destrucción de ningún capital antiguo y la paz ocasionaría la acumulación de mucho más capital nuevo. Las guerras serían en general concluidas más rápidamente y se declararían con menos facilidad. …

Además, cuando el endeudamiento adquiere cierto desarrollo, la multiplicación de impuestos que acarrea a veces menoscaba la capacidad de los ciudadanos para acumular incluso en tiempos de paz tanto como el otro sistema lo hace en tiempos de guerra. …El ingreso privado de los ciudadanos de Gran Bretaña está tan sobrecargado en épocas de paz y su capacidad de acumulación tan obstruida como lo estarían en tiempos de la más costosa de las guerras, si nunca se hubiese adoptado el funesto sistema del endeudamiento.

Se ha dicho que el pago del interés de la deuda pública es como si la mano derecha le pagara a la izquierda. El dinero no sale del país. Es sólo una parte del ingreso de un conjunto de habitantes que se transfiere a otro, y la nación no resulta con ello empobrecida ni en un cuarto de penique. Esta apología se basa totalmente en la sofistería del sistema mercantil. … Supone que toda la deuda pública está en manos de los habitantes del país, lo que no es cierto, pero aunque lo fuera no sería por ello menos perniciosa.

Las dos fuentes originales del ingreso público y privado son la tierra y el capital. …

El propietario de tierra está interesado, en aras de sus propios ingresos, en mantener su finca en la mejores condiciones. …Pero debido a los diversos impuestos sobre la tierra el ingreso del terrateniente puede ser tan disminuido, y debido a diversos aranceles sobre los bienes necesarios y convenientes para la vida su ingreso disminuido puede tener un valor real tan pequeño que puede verse imposibilitado de acometer o mantener costosas mejoras … y la agricultura del país deberá inevitablemente decaer.

Cuando debido a los distintos impuestos sobre las cosas necesarias y convenientes para la vida los dueños e inversores del capital comprueban en un país determinado que cualquier ingreso que de él derivan no compra la misma cantidad de esos bienes que un mismo ingreso puede comprar en otros países, estarán dispuestos a trasladarse a algún otro lugar. Y cuando para recaudar esos impuestos la mayoría de los comerciantes e industriales, es decir, todos o la mayoría de los inversores de los grandes capitales, resultan expuestos a las mortificantes y vejatorias inspecciones de los recaudadores, esta disposición a marcharse se transformará pronto en una marcha efectiva. La actividad del país necesariamente se resentirá con la pérdida del capital que la sostenía, y la ruina del comercio y la industria seguirá a la decadencia de la agricultura.

La transferencia desde los propietarios de esas dos grandes fuentes del ingreso, la tierra y el capital, desde las personas directamente interesadas en las buenas condiciones de cada porción concreta de tierra, y en la buena administración de cada porción concreta de capital, hasta otro conjunto de personas (los acreedores públicos, que no tienen esos intereses concretos), de la mayor parte de sus ingresos debe ocasionar a largo plazo tanto el abandono de la tierra como la liquidación o fuga del capital. …

La práctica del endeudamiento ha debilitado gradualmente a todos los estados que la han adoptado. Las precursoras fueron las repúblicas italianas. Génova y Venecia, las únicas dos que tienen pretensiones de una existencia independiente, se han visto debilitadas por ella. España parece haber aprendido el sistema de las repúblicas italianas y (sus impuestos son prdbablemente menos sensatos que los de ellas) ha sido aún más debilitada, en proporción a su fuerza natural. Las deudas de España son muy antiguas. El país se hallaba profundamente endeudado antes de finalizar el siglo XVII, unos cien años antes de que Inglaterra debiese un sólo chelín. Francia, a pesar de sus recursos naturales, languidece bajo una pesada carga de similares características. La república de las Provincias Unidas está tan debilitada por sus deudas como Génova o Venecia. ¿Puede ser totalmente inocua para Gran Bretaña una política que ha arrastrado a todos los demás países a la debilidad o la desolación?

Podría argumentarse que los sistemas fiscales de esos países son peores que el inglés. Así lo creo. Pero hay que recordar que cuando el gobierno más sabio agota todos los objetos imponibles correctos, en casos de apremiante necesidad deberá recurrir a los incorrectos. La sabia república de Holanda ha echado mano en ocasiones de impuestos tan inconvenientes como la mayoría de los españoles. Ha comenzado otra guerra antes de que se pudiese rescatar de manera apreciable el ingreso público, y al llegar a ser tan costosa como la última guerra, puede desembocar por necesidad irresistible en un sistema fiscal británico tan opresivo como el de Holanda, o incluso como el de España. Es verdad y honra a nuestro actual sistema impositivo el que hasta ahora haya provocado tan pocos problemas a la actividad económica que durante el transcurso de las guerras más costosas la frugalidad y buena conducta individuales han sido capaces, mediante el ahorro y la acumulación, de reparar todas las brechas que el derroche y la profusión del gobierno ha ocasionado en el capital general de la sociedad. …Gran Bretaña parece soportar con facilidad una presión fiscal que nadie habría predicho que podría soportar hace medio siglo. Pero no vayamos por dio a concluir apresuradamente que es capaz de soportar cualquier carga, y ni siquiera confiemos demasiado en que pueda aguantar sin una notable penuria una presión ligeramente superior a la que ya tiene sobre sí.

Una vez que las deudas públicas han alcanzado un cierto nivel, creo que no hay ni un sólo caso en que hayan sido pagadas de forma honesta y completa. La liberación de los ingresos públicos, si es que se ha producido, siempre ha ocurrido mediante una quiebra, a veces declarada y siempre efectiva, aunque frecuentemente mediante un pago simulado.

La medida más habitual para disfrazar la quiebra de la hacienda pública a través de un pago simulado ha sido la elevación de la denominación de la moneda. Por ejemplo, si por ley del parlamento o proclama real el valor nominal de seis peniques se eleva a un chelín, y el de veinte piezas de seis peniques a una libra esterlina, la persona que bajo la antigua denominación había pedido prestados veinte chelines, o casi cuatro onzas de plata, puede con la nueva denominación pagarlos con veinte monedas de seis peniques, o algo menos de dos onzas. Una deuda pública de unos ciento veintiocho millones, más o menos el capital de la deuda consolidada y no consolidada de Gran Bretaña, podría de esta forma ser pagada con unos sesenta y cuatro millones de nuestra moneda actual. Sería evidentemente sólo un pago simulado, y los acreedores del estado serían en realidad estafados en diez chelines por cada libra que se les debía. …Un pago simulado de esta clase … extiende la calamidad a un notable número de otras personas inocentes. Da lugar a una subversión generalizada y sumamente perniciosa de las fortunas privadas; en la mayoría de los casos enriquece al deudor ocioso y despilfarrador a expensas del acreedor trabajador y frugal, y transfiere una gran parte del capital nacional desde las manos que probablemente lo acrecentarían y mejorarían hacia las que probablemente lo disiparán y destruirán. Cuando llega a ser necesario que un estado se declare en quiebra, exactamente igual que cuando ocurre lo mismo con una persona, lo que resulta menos deshonroso para el deudor y menos perjudicial para el acreedor es una quiebra honesta, abierta y declarada. Se protege muy poco el honor del estado cuando para tapar la desgracia de una quiebra real se recurre a un truco de prestidigitación como ese, que se descubre tan fácilmente y resulta tan extremadamente pernicioso.

Pero todos los estados, antiguos y modernos, cuando se han visto ante esa necesidad, han recurrido en alguna ocasión a dicha estratagema. …

Con medidas como esa creo que las monedas de todas las naciones han visto su valor original gradualmente reducido cada vez más y la misma suma nominal ha pasado paulatinamente a contener una cantidad de plata cada vez menor.

Con el mismo objetivo, las naciones han adulterado en ocasiones la ley de sus monedas, es decir han introducido una cantidad mayor de aleación. …

Una elevación directa de la denominación de la moneda siempre es, y por su naturaleza debe ser, una operación abierta y declarada. Con ella se denomina a piezas de un peso y volumen menor como antes se llamaba a piezas de un peso y volumen mayor. La adulteración de la ley, por el contrario, ha sido por regla general una operación disimulada. …Ambas medidas son injustas. Pero un aumento en el valor nominal es una injusticia manifiesta, mientras que una adulteración es una injusticia traicionera y fraudulenta. Por eso esta última operación, tan pronto como es descubierta, y jamás puede ser disimulada durante mucho tiempo, siempre ha suscitado más indignación que la primera. Después de haberse aumentado considerablemente su valor nominal, rara vez la moneda vuelve a su peso anterior; pero después de las más grandes adulteraciones casi siempre ha sido restaurada a su ley anterior. Casi nunca hubo otra forma de aplacar la furia y la indignación del pueblo. …

Parece completamente inútil esperar que el ingreso público de Gran Bretaña pueda ser completamente liberado, o que se avance notablemente en su liberación, mientras el superávit del ingreso sobre el gasto anual en tiempos de paz sea tan pequeño. Es evidente que esa liberación jamás tendrá lugar si no se produce un aumento muy considerable en el ingreso público o una disminución igualmente considerable en el gasto público.

Un impuesto sobre la tierra más equitativo, un impuesto más equitativo sobre la renta de las casas, y las reformas sugeridas en el capítulo anterior en el sistema actual de aduanas y sisas quizás puedan, sin incrementar la presión fiscal sobre la mayoría de la población sino sólo distribuyendo las cargas más equitativamente sobre el conjunto, generar un aumento considerable en los ingresos. Pero ni el más iluso de los proyectistas fantasearía con que un aumento de esta naturaleza podría permitir abrigar esperanzas razonables de liberar completamente a los ingresos públicos, y ni siquiera de avanzar tanto en su liberación en tiempos de paz como para prevenir o compensar la ulterior acumulación de deuda pública en la próxima guerra.

Se podría conseguir un incremento mucho mayor en el ingreso mediante la extensión del sistema fiscal británico a todas las diversas provincias del imperio pobladas por gente de origen británico o europeo. Pero es posible que esto no pueda lograrse de forma coherente con los principios de la constitución británica sin admitir en el Parlamento británico, o si se quiere en los estados generales del imperio británico, a una representación justa y equitativa de todas esas provincias, y que la de cada provincia guarde la misma proporción con el producto de sus impuestos como la representación de Gran Bretaña guarda con el producto de los impuestos recaudados en Gran Bretaña. Los intereses privados de muchos individuos poderosos, los prejuicios arraigados en grandes núcleos de la población parecen por el momento constituir obstáculos tan agudos para un cambio tan profundo que parecen difíciles y quizás totalmente imposibles de salvar. Sin pretender determinar si una unión de ese tipo es practicable o no, quizás no resulte fuera de lugar en una obra especulativa como esta el considerar en qué medida el sistema fiscal británico podría ser aplicable a todas las distintas provincias del imperio, qué ingresos podrían esperarse si se aplicara, y de qué manera una unión general de esa naturaleza podría afectar la felicidad y prosperidad de las diversas provincias que la integrasen. Esta especulación podría en el peor de los casos ser considerada como una nueva Utopía, ciertamente menos entretenida pero no más inútil ni quimérica que la antigua.

Las cuatro ramas principales de la fiscalidad británica son el impuesto sobre la tierra, los impuestos de timbre y los distintos derechos de aduana y sisa.

Irlanda es ciertamente tan capaz como Gran Bretaña _de pagar un impuesto sobre la tierra y nuestras plantaciones de América y las Indias Occidentales lo son todavía más. …

Es claro que los impuestos de timbre podrían ser aplicados sin variación alguna en todos los países con los mismos o casi los mismos procedimientos legales y contratos de transferencia de propiedades reales y personales.

La extensión de la legislación aduanera británica a Irlanda y las plantaciones, siempre que fuese acompañada, como en justicia debería ser, por una extensión de la libertad de comercio, sería enormemente ventajosa para ambas. Todas las envidiosas restricciones que hoy oprimen al comercio de Irlanda, y la distinción entre mercancías enumeradas y no enumeradas de América, desaparecerían por completo. Los países al norte del Cabo Finisterre estarían tan abiertos para cualquier fracción de la producción de América como hoy lo están para algunas partes de la misma los países a sur de dicho cabo. El comercio entre todas las diversas partes del imperio británico llegarían a ser como consecuencia de la uniformidad en la legislación aduanera tan libres como actualmente es el comercio de cabotaje de Gran Bretaña. El imperio británico sería en sí mismo un inmenso mercado interno para cualquier parte de la producción de todas sus provincias. U na extensión del mercado tan vasta pronto compensaría a Irlanda y a las plantaciones de todo lo que pudiesen sufrir por el incremento de los aranceles de aduanas.

Los derechos de sisa son la única parte del sistema fiscal británico que debería ser modificada en algún aspecto para ser aplicada a las diferentes provincias del imperio. Se podrían aplicar a Irlanda sin cambio alguno: la producción y el consumo de ese reino son exactamente de la misma naturaleza que los de Gran Bretaña. Pero alguna modificación sería necesaria en su aplicación a América y las Indias Occidentales, cuya producción y consumo son tan diferentes de las británicas. …

Sería completamente imposible calcular con una precisión razonable cuál podría ser el ingreso que este sistema impositivo podría generar si se extendiese a todas las provincias del imperio. En Gran Bretaña, el sistema recauda anualmente más de diez millones sobre menos de ocho millones de personas. Irlanda tiene dos millones de habitantes y según las informaciones presentadas al congreso las doce provincias asociadas de América tienen más de tres. Pero esos datos pueden haber sido exagerados, quizás para animar a su propia población o para intimidar a la nuestra, con lo que supondremos que nuestras colonias de América del Norte y las Indias Occidentales en conjunto no cuentan con más de tres millones de habitantes; así, el imperio británico como un todo, en Europa y América, no tiene más de trece millones de habitantes. Si sobre una población de menos de ocho millones este sistema impositivo recauda más de diez millones de libras esterlinas, sobre trece millones debería recaudar más de dieciséis millones doscientas cincuenta mil libras esterlinas. De este ingreso, suponiendo que el sistema pudiese conseguirlo, habría que deducir el ingreso normalmente recaudado en Irlanda y las plantaciones para sufragar el gasto de sus respectivos gobiernos civiles. El gasto del gobierno civil y militar de Irlanda junto con el interés de la deuda pública suma, como media de los dos años anteriores a marzo de 1775, algo menos de setecientas cincuenta mil libras por año. Según una contabilidad muy precisa, el ingreso de las principales colonias de América y las Indias Occidentales alcanzaba, antes del comienzo de los disturbios actuales, las ciento cuarenta y un mil ochocientas libras. Estas cuentas omiten, sin embargo, el ingreso de Maryland, de Carolina del Norte, y de todas nuestras conquistas recientes en el continente y las islas, lo que quizás represente treinta o cuarenta mil libras. Por lo tanto, en números redondos, podemos suponer que el ingreso necesario para mantener los gobiernos civiles de Irlanda y las plantaciones es de un millón de libras. Quedaría en consecuencia un ingreso de quince millones doscientas cincuenta mil libras, a ser destinadas a sufragar el gasto general del imperio y el pago de la deuda pública. Pero si del ingreso actual de Gran Bretaña se puede apartar en tiempos de paz un millón para pagar dicha deuda, de ese ingreso aumentado se podrían apartar seis millones doscientas cincuenta mil. Este copioso fondo de amortización, asimismo, podría ser expandido cada año por el interés de la deuda cancelada el año anterior, y así podría crecer tan rápidamente como para poder en pocos años liquidar la totalidad de la deuda, y restaurar así completamente el vigor del imperio, actualmente debilitado y languideciente. Al mismo tiempo el pueblo podría ser aligerado de algunos de los impuestos más gravosos, aplicados sobre los bienes necesarios para la vida o sobre las materias primas para la industria. Los trabajadores pobres vivirían mejor, trabajarían más barato y enviarían sus bienes al mercado a un precio menor. La baratura de sus bienes incrementaría la demanda de los mismos y en consecuencia la demanda del trabajo de los que los producen. Este aumento en la demanda de trabajo elevaría el número y mejoraría las condiciones de vida de los trabajadores pobres. Su consumo aumentaría y con él el ingreso derivado de todos aquellos artículos que consumen y sobre los que aún recayesen impuestos. …

No es contrario a la justicia que tanto Irlanda como América contribuyan a pagar la deuda pública de Gran Bretaña. Dicha deuda ha sido contraída en apoyo del gobierno establecido por la Revolución, un gobierno al que los protestantes de Irlanda deben no sólo la autoridad que hoy ostentan en su propio país sino toda la seguridad que poseen del respeto a su libertad, sus propiedades y su religión; un gobierno al que varias de las colonias de América deben sus actuales estatutos y por consiguiente su actual constitución, y al que todas las colonias de América deben la libertad, seguridad y propiedades que han disfrutado desde entonces. La deuda pública no ha sido contraída sólo para la defensa de Gran Bretaña sino para la de todas las provincias del imperio; en particular, la inmensa deuda contraída en la última guerra, y una buena parte de la que se contrajo en la guerra anterior, derivaron ambas, hablando propiamente, de la defensa de América.

Por la unión con Gran Bretaña, además del libre comercio, Irlanda obtendría otras ventajas mucho más importantes y que compensarían con creces cualquier aumento de impuestos que pudiese acompañar a dicha unión. Mediante la unión con Inglaterra las clases medias y bajas de Irlanda se libraron totalmente del poder de una aristocracia que antes siempre las había oprimido. Gracias a una unión con Gran Bretaña la mayoría del pueblo de todas las clases de Irlanda se libraría de forma igualmente completa de una aristocracia mucho más opresiva, una aristocracia no basada, como la de Escocia, en diferencias naturales y respetables de cuna y fortuna sino en las más odiosas de todas las diferencias, las de los prejuicios religiosos y políticos; estas diferencias, más que ninguna otra, estimulan tanto la insolencia de los opresores como el odio y la indignación de los oprimidos, y normalmente hacen que los habitantes de un mismo país sean más hostiles entre sí que lo que nunca son los pueblos de países distintos. Sin una unión con Gran Bretaña es probable que durante muchas generaciones los habitantes de Irlanda no se consideren un solo pueblo.

Ninguna aristocracia opresiva ha prevalecido jamás en las colonias. Pero incluso ellas ganarían considerablemente en bienestar y tranquilidad si se unen a Gran Bretaña. Al menos se verían libres de esas facciones rencorosas y virulentas que son inseparables de las democracias pequeñas, y que con tanta frecuencia dividen los sentimientos de sus pueblos y perturban la paz de sus gobiernos, que formalmente son casi democráticos. En el caso de una separación total de Gran Bretaña —algo que si no es prevenido por una unión de esta clase es muy probable que ocurra— esas facciones serán diez veces más virulentas que nunca lo han sido. Antes de estallar los disturbios actuales el poder coercitivo de la metrópoli siempre fue capaz de impedir que tales banderías desembocasen en nada peor que la brutalidad y los insultos más groseros. Si ese poder coercitivo desaparece por completo, pronto llegará la violencia abierta y el derramamiento de sangre. En los grandes países unidos bajo un gobierno uniforme, el espíritu partidista normalmente prevalece menos en las provincias remotas que en el centro del imperio. La distancia entre esas provincias y la capital, la sede principal de la ambición y los conflictos partidistas, hace que las partes en pugna las tengan menos presentes, y las vuelve a ellas espectadoras más indiferentes e imparciales de la conducta de todos. El espíritu de partido prevalece menos en Escocia que en Inglaterra. En el caso de una unión prevalecería probablemente menos en Irlanda que en Escocia, y las colonias probablemente disfrutarían en poco tiempo un grado de concordia y unanimidad desconocido hoy en parte alguna del imperio británico. Es verdad que Irlanda y las colonias se verían sometidas a impuestos mayores que en la actualidad. Pero como consecuencia de una diligente y honrada aplicación de los ingresos públicos al pago de la deuda pública, la mayor parte de esos impuestos no perdurarían mucho tiempo, y el ingreso público de Gran Bretaña sería pronto reducido a lo necesario para mantener una moderada administración en tiempos de paz.

Las adquisiciones territoriales de la Compañía de las Indias Orientales, que pertenecen por derecho a la corona, es decir, al estado y al pueblo de Gran Bretaña, podrían llegar a ser otra fuente de ingresos quizás más abundante que todas las mencionadas hasta aquí. Se afirma que esos países son más fértiles, más extensos y en proporción a su extensión más ricos y más poblados que Gran Bretaña. Para conseguir de ellos un ingreso mayor es probable que no sea necesario implantar ningún sistema fiscal nuevo en países que ya están gravados suficientemente y más que suficientemente. Quizás sea más correcto aligerar y no intensificar la presión fiscal de esas infelices regiones, y procurar obtener ingresos de ellas no a través de nuevos impuestos sino impidiendo el fraude y la mala gestión de la mayor parte de los que pagan actualmente.

Si se comprobase que es impracticable para Gran Bretaña el conseguir un aumento apreciable de los ingresos a partir de ninguno de los recursos antes mencionados, entonces la única alternativa que le queda es disminuir sus gastos. En la forma de recaudar y en la de gastar el ingreso público, aunque ambas pueden ser mejoradas, Gran Bretaña es al menos tan eficiente como cualquiera de las naciones vecinas. La administración militar que mantiene para su propia defensa en tiempos de paz es más modesta que la de ningún otro estado europeo que pueda pretender rivalizar con ella en riqueza o poder. Ninguno de esos campos, por lo tanto, admite una reducción considerable del gasto. El gasto de la administración de las colonias en tiempos de paz era, antes del inicio de los presentes disturbios, muy notable y es un gasto que ciertamente debería ser eliminado totalmente si no se puede obtener de ellas ingreso alguno. Este gasto permanente en épocas de paz, aunque es muy abultado, es insignificante en comparación con lo que nos ha costado la defensa de las colonias en épocas de guerra. La última guerra, acometida exclusivamente a causa de las colonias, costó a Gran Bretaña más de noventa millones, como ya ha sido indicado. La guerra con España de 1739 fue emprendida principalmente a causa de las colonias; en ella y en la guerra con Francia, que fue su consecuencia, Gran Bretaña gastó más de cuarenta millones, una gran parte de las cuales sería justo cargar a las colonias. En esas dos guerras las colonias costaron a Gran Bretaña mucho más del doble de lo que era la deuda pública al comienzo de la primera de ellas. De no haber sido por dichas guerras la deuda podría haber estado y probablemente de hecho estaría hoy completamente pagada; y de no haber sido por las colonias la primera de esas guerras podría no haber sido declarada y la segunda con toda seguridad no lo habría sido. Todo este gasto fue desembolsado porque se suponía que las colonias eran provincias del imperio británico. Pero unas regiones que no aportan ni ingresos ni fuerza militar para apoyar al imperio no pueden ser consideradas como provincias. Quizás puedan ser consideradas como apéndices, como una suerte de equipo imperial, espléndido y ostentoso. Pero si el imperio no puede hacer frente al gasto de mantener ese equipo debería prescindir de él; y si no puede aumentar su ingreso en proporción a su gasto, al menos debería ajustar su gasto a su ingreso. Si las colonias, a pesar de su rechazo a someterse a los impuestos británicos, han de seguir siendo consideradas como provincias del imperio británico, su defensa en una guerra futura podrá costarle a Gran Bretaña tanto como jamás le costó en guerra alguna en el pasado. Durante más de un siglo, los gobernantes de Gran Bretaña han entretenido al pueblo con la fantasía de que poseía un vasto imperio en la orilla oeste del Atlántico. Pero este imperio ha existido hasta hoy sólo en la imaginación. Hasta hoy no ha sido un imperio sino un proyecto de imperio; no una mina de oro sino el proyecto de una mina de oro; un proyecto que ha costado, cuesta, y si continúa como hasta ahora probablemente costará una suma inmensa sin probabilidad alguna de generar ningún beneficio, porque los efectos del monopolio del comercio colonial, como se ha demostrado, son para el grueso de la población una pura pérdida en vez de un beneficio. Evidentemente ya es hora de que nuestros gobernantes hagan realidad ese sueño dorado al que quizás se han entregado tanto como el pueblo, o que despierten del sueño ellos mismos y procuren despertar al pueblo. Si el proyecto no puede ser llevado a cabo, entonces debe ser abandonado. Si no se puede lograr que cualquier provincia del imperio británico contribuya al sostenimiento de todo el imperio, está claro que ha llegado el momento de que Gran Bretaña se libere del gasto de defender a esas provincias en tiempos de guerra y de sostener cualquier parte de sus gobiernos civiles o militares en tiempos de paz, y que en el futuro procure ajustar sus ideas y sus planes a la mediocridad real de sus circunstancias.

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