Capítulo 11 EL DIARIO DE LUCY WESTENRA

12 de septiembre. ¡Qué buenos son todos conmigo! Casi siento que quiero a ese adorable doctor van Helsing. Me pregunto por qué estaba tan ansioso acerca de estas flores. Realmente me asustó. ¡Parecía tan serio! Sin embargo, debe haber tenido razón, pues ya siento el alivio que me llega de ellas. Por algún motivo, no temo estar sola esta noche, y puedo acostarme a dormir sin temor. No me importará el aleteo fuera de la ventana. ¡Oh, la terrible lucha que he tenido contra el sueño tan a menudo últimamente!

 

¡El dolor del insomnio o el dolor del miedo a dormirme, y con los desconocidos horrores que tiene para mí! ¡Qué bendición tienen esas personas cuyas vidas no tienen temores, ni amenazas; para quienes el dormir es una dicha que llega cada noche, y no les lleva sino dulces sueños! Bien, aquí estoy hoy, esperando dormir, y haciendo como Ofelia en el drama: con virgin crants and maiden strewments. ¡Nunca me gustó el ajo antes de hoy, pero ahora lo siento admirable! Hay una gran paz en su olor; siento que ya viene el sueño. Buenas noches, todo el mundo.

 

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h3 style="text-align: center;" class="western" lang="es-ES">Del diario del doctor Seward

13 de septiembre. Pasé por el Berkeley y encontré a van Helsing, como de costumbre, ya preparado para salir. El coche ordenado por el hotel estaba esperando. El profesor tomó su maletín, que ahora siempre lleva consigo.

Lo anotaré todo detalladamente. Van Helsing y yo llegamos a Hillingham a las ocho en punto. Era una mañana agradable; la brillante luz del sol y todo el fresco ambiente de la entrada del otoño parecían ser la culminación del trabajo anual de la naturaleza. Las hojas se estaban volviendo de todos los bellos colores, pero todavía no habían comenzado a caer de los árboles. Cuando entramos encontramos a la señora Westenra saliendo del recibidor. Ella siempre se levanta temprano. Nos saludó cordialmente, y dijo:

—Se alegrarán ustedes de saber que Lucy está mejor. La pequeñuela todavía duerme. Miré en su cuarto y la vi, pero no entré, para no perturbarla.

El profesor sonrió, y su mirada era alegre. Se frotó las manos, y dijo:

—¡Ajá! Pensé que había diagnosticado bien el caso. Mi tratamiento está dando buenos resultados.

A lo cual ella respondió:

—No debe usted llevarse todas las palmas solo, doctor. El buen estado de Lucy esta mañana se debe en parte a mi labor.

—¿Qué quiere usted decir con eso, señora? —preguntó el profesor.

—Bueno, estaba tan ansiosa acerca de la pobre criatura por la noche, que fui a su cuarto. Dormía profundamente; tan profundamente, que ni mi llegada la despertó. Pero el aire del cuarto estaba terriblemente viciado. Por todos lados había montones de esas flores horribles, malolientes, e incluso ella tenía un montón alrededor del cuello. Temí que el pesado olor fuese demasiado para mi querida criatura en su débil estado, por lo que me las llevé y abrí un poquito la ventana para dejar entrar aire fresco. Estoy segura de que la encontrarán mejor.

Se despidió de nosotros y se dirigió a su recámara donde generalmente se desayunaba temprano. Mientras hablaba, observé la cara del profesor y vi que se volvía gris como la ceniza. Fue capaz de retenerse por autodominio mientras la pobre dama estaba presente. Pues conocía su estado y el mal que le produciría una impresión; de hecho, llegó hasta a sonreírse y le sostuvo la puerta abierta para que ella entrara en su cuarto. Pero en el instante en que ella desapareció me dio un tirón repentino y fuerte, llevándome al comedor y cerrando la puerta tras él.

Allí, por primera vez en mi vida, vi a van Helsing abatido. Se llevó las manos a la cabeza en una especie de muda desesperación, y luego se dio puñetazos en las palmas de manera impotente; por último, se sentó en una silla, y cubriéndose el rostro con las manos comenzó a sollozar, con sollozos ruidosos, secos, que parecían salir de su mismo corazón roto. Luego alzó las manos otra vez, como si implorara a todo el universo.

—¡Dios! ¡Dios! ¡Dios! —dijo—. ¿Qué hemos hecho, qué ha hecho esta pobre criatura, que nos ha causado tanta pena? ¿Hay entre nosotros todavía un destino, heredado del antiguo mundo pagano, por el que tienen que suceder tales cosas, y en tal forma? Esta pobre madre, ignorante, y según ella haciendo todo lo mejor, hace algo como para perder el cuerpo y el alma de su hija; y no podemos decirle, no podemos siquiera advertirle, o ella muere, y entonces mueren ambas. ¡Oh, cómo estamos acosados! ¡Cómo están todos los poderes de los demonios contra nosotros! —añadió, pero repentinamente saltó—. Venga —dijo—, venga; debemos ver y actuar. Demonios o no demonios, o todos los demonios de una vez, no importa: nosotros luchamos con él, o ellos y por todos.

Salió otra vez a la puerta del corredor con su maletín, y juntos subimos al cuarto de Lucy. Una vez más yo subí la celosía, mientras van Helsing fue hacia su cama. Esta vez él no retrocedió espantado al mirar el pobre rostro con la misma palidez de cera, terrible, como antes. Sólo puso una mirada de rígida tristeza e infinita piedad.

—Tal como lo esperaba —murmuró, con esa siseante aspiración que significaba tanto.

Sin decir una palabra más fue y cerró la puerta con llave, y luego comenzó a poner sobre la mesa los instrumentos para hacer otra transfusión de sangre. Yo había reconocido su necesidad de inmediato y comencé a quitarme la chaqueta, pero él me detuvo con una advertencia de la mano.

—No —dijo—. Hoy debe usted efectuar la operación. Yo seré el donante. Usted ya está débil.

Y al decir esto, se despojó de su chaqueta y se enrolló la manga de la camisa.

Otra vez la operación; nuevamente el narcótico. Una vez más regresó el color a las mejillas cenizas, y la respiración regular del sueño sano. Esta vez yo la vigilé mientras van Helsing se recluía y descansaba.

Poco después aprovechó una oportunidad para decirle a la señora Westenra que no debía quitar nada del cuarto de Lucy sin consultarlo. Que las flores tenían un valor medicinal, y que respirar su olor era parte del sistema de curación. Entonces se hizo cargo del caso él mismo, diciendo que velaría esa noche y la siguiente, y que me enviaría decir cuándo debería yo venir.

Al cabo de otra hora, Lucy despertó de su sueño, fresca y brillante, y desde luego mirándose mucho mejor de lo que se podía esperar debido a su terrible prueba.

¿Qué significa todo esto? Estoy comenzando a preguntarme si mi larga costumbre de vivir entre locos no estará empezando a ejercer influencia sobre mi propio cerebro.

 

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h3 style="text-align: center;" class="western" lang="es-ES">Del diario de Lucy Westenra

17 de septiembre. Cuatro días y noches de paz. Me estoy poniendo otra vez tan fuerte que apenas me reconozco. Es como si hubiera pasado a través de una larga pesadilla, y acabara de despertar para ver alrededor de mí los maravillosos rayos del sol, y para sentir el aire fresco de la mañana. Tengo un ligero recuerdo de largos y ansiosos tiempos de espera y temor; una oscuridad en la cual no había siquiera la más ligera esperanza de hacer menos punzante la desesperación. Y luego, los largos períodos de olvido, y el regreso hacia la vida como un buzo que sale a la superficie después de sumergirse. Sin embargo, desde que el doctor van Helsing ha estado conmigo, todas estas pesadillas parecen haberse ido; los ruidos que solían asustarme hasta sacarme de quicio, el aleteo contra las ventanas, las voces distantes que parecían tan cercanas a mí, los ásperos sonidos que venían de no sé dónde y me ordenaban hacer no sé qué, todo ha cesado. Ahora me acuesto sin ningún temor de dormir. Ni siquiera trato de mantenerme despierta. Me he acostumbrado bastante bien al ajo; todos los días me llega desde Haarlem una caja llena. Hoy por la noche se irá el doctor van Helsing, ya que tiene que estar un día en Ámsterdam. Pero no necesito que me cuiden; ya estoy lo suficientemente bien como para quedarme sola. ¡Gracias a Dios en nombre de mi madre, y del querido Arthur, y de todos nuestros amigos que han sido tan amables! Ni siquiera sentiré el cambio, pues anoche el doctor van Helsing durmió en su cama bastante tiempo. Lo encontré dormido dos veces cuando desperté; pero no temí volver a dormirme, aunque las ramas o los murciélagos, o lo que fuese, aleteaban furiosamente contra los cristales de mi ventana.

 

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h3 style="text-align: center;" class="western" lang="es-ES">Recorte de La Gaceta de Pall Mall, 18 de septiembre

EL LOBO QUE ESCAPO PELIGROSA AVENTURA DE NUESTRO REPORTERO

Entrevista con el guardián del Jardín Zoológico

Después de muchas pesquisas y otras tantas negaciones, y usando repetidamente las palabras Gaceta de Pall Mall como una especie de talismán, logré encontrar al guardián de la sección del Jardín Zoológico en el cual se encuentra incluido el departamento de lobos. Thomas Bilder vive en una de las cabañas detrás del recinto de los elefantes, y estaba a punto de sentarse a tomar el té cuando lo encontré. Thomas y su esposa son gente hospitalaria, y sin niños, y si la muestra de hospitalidad de que yo gocé es el término medio de su comportamiento, sus vidas deben ser bastante agradables. El guardián no quiso entrar en lo que llamó "negocios" hasta que hubimos terminado la cena y todos estábamos satisfechos. Entonces, cuando la mesa había sido limpiada, y él ya había encendido su pipa, dijo:

—Ahora, señor, ya puede adelantarse y preguntarme lo que quiera. Perdonará que me haya negado a hablar de temas profesionales antes de comer. Yo le doy a los lobos, a los chacales y a las hienas en todo nuestra sección su té antes de comenzar a hacerles preguntas.

—¿Qué quiere usted decir con "antes de hacerles preguntas"? —inquirí deseando ponerlo en situación de hablar.

—Golpeándolos sobre la cabeza con un palo es una manera; rascarles en las orejas es otra, cuando algún macho quiere impresionar un poco a sus muchachas. A mí no me importa mucho el barullo, pegarles con un palo antes de meterles su cena, pero espero, por así decirlo, a que se hayan tomado su brandy y su café, antes de intentar rascarles las orejas. ¿Sabe usted? —agregó filosóficamente —, hay bastante de la misma naturaleza a nosotros que en esos animales. Aquí está usted, viniendo y preguntando acerca de mi oficio, cuando no tenía yo nada en la barriga. Mi primer intento fue despedirlo sin decirle nada. Ni siquiera cuando usted me preguntó en forma medio sarcástica si quisiera que usted le preguntara al superintendente si usted podía hacerme algunas preguntas. Sin ofenderlo, ¿le dije que se fuera al diablo?

—Sí, me lo dijo.

—Y cuando usted dijo que daría un informe sobre mí por usar lenguaje obsceno, eso fue como si me golpeara sobre la cabeza; pero me contuve: lo hice muy bien. Yo no iba a pelear, así es que esperé por la comida e hice con mi escudilla como hacen los lobos, los leones y los tigres. Pero, que Dios tenga compasión de usted ahora que la vieja me ha metido un trozo de su pastel en la barriga, me ha remojado con su floreciente tetera, y que yo he encendido mi tabaco. Puede usted rascarme las orejas todo lo que quiera, y no dejaré escapar ni un gruñido. Comience a preguntarme. Ya sé a lo que viene: es por ese lobo que se escapó.

—Exactamente. Quiero que usted me dé su punto de vista sobre ello. Sólo dígame cómo sucedió, y cuando conozca los hechos haré que me diga sus opiniones sobre la causa de ellos, y cómo piensa que va a terminar todo el asunto.

—Muy bien, gobernador. Esto que le digo es casi toda la historia. El lobo ese que llamábamos Bersicker era uno de los tres grises que vinieron de Noruega para Jamrach, y que compramos hace cuatro años. Era un lobo bueno, tranquilo, que nunca causó molestias de las que se pudiera hablar. Estoy verdaderamente sorprendido de que haya sido él, entre todos los animales, quien haya deseado irse de aquí. Pero ahí tiene, no puede fiarse uno de los lobos, así como no puede uno fiarse de las mujeres.

—¡No le haga caso, señor! —interrumpió la señora Bilder, riéndose alegremente—. Este viejo ha estado cuidando durante tanto tiempo a los animales, ¡que maldita sea si no es él mismo como un lobo viejo! Pero todo lo dice sin mala intención.

—Bien, señor, habían pasado como dos horas después de la comida, ayer, cuando escuché por primera vez el escándalo. Yo estaba haciendo una cama en la casa de los monos para un joven puma que está enfermo; pero cuando escuché los gruñidos y aullidos vine inmediatamente a ver. Y ahí estaba Bersicker arañando como un loco los barrotes, como si quisiera salir. No había mucha gente ese día, y cerca de él sólo había un hombre, un tipo alto, delgado, con nariz aguileña y barba en punta. Tenía una mirada dura y fría, y los ojos rojos, y a mí como que me dio mala espina desde un principio, pues parecía que era con él con quien estaban irritados los animales. Tenía guantes blancos de niño en las manos; señaló a los animales, y me dijo:

"Guardián, estos lobos parecen estar irritados por algo.

"Tal vez es por usted —le dije yo, pues no me agradaban los aires que se daba.

"No se enojó, como había esperado que lo hiciera, sino que sonrió con una especie de sonrisa insolente, con la boca llena de afilados dientes blancos.

"—¡Oh, no, yo no les gustaría! —me dijo.

"—¡Oh, sí!, yo creo que les gustaría —respondí yo, imitándolo—. Siempre les gusta uno o dos huesos para limpiarse los dientes después de la hora del té. Y usted tiene una bolsa llena de ellos.

"Bien, fue una cosa rara, pero cuando los animales nos vieron hablando se echaron, y yo fui hacia Bersicker y él me permitió que le acariciara las orejas como siempre. Entonces se acercó también el hombre, ¡y bendito sea si no él también extendió su mano y acarició las orejas del lobo viejo!

"Tenga cuidado —le dije yo—. Bersicker es rápido.

"No se preocupe —me contestó él—. ¡Estoy acostumbrado a ellos!

"—¿Es usted también del oficio? —le pregunté, quitándome el sombrero, pues un hombre que tenga algo que ver con lobos, etc., es un buen amigo de los guardianes.

"No —respondió él—, no soy precisamente del oficio, pero he amansado a varios de ellos.

"Y al decir esto levantó su sombrero como un lord, y se fue. El viejo Bersicker lo siguió con la mirada hasta que desapareció, y luego se fue a echar en una esquina y no quiso salir de ahí durante toda la noche. Bueno, anoche, tan pronto como salió la luna, todos los lobos comenzaron a aullar. No había nada ni nadie a quien le pudieran aullar. Cerca de ellos no había nadie, con excepción de alguien que evidentemente estaba llamando a algún perro en algún lugar, detrás de los jardines de la calle del Parque. Una o dos veces salí a ver que todo estuviera en orden, y lo estaba, y luego los aullidos cesaron. Un poco antes de las doce de la noche salí a hacer una última ronda antes de acostarme y, que me parta un rayo, cuando llegué frente a la jaula del viejo Bersicker vi los barrotes quebrados y doblados, y la jaula vacía. Y eso es todo lo que sé."

—¿No hubo nadie más que viera algo?

—Uno de nuestros jardineros regresaba a casa como a esa hora de una celebración, cuando ve a un gran perro gris saliendo a través de las jaulas del jardín. Por lo menos así dice él, pero yo no le doy mucho crédito por mi parte, porque no le dijo ni una palabra del asunto a su mujer al llegar a su casa, y sólo hasta después de la escapada del lobo se conoció; y ya habíamos pasado toda la noche buscando por el parque a Bersicker, cuando recordó haber visto algo. Yo más bien creo que el vino de la celebración se le había subido a la cabeza.

—Bien, señor Bilder, ¿y puede usted explicarse la huida del lobo?

—Bien, señor —dijo él, con una modestia un tanto sospechosa —, creo que puedo; pero yo no sé si usted quedará completamente satisfecho con mi teoría.

—Claro que quedaré. Si un hombre como usted, que conoce a los animales por experiencia, no puede aventurar una buena hipótesis, ¿quién es el que puede hacerlo?

—Bien, señor, entonces le diré la manera como yo me explico esto. A mí me parece que este lobo se escapó… simplemente porque quería salir.

Por la manera tan calurosa como ambos, Thomas y su mujer, se rieron de la broma, pude darme cuenta de que ya había dado resultados otras veces, y que toda la explicación era simplemente una treta ya preparada. Yo no podía competir en pillerías con el valeroso Thomas, pero creí que conocía un camino mucho más seguro hasta su corazón, por lo que dije:

—Ahora, señor Bilder, consideraremos que este primer medio soberano ya ha sido amortizado, y este hermano de él está esperando ser reclamado cuando usted me diga qué piensa que va a suceder.

—Tiene usted razón, señor –dijo él rápidamente—. Me tendrá que disculpar, lo sé, por haberle hecho una broma, pero la vieja aquí me guiñó, que era tanto como decirme que siguiera adelante.

—¡Pero… , nunca! —dijo la vieja.

—Mi opinión es esta: el lobo ese está escondido en alguna parte, el jardinero dice que lo vio galopando hacia el norte más velozmente que lo que lo haría un caballo; pero yo no le creo, pues, ¿sabe usted, señor?, los lobos no galopan más de lo que galopan los perros, pues no están construidos de esa manera. Los lobos son muy bonitos en los libros de cuentos, y yo diría cuando se reúnen en manadas y empiezan a acosar a algo que está más asustado que ellos, pueden hacer una bulla del diablo y cortarlo en pedazos, lo que sea. Pero, ¡Dios lo bendiga!, en la vida real un lobo es sólo una criatura inferior, ni la mitad de inteligente que un buen perro; y no tienen la cuarta parte de su capacidad de lucha. Este que se escapó no está acostumbrado a pelear, ni siquiera a procurarse a sí mismo sus alimentos, y lo más probable es que esté en algún lugar del parque escondido y temblando, si es capaz de pensar en algo, preguntándose dónde va a poder conseguirse su desayuno; o a lo mejor se ha retirado y está metido en una cueva de hulla. ¡Uf!, el susto que se va a llevar algún cocinero cuando baje y vea sus ojos verdes brillando en la oscuridad. Si no puede conseguir comida es muy posible que salga a buscarla, y pudiera ser que por casualidad fuera a dar a tiempo a una carnicería.

“Si no sucede eso y alguna institutriz sale a pasear con su soldado, dejando al infante en su cochecillo de niño, bien, entonces no estaría sorprendido si el censo da un niño menos. Eso es todo.

Le estaba entregando el medio soberano cuando algo asomó por la ventana, y el rostro del señor Bilder se alargó al doble de sus dimensiones naturales, debido a la sorpresa.

¡Dios me bendiga! —exclamó —. ¡Allí está el viejo Bersicker de regreso, sin que nadie lo traiga!

Se levantó y fue hacia la puerta a abrirla; un procedimiento que a mí me pareció innecesario. Yo siempre he pensado que un animal salvaje nunca es tan atractivo como cuando algún obstáculo de durabilidad conocida está entre él y yo; una experiencia personal ha intensificado, en lugar de disminuir, esta idea.

Después de todo, sin embargo, no hay nada como la costumbre, pues ni Bilder ni su mujer pensaron nada más del lobo de lo que yo pensaría de un perro. El animal mismo era tan pacífico como el padre de todos esos cuentos de lobos, el amigo de otros tiempos de Caperucita Roja, mientras está disfrazado tratando de ganarse su confianza.

Toda la escena fue una complicada mezcla de comedia y tragedia. El maligno lobo que durante un día y medio había paralizado a Londres y había hecho que todos los niños del pueblo temblaran en sus zapatos, estaba allí con mirada penitente, y estaba siendo recibido y acariciado como una especie de hijo pródigo vulpino. El viejo Bilder lo examinó por todos lados con la más tierna atención, y cuando hubo terminado el examen del penitente, dijo:

—¡Vaya, ya sabía que el pobre animal se iba a meter en alguna clase de lío! ¿No lo dije siempre? Aquí está su cabeza toda cortada y llena de vidrio quebrado. Seguramente que quiso saltar sobre algún muro u otra cosa. Es una vergüenza que se permita a la gente que ponga pedazos de botellas en la parte superior de sus paredes. Estos son los resultados. Ven conmigo, Bersicker.

Se llevó al lobo y lo encerró en una jaula con un pedazo de carne que satisfacía, por lo menos en lo relativo a la cantidad, las condiciones elementales de un ternero gordo, y luego se fue a hacer el informe.

Yo también me marché a hacer el informe de la única y exclusiva información que se da hoy referente a la extraña escapada del zoológico.

 

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h3 style="text-align: center;" class="western" lang="es-ES">Del diario del doctor Seward

17 de septiembre. Estaba ocupado, después de cenar, en mi estudio fechando mis libros, los cuales, debido a la urgencia de otros trabajos y a las muchas visitas a Lucy, se encontraban tristemente atrasados. De pronto, la puerta se abrió de golpe y mi paciente entró como un torbellino, con el rostro deformado por la ansiedad. Yo me sobresalté, pues es una cosa casi desconocida que un paciente entre de esa manera y por su propia cuenta en el despacho del superintendente. Sin hacer ninguna pausa se dirigió directamente hacia mí. En su mano había un cuchillo de cocina, y como vi que era peligroso, traté de mantener la mesa entre nosotros. Sin embargo, fue demasiado rápido y demasiado fuerte para mí; antes de que yo pudiera alcanzar mi equilibrio me había lanzado el primer golpe, cortándome bastante profundamente la muñeca izquierda. Pero antes de que pudiera lanzarme otro golpe, le di un derechazo y cayó con los brazos y piernas extendidos por el suelo. Mi muñeca sangraba profusamente, y un pequeño charco se formó sobre la alfombra. Vi que mi amigo no parecía intentar otro esfuerzo, por lo que me ocupé en vendar mi muñeca, manteniendo todo el tiempo una cautelosa vigilancia sobre la figura postrada. Cuando mis asistentes entraron corriendo y pusimos nuestra atención sobre él, su aspecto positivamente me enfermó. Estaba acostado sobre el vientre en el suelo, lamiendo como un perro la sangre que había caído de mi muñeca herida. Lo sujetamos con facilidad, y, para sorpresa mía, se dejó llevar con bastante docilidad por los asistentes, repitiendo una y otra vez:

—¡La sangre es la vida! ¡La sangre es la vida!

No puedo permitirme perder sangre en la actualidad; ya he perdido demasiada últimamente como para estar sano, además de que la prolongada tensión de la enfermedad de Lucy y sus horribles fases me están minando. Estoy muy irritado y cansado, y necesito reposo, reposo, reposo. Afortunadamente, van Helsing no me ha llamado, por lo que no necesito privarme esta vez de dormir; no creo que podría prescindir de un buen descanso esta noche.

 

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h3 style="text-align: center;" class="western" lang="es-ES">Telegrama de van Helsing a Seward, en Carfax

(Enviado a Carfax, Sussex, ya que no mencionaba ningún condado; entregado con veintidós horas de retraso.)

17 de septiembre. No deje de estar hoy por la noche en Hillingham. Si no observando todo el tiempo, visitando frecuentemente y viendo que las flores estén colocadas; muy importante; no falle. Estaré con usted tan pronto como posible después de llegada.

 

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h3 style="text-align: center;" class="western" lang="es-ES">Del diario del doctor Seward

18 de septiembre. Acabo de tomar el tren para Londres. La llegada del telegrama de van Helsing me llenó de ansiedad. Una noche entera perdida, y por amarga experiencia sé lo que puede suceder en una noche. Por supuesto que es posible que todo esté bien, pero, ¿qué puede haber sucedido? Seguramente que hay un horrible sino pendiendo sobre nosotros, que hace que todo accidente posible nos frustre aquello que tratamos de hacer. Me llevaré conmigo este cilindro, y entonces podré completar mis apuntes en el fonógrafo de Lucy.

 

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h3 style="text-align: center;" class="western" lang="es-ES">Memorando dejado por Lucy Westenra

17 de septiembre. Noche. Escribo esto y lo dejo para que lo vean, de manera que nadie pueda verse en problemas por mi causa. Este es un registro exacto de lo que sucedió hoy por la noche. Siento que estoy muriendo de debilidad y apenas tengo fuerza para escribir, pero debo hacerlo, aunque muera en el intento.

Fui a la cama como siempre, cuidando de que las flores estuvieran colocadas como lo ha ordenado el doctor van Helsing, y pronto me quedé dormida.

Fui despertada por el aleteo en la ventana, que había comenzado desde aquella noche en que caminé sonámbula hasta el desfiladero de Whitby, donde Mina me salvó, y que ahora conozco tan bien. No tenía miedo, pero si deseé que el doctor Seward estuviera en el cuarto contiguo (tal como había dicho el doctor van Helsing que estaría), de manera que yo pudiera hablarle en cualquier momento. Traté de dormirme nuevamente, pero no pude. Entonces volvió la antigua angustia de antes de dormirme, y decidí permanecer despierta. Perversamente, el sueño trató de regresar cuando yo ya no quería dormir; de tal manera que, como temía estar sola, abrí mi puerta y grité: "¿Hay alguien allí?" No obtuve respuesta. Tuve miedo de despertar a mamá, y por eso cerré la puerta nuevamente. Entonces, afuera, en los arbustos, oí una especie de aullido de perro, pero más fiero y más profundo. Me dirigí a la ventana y miré hacia afuera, mas no alcancé a distinguir nada, excepto un gran murciélago, que evidentemente había estado pegando con sus alas contra la ventana. Por ello regresé de nuevo a la cama, pero con la firme determinación de no dormirme. Al momento se abrió la puerta y mi madre miró a través de ella; viendo por mi movimiento que no estaba dormida, entró y se sentó a mi lado. Me dijo, más dulce y suavemente que de costumbre:

—Estaba intranquila por ti, querida, y entré a ver si estabas bien.

Temí que pudiera resfriarse sentándose ahí, y le pedí que viniera y durmiera conmigo, por lo que se metió en la cama y se acostó a mi lado; no se quitó su bata, pues dijo que sólo iba a estar un momento y que luego regresaría a su propia cama. Mientras yacía ahí en mis brazos, y yo en los de ella, el aleteo y roce volvió a la ventana. Ella se sorprendió, y un poco asustada, preguntó: "¿Qué es eso?" Yo traté de calmarla; finalmente pude hacerlo, y ella yació tranquila; pero yo pude oír cómo su pobre y querido corazón todavía palpitaba terriblemente. Después de un rato se escuchó un estrépito en la ventana y un montón de pedazos de vidrio cayeron al suelo. La celosía de la ventana voló hacia adentro con el viento que entraba, y en la abertura de las vidrieras quebradas apareció la cabeza de un lobo grande y flaco. Mi madre lanzó un grito de miedo y se incorporó rápidamente sentándose sobre la cama, sujetándose nerviosamente de cualquier cosa que pudiera ayudarla. Entre otras cosas se agarró de la guirnalda de flores que el doctor van Helsing insistió en que yo llevara alrededor de mi cuello, y me la arrancó de un tirón. Durante un segundo o dos se mantuvo sentada, señalando al lobo, y repentinamente hubo un extraño y horrible gorgoteo en la garganta; luego se desplomó, como herida por un rayo, y su cabeza me golpeó en la frente, dejándome por unos momentos un tanto aturdida. El cuarto y todo alrededor parecía girar. Mantuve mis ojos fijos en la ventana, pero el lobo retiró la cabeza y toda una miríada de pequeñas manchas parecieron entrar volando a través de la rota ventana, describiendo espirales y círculos como la columna de polvo que los viajeros describen cuando hay un simún en el desierto. Traté de moverme, pero había una especie de hechizo sobre mí, y el pobre cuerpo de mamá que parecía ya estarse enfriando, pues su querido corazón había cesado de latir, pesaba sobre mí; y por un tiempo no recuerdo más.

No pareció transcurrir mucho rato, sino más bien que fue muy, muy terrible, hasta que pude recobrar nuevamente la conciencia. En algún lugar cercano, una campana doblaba; todos los perros de la vecindad estaban aullando, y en nuestros arbustos, aparentemente muy cercanos, cantaba un ruiseñor. Yo estaba aturdida y embotada de dolor, terror y debilidad, pero el sonido del ruiseñor pareció la voz de mi madre muerta que regresaba para consolarme. Los ruidos parece que también despertaron a las sirvientas, pues pude oír sus pisadas descalzas corriendo fuera de mi puerta. Las llamé y entraron, y cuando vieron lo que había sucedido, y qué era lo que descansaba sobre mí en la cama, dieron gritos. El viento irrumpió a través de la rota ventana y la puerta se cerró de golpe. Levantaron el cuerpo de mi amada madre y la acostaron, cubriéndola con una sábana, sobre la cama, después de que yo me hube levantado. Estaban tan asustadas y nerviosas que les ordené fueran al comedor a tomar cada una un vaso de vino. La puerta se abrió de golpe unos instantes y luego se cerró otra vez. Las sirvientas gritaron horrorizadas, y luego se fueron en grupo compacto al comedor, y yo puse las flores que había tenido alrededor de mi cuello sobre el pecho de mi querida madre. Cuando ya estaban allí recordé lo que me había dicho el doctor van Helsing, pero no quise retirarlas, y, además, alguna de las sirvientas podría sentarse conmigo ahora. Me sorprendió que las criadas no regresaran. Las llamé, pero no obtuve respuesta, por lo que bajé al comedor a buscarlas.

Mi corazón se encogió cuando vi lo que había sucedido. Las cuatro yacían indefensas en el suelo, respirando pesadamente. La garrafa del jerez estaba sobre la mesa medio llena, pero había alrededor un raro olor acre. Tuve mis sospechas y examiné la garrafa. Olía a láudano, y mirando en la alacena encontré que la botella que el doctor de mi madre usa para ella (¡oh, usaba!) estaba vacía. ¿Qué debo hacer? ¿Qué debo hacer? Estoy de regreso en el cuarto, con mamá. No puedo abandonarla, y estoy sola, salvo por las sirvientas dormidas, que alguien ha narcotizado. ¡Sola con la muerte! No me atrevo a salir, pues oigo el leve aullido del lobo a través de la rota ventana. El aire parece lleno de manchas, flotando y girando en la corriente de la ventana, y las luces destellan azules y tenues. ¿Qué debo hacer? ¡Dios me proteja de cualquier mal esta noche! Esconderé este papel en mi seno, donde lo encontrarán cuando vengan a amortajarme. ¡Mi querida madre se ha ido! Ya es tiempo de que yo también me vaya.

Adiós, querido Arthur, si no logro sobrevivir esta noche. Que Dios te proteja, querido, ¡y que Dios me ayude!.

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