Jornada segunda

L sol poniente dora los cristales del mirador. Es un mirador tibio y fragante: Gentiles arcos cerrados por vidrieras de colores le flanquean con ese artificio del siglo galante, que imaginó las pavanas y las gavotas. En cada arco las vidrieras forman tríptico, y puede verse el jardín en medio de una tormenta, en medio de una nevada y en medio de un aguacero. Aquella tarde el sol de otoño penetra hasta el centro, triunfante, como la lanza de un arcángel. El Marqués de Bradomín lee un libro. Florisel, con la montera entre ambas manos, asoma en la puerta.

FLORISEL

¿Da su permiso?

EL MARQUES DE BRADOMIN

Adelante.

FLORISEL

Dice la señorita mi ama que me mande en cuanto se le ofrezca.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¿Tú sirves aquí en el palacio?

FLORISEL

Sí, señor.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¿Hace mucho tiempo?

FLORISEL

Va para dos años.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¿Y qué haces?

FLORISEL

Pues hago todo lo que me mandan.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¡Pareces un filósofo estoico!

FLORISEL

Y puede que lo parezca, sí, señor.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¿Fué la señorita quien te ha mandado venir?

FLORISEL

Sí, señor. Hallábame yo en la solana adeprendiéndole la riveirana á los mirlos nuevos, que los otros ya la tienen bien adeprendida, cuando la señorita bajó al jardín y me mandó venir.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¿Tú aquí eres el maestro de los mirlos?

FLORISEL

Sí, señor.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¿Y ahora, además, eres mi paje?

FLORISEL

Sí, señor.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¡Altos cargos!

FLORISEL

Sí, señor.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¿Y cuántos años tienes?

FLORISEL

Paréceme, paréceme que han de ser doce, pero no estoy cierto.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Antes de venir al palacio, ¿dónde estabas?

FLORISEL

Servía en la casa de Don Juan Manuel Montenegro, que es tío de la señorita.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¿Y qué hacías allí?

FLORISEL

Allí enseñaba al hurón.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¡Otro cargo palatino!

FLORISEL

Sí, señor.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¿Y cuántos mirlos tiene la señorita?

FLORISEL

Tan siquiera uno. Son míos... Cuando los tengo bien adeprendidos, se los vendo.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¿A quién se los vendes?

FLORISEL

Pues á la señorita, que me los merca todos. ¿No sabe que los quiere para echarlos á volar? La señorita desearía que silbasen la riveirana sueltos en el jardín, pero ellos se van lejos. Un domingo, por el mes de San Juan, venía yo acompañando á la señorita. Pasados los prados de Lantañón, vimos un mirlo que muy puesto en las ramas de un cerezo, estaba cantando la riveirana. Acuérdame que entonces dijo la señorita: Míralo, adónde se ha venido el caballero.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Es una historia digna de un romance. Tú mereces ser paje de una reina y cronista de un reinado.

FLORISEL

Hace falta suerte, que yo no tengo.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Di, ¿qué es más honroso, enseñar hurones, ó mirlos?

FLORISEL

Todo es igual.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¿Y cómo has dejado el servicio de Don Juan Manuel Montenegro?

FLORISEL

Porque ya tiene muchos criados. ¡Qué gran caballero es Don Juan Manuel! Dígole, que en el Pazo todos los criados le tenían miedo. Don Juan Manuel es mi padrino, y fué quien me trujo al palacio para que sirviese á la señorita.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¿Y dónde te iba mejor?

FLORISEL

Al que sabe ser humilde, en todas partes le va bien.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¡Es una réplica calderoniana! ¡También sabes decir sentencias! Ya no puede dudarse de tu destino: Has nacido para vivir en un palacio, educar mirlos, amaestrar los hurones, ser ayo de un príncipe y formar el corazón de un gran rey.

FLORISEL

Para eso, además de suerte, hacen falta muchos estudios.

OR la avenida de mirtos llega una sombra blanca: sus manos de fantasma tocan en los cristales del mirador. El jardín se esfuma en la vaga luz del crepúsculo. Los cipreses y los laureles cimbrean con augusta melancolía sobre las fuentes abandonadas, algún tritón cubierto de hojas borbotea á intervalos su risa quimérica, y el agua tiembla en la sombra con latido de vida misteriosa y encantada. Se oye una risa de plata que parece timbarse con el rumor de la fuente.

LA DAMA

¿Tienes ahí á Florisel?

EL MARQUES DE BRADOMIN

¿Florisel es el paje?

LA DAMA

Sí.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Parece bautizado por las hadas.

LA DAMA

Yo soy su madrina.

FLORISEL

¿Qué me mandaba?

LA DAMA

Que subas estas rosas. Todas son para ti, Xavier.

A sombra, que se esfuma detrás de los cristales, muestra su falda donde las rosas desbordan como el fruto ideal de unos amores que sólo floreciesen en los besos.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Estás desnudando el jardín.

LA DAMA

Algunas se han deshojado. ¡Míralas, qué lástima!

EL MARQUES DE BRADOMIN

Es el otoño que llega.

LA DAMA

¡Ah, qué fragancia!

UNDE en aquella frescura aterciopelada sus mejillas pálidas, y alza la cabeza y respira con delicia, cerrando los ojos y sonriendo, cubierto el rostro de rocío, como otra rosa, una rosa blanca. A modo de lluvia arroja sobre el Marqués de Bradomín las rosas deshojadas en su falda.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Volveremos á recorrer juntos el jardín y el Palacio.

LA DAMA

Como en otro tiempo, cuando éramos niños.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¡Hermosos y lejanos recuerdos!

LA DAMA

Cuando te fuiste, yo elegí este retiro para toda mi vida.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Es más poético que un convento.

LA DAMA

No te burles de mi pena, Xavier.

EL MARQUES DE BRADOMIN

No me burlo, Concha: solamente me sonrío, y una sonrisa es á veces más triste que las lágrimas.

LA DAMA

Yo sé eso. En esta hora de la tarde el jardín parece lleno de recogimiento.

EL MARQUES DE BRADOMIN

El jardín y el palacio tienen esa vejez señorial y melancólica de los lugares por donde en otro tiempo pasó la vida amable de la galantería y del amor. Bajo la fronda del laberinto, sobre las terrazas y en los salones, han florecido las risas y los madrigales, cuando las manos blancas que en los viejos retratos sostienen apenas los pañolitos de encaje iban deshojando las margaritas que guardan el cándido secreto de los corazones.

LA DAMA

¡Mis manos también las han deshojado!

EL MARQUES DE BRADOMIN

Y las hojas, al volar, te han dicho cuánto yo te quería.

LA DAMA

Me han engañado.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¡Divinas manos de Dolorosa!

LA DAMA

Manos de muerta.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Manos de princesa encantada, que han de guiarme en una amorosa peregrinación á través del palacio y del jardín.

LA DAMA

Como en otro tiempo, cuando yo te guiaba para que jugásemos, unas veces en la torre, otras en la biblioteca, otras en aquel mirador ya derruído que daba sobre las tres fuentes. ¡Tiempos aquellos en que nuestras risas locas y felices turbaban el recogimiento del palacio, y se desvanecían por los corredores oscuros, por los salones, por las antesalas!

EL MARQUES DE BRADOMIN

Y al abrirse lentamente las puertas de floreados herrajes, exhalábase del fondo de los salones el aroma lejano de otras vidas.

LA DAMA

¡Tú también te acuerdas! ¿Y te acuerdas de un salón que tiene de corcho el estrado? Allí nuestras pisadas no despertaban rumor alguno.

EL MARQUES DE BRADOMIN

En el fondo de los espejos el salón se prolongaba hasta el ensueño, como en un lago encantado, y los personajes de los retratos parecían vivir olvidados en una paz de siglos.

LA DAMA

¿Te acuerdas? ¿Y te acuerdas cuando nos cogíamos de la mano para saltar delante de las consolas y ver estremecerse los floreros cargados de rosas, y los fanales adornados con viejos ramajes y los candelabros?..

EL MARQUES DE BRADOMIN

¡También me acuerdo, Concha! Mi alma está cubierta de recuerdos, como ese viejo jardín está cubierto de hojas. Es el otoño que llega para todos. Concha, tú sonríes y en tu sonrisa siento el pasado, como un aroma entrañable de flores marchitas que trae alegres y confusas memorias.

AY un silencio. En la penumbra de la tarde las voces apagadas tienen un profundo encanto sentimental, y en la oscuridad crece el misterio de los rostros y de las sonrisas. Lentamente la dama alza su mano diáfana como mano de fantasma y toca la mano del Marqués de Bradomín.

LA DAMA

¿En qué piensas, Xavier?

EL MARQUES DE BRADOMIN

En el pasado, Concha.

LA DAMA

Tengo celos de él.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Es el pasado de nuestros amores.

LA DAMA

¡Qué triste pasado! Fué allá, en el fondo del laberinto, donde nos dijimos adiós.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Y, como ahora, los tritones de la fuente borboteaban su risa, aunque entonces tal vez nos haya parecido que lloraban.

LA DAMA

Todo el jardín estaba cubierto de hojas y el viento las arrastraba delante de nosotros con un largo susurro. Las últimas rosas de otoño empezaban á marchitarse y esparcían ese aroma indeciso que tiene la melancolía de los recuerdos. Nos sentamos en un banco de piedra. Ante nosotros se abría la puerta del laberinto, y un sendero, un solo sendero, ondulaba entre los mirtos como el camino de una vida solitaria y triste. ¡Mi vida desde entonces!

EL MARQUES DE BRADOMIN

¡Nuestra vida!

LA DAMA

Y todo permanece lo mismo y sólo nosotros hemos cambiado.

EL MARQUES DE BRADOMIN

No hemos podido ser como los tritones de la fuente, que en el fondo del laberinto aún ríen, con su risa de cristal, sin alma y sin edad.

LA DAMA

Te escribí que vinieses, porque entre nosotros ya no puede haber más que un cariño ideal... Y enferma como estoy, deseaba verte antes de morir. Y ahora me parece una felicidad estar enferma. ¿No lo crees? Es que tú no sabes cómo yo te quiero.

XHALA las últimas palabras como si fuesen suspiros, y con una mano se cubre los ojos. El Marqués de Bradomín besa aquella mano sobre el rostro, y después la aparta dulcemente. Los ojos, los hermosos ojos de enferma, llenos de amor, le miran sin hablar, con una larga mirada. Por la vieja avenida de mirtos que parece flotar en el rosado vapor del ocaso se ve venir al señor Abad de Brandeso.

EL ABAD

¡Vamos, Carabel! ¡Vamos, Capitán!

LA DAMA

Aquí tenemos al Abad de Brandeso.

EL ABAD

Saludo á mi ilustre feligresa y al no menos ilustre Marqués de Bradomín.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Señor Abad, cuántos años sin vernos. Yo le hacía á usted cuando menos canónigo.

EL ABAD

De esta madera se hacen, señor Marqués.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Y los papas también.

EL ABAD

Los papas yo no diré tanto. ¡Quieto, Carabel! ¡Quieto, Capitán!

EL MARQUES DE BRADOMIN

Y qué, hay todavía muchas perdices por esta tierra?

EL ABAD

Todavía hay algunas.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Usted siempre tan incansable cazador.

EL ABAD

Ya no soy aquel que era. Los años quebrantan peñas: Cuatro anduve por las montañas de Navarra con el fusil al hombro, y hoy me canso apenas salgo á dar un paseo con la escopeta y los perros. ¿Y qué se ha hecho el señor Marqués durante tantos años por esas tierras extranjeras? ¿Cómo no ha pensado en escribir un libro de sus viajes?

EL MARQUES DE BRADOMIN

Ya escribo mis memorias.

EL ABAD

¿Serán muy interesantes?

LA DAMA

Lo más interesante no lo dirá.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Digo sólo mis pecados.

EL ABAD

De nuestro ilustre Marqués se cuentan cosas verdaderamente extraordinarias. Las confesiones, cuando son sinceras, encierran siempre una gran enseñanza: recordemos las de San Agustín.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Yo no aspiro á enseñar, sino á divertir, señor Abad. Toda mi doctrina está en una sola frase. ¡Viva la bagatela! Para mí la mayor conquista de la humanidad es haber aprendido á sonreir.

LA DAMA

Yo creo que habremos sonreído siempre.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Es una conquista. Durante muchos siglos, los hombres fueron absolutamente serios. En la Historia hay épocas enteras en las cuales no se recuerda ni una sola sonrisa célebre. En la Biblia, Jehová no sonríe, y los patriarcas y los profetas tampoco.

EL ABAD

Ni falta que les hacía. Los patriarcas y los profetas por seguro que no habrían dicho Viva la bagatela, como nuestro ilustre Marqués.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Y en cambio cuando llegaba la ocasión, cantaban, bailaban y tocaban el arpa.

EL ABAD

Señor Marqués de Bradomín, procure usted no condenarse por bagatela.

LA DAMA

En el infierno debió haberse sonreído siempre. ¿No se dice sonrisa mefistofélica?

EL MARQUES DE BRADOMIN

El diablo ha sido siempre un ser superior.

LA DAMA

No le admiremos demasiado señor Marqués. Ese es el maniqueísmo. Ya se me alcanza que usted adopta ese hablar ligero para ocultar mejor sus propósitos.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¿Mis propósitos?

EL ABAD

La misión secreta que trae del Rey nuestro señor.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¿Una misión secreta? ¿De veras sospecha usted eso?

EL ABAD

Y conmigo, muchos. Yo comprendo que ciertas negociaciones deben ser reservadas, pero, á fe, no creía que eso rezase con un viejo veterano.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¡Pero, señor Abad! ¿cómo imagina usted que yo ande en una aventura tan loca?

LA DAMA

Por lo mismo que es loca.

EL ABAD

¿No sigue usted fiel á la Causa?

EL MARQUES DE BRADOMIN

Sí.

EL ABAD

Pues entonces...

EL MARQUES DE BRADOMIN

Señor Abad, yo soy carlista por estética. El carlismo tiene para mí la belleza de las grandes catedrales. Me contentaría con que lo declarasen monumento nacional.

EL ABAD

Confieso que no conocía esa clase de carlistas.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Los carlistas se dividen en dos grandes bandos: uno, yo, y el otro, los demás.

LA DAMA

¡Uno, tú!

EL MARQUES DE BRADOMIN

Y tú...

EL ABAD

Señor Marqués, usted está tocado de ese terrible gusano de la burla. ¡Volterianismos! ¡Volterianismos de la Francia! Palabra de honor, señor Marqués, ¿no trae usted una misión del Rey?

EL MARQUES DE BRADOMIN

Palabra de honor, señor Abad, no la traigo.

EL ABAD

Sin duda tienen razón los que dicen que el Abad de Brandeso es un iluso.

ONRÍE tristemente el blanco fantasma de la enferma. Se aparece allá en el fondo del mirador, con las manos cruzadas: Mira hacia el camino, un camino aldeano, solitario y luminoso bajo el sol que muere. Con romántica fatiga levanta su mano de sombra y señala á lo lejos.

LA DAMA

Xavier, mira allá un jinete.

EL MARQUES DE BRADOMIN

No veo nada.

LA DAMA

Ahora pasa La Fontela.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Sí, ya le veo.

LA DAMA

Es el tío Don Juan Manuel.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¡El magnífico hidalgo del Pazo de Lantañón!

LA DAMA

¡Pobre señor! Estoy segura que viene á verte.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Se ha detenido y nos saluda quitándose el chambergo.

A figura del hidalgo se alza en medio del camino con el montecristo flotante. El caballo relincha noblemente, y el viento mueve sus crines venerables. Es un caballo viejo, prudente, reflexivo y grave como un pontífice. Don Juan Manuel se levanta sobre los estribos y deja oir su voz de tronante fanfarria que despierta un eco lejano.

DON JUAN MANUEL

¡Sobrina! ¡Sobrina! Manda abrir la cancela del jardín.

LA DAMA

Xavier, dile tú que ya van.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¡Ya van! ¡Ya van!.. No me ha oído.

EL ABAD

El privilegio de hacerse entender á tal distancia es suyo no más.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¡Ya van!

LA DAMA

Calla, porque jamás confesará que te oye.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¡Ya van!

EL ABAD

Es inútil.

LA DAMA

Míralo, se inclina acariciando el cuello del caballo.

DON JUAN MANUEL

¡Sobrina! ¡Sobrina!

EL MARQUES DE BRADOMIN

¡Es magnífico!

LA DAMA

Vuelve el caballo hacia el camino, y se va...

EL ABAD

Sin duda le ha parecido que no acudían á franquearle la entrada con toda la presteza requerida.

DON JUAN MANUEL

¡Sobrina! No puedo detenerme... Voy á Viana del Prior... Tengo que apalear á un escribano.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¡De veras que es magnífico! Ya le tenía casi olvidado. ¡Y qué arrogante, á pesar de los años!

EL ABAD

Se conserva como cuando servía en la Guardia Noble de la Real Persona.

LA DAMA

Y si supieses qué existencia arrastra: Está casi en la miseria.

EL ABAD

Pero es siempre un gran señor. Vive rodeado de criados que no puede pagar, haciendo la vida de todos los mayorazgos campesinos: Chalaneando en las ferias, jugando en las villas y sentándose á la mesa de los curas en todas las fiestas.

LA DAMA

Desde que yo habito en este destierro es frecuente verle aparecer...

EL ABAD

También hace sus visitas á la rectoral. Ata su caballo á la puerta, y éntrase dando voces. Se hace servir vino, y bebe hasta dormirse en el sillón. Cuando se despierta, sea día ó noche, pide el caballo, y dando cabeceos sobre la silla, se vuelve á su Pazo de Lantañón.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Don Juan Manuel Montenegro es el último superviviente de una gran raza.

EL ABAD

Sí que lo es.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Hermano espiritual de aquellos aventureros hidalgos que se enganchaban en los tercios de Flandes ó de Italia por buscar lances de amor, de espada y de fortuna.

LA DAMA

Tú también eres de aquéllos.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Yo pude serlo, si no hubiera tenido la manía de leer. Los muchos libros son como los muchos desengaños: no dejan nada en el corazón.

LA DAMA

Dejan al menos los recuerdos, porque tú estás aquí.

EL ABAD

¡Carabel! ¡Capitán!

LA DAMA

¿Nos abandona usted, señor Abad?

EL ABAD

Por breves momentos, contando con su venia. Esta visita no es solamente para saludar á nuestro ilustre Marqués, lo es también para tomar un libro que recuerdo haber visto en la biblioteca del Palacio: «El Florilegio de Nuestra Señora»: una colección de sermones. Tengo encargo de predicar en la fiesta de Santa María de Andrade, que este año se celebra con gran solemnidad.

LA DAMA

La biblioteca entera está á su disposición.

EL ABAD

¡Gracias! ¡Mil gracias!

L Abad sale seguido de sus galgos como de dos acólitos, y en el corredor, ya oscuro, se desvanecen el balandrán y el cloqueo campesino de sus zuecos. Un reloj de cuco da las seis.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Ese reloj, sin duda, acuerda el tiempo del fundador.

LA DAMA

¡Qué temprano anochece! Las seis todavía.

L Marqués de Bradomín se acerca á la sombra romántica que se destaca sobre el fondo luminoso de una vidriera, y en silencio le besa una mano. Se oye un tenue suspirar.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¡Lloras!

LA DAMA

No debimos volver á vernos.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Lo que nunca debimos fué separarnos.

LA DAMA

Tú, cuándo tienes que irte?

EL MARQUES DE BRADOMIN

¿Yo? ¡Cuando tú me dejes!

LA DAMA

¡Ay!.. Cuando yo te deje. No te dejaría nunca. Si supieses la soledad de mi vida durante esos años tan largos que estuvimos sin vernos.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¡Mi pobre Concha! Una de esas vidas silenciosas y resignadas que miran pasar los días con una sonrisa triste y lloran de noche en la oscuridad.

LA DAMA

¡Es cierto!

EL MARQUES DE BRADOMIN

Y si yo te contase la mía.

LA DAMA

Tú no tienes que contarme la tuya. Mis ojos la han seguido desde lejos, y la saben toda. ¡Qué vida, Dios mío! Aquel pelo tan negro ya es todo blanco.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¡Ay, Concha, son las penas!

LA DAMA

No, ¡no son las penas!.. Otras cosas son! Tus penas no pueden igualarse á las mías, y yo no tengo blanca la cabeza.

ON una blandura lenta, de caricia sensual, la mano del Marqués de Bradomín retira el alfilerón de oro que sujeta la crencha de la dama, y la ola de seda olorosa y negra rueda sobre los hombros.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Ahora tu frente brilla como un astro bajo la crencha negra. ¿Te acuerdas cuando quería que me azotases con la madeja de tu pelo?

LA DAMA

Me acuerdo de todas tus locuras... Xavier, he recibido una carta, tengo que enseñártela.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¿Una carta? ¿De quién?

LA DAMA

De tu prima Isabel. Viene con las niñas.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¿Isabel Bendaña?

LA DAMA

Sí.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¿Pero tiene hijas Isabel?

LA DAMA

No, son mis hijas.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¡Tus hijas! En otro tiempo me querían mucho.

LA DAMA

Y tú también las querías.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¿Qué tienes?

LA DAMA

Nada.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¿Lloras?

LA DAMA

No.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Las pequeñas están con su padre.

LA DAMA

No. Las tengo educándose en el convento de la Enseñanza.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Ya serán unas mujeres.

LA DAMA

Sí, están muy altas.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Antes eran preciosas. No sé ahora.

LA DAMA

Como su madre.

EL MARQUES DE BRADOMIN

No, como su madre, nunca.

LA DAMA

Tienes razón. No quiera Dios hacerlas tan desgraciadas.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¡Qué distinta pudo haber sido nuestra vida! Hoy siento un cruel remordimiento por haberte escuchado cuando me suplicaste que te olvidase y que no te viese más. No comprendo cómo obedecí tu ruego. Fué sin duda porque vi tus lágrimas.

LA DAMA

No quieras engañarme una vez más. Yo creí siempre que volverías.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¿Por qué entonces me suplicaste que me fuese?

LA DAMA

No sé... Tal vez por eso.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Y no volví porque esperaba que tú me llamases. ¡Ah!.. El demonio del orgullo.

LA DAMA

No, no fué el orgullo. Fué otra mujer. Hacía mucho tiempo que me traicionabas con ella. ¡Cuando lo supe creí morir!

EL MARQUES DE BRADOMIN

¡Sin embargo, qué segura has estado siempre de mi cariño y cómo lo dice la carta con que me has llamado!

LA DAMA

No era de tu cariño, era de tu compasión. ¡Qué pena cuando adiviné por qué no habías vuelto! Pero no he tenido para ti un solo día de rencor.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Ya nada podrá separarnos.

LA DAMA

Nada... Pero tenemos que ser prudentes, Xavier. Si viene Isabel con mis hijas, soló te pido que á su llegada no te hallen aquí. Yo les diré que estás en Lantañón cazando con nuestro tío. Tú vienes una tarde, y sea porque hay tormenta, ó porque le tenemos miedo á los ladrones, te quedas aquí, como nuestro caballero. No te ofendes, ¿verdad?

EL MARQUES DE BRADOMIN

No.

LA DAMA

Sí que te ofendes. Desde ayer estoy dudando, sin atreverme á decírtelo.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¿Y tú crees que engañaremos á Isabel?

LA DAMA

No lo hago por Isabel, lo hago por mis pequeñas, que son unas mujercitas.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¡Y después, qué será lo que nos separe?

LA DAMA

¡Mi muerte! ¡Nada más que mi muerte! Tu amor tiene en mi alma raíces tan profundas como esos árboles que vemos desde aquí. Nada podrá separarnos, Xavier, nada, si no es tu olvido.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Desgraciadamente no sé olvidar.

US manos se estrechan en silencio. Están sentados en el fondo del mirador, desde donde distinguen el jardín iluminado por la luna, los cipreses mustios destacándose en el azul heráldico, coronados de estrellas, y una fuente negra con aguas de plata. En medio de aquel recogimiento resuenan en el corredor las madreñas de Florisel. El paje entra con una lámpara encendida.

FLORISEL

Santas y buenas noches.

LA DAMA

¡Ay!.. Llévate esa luz.

FLORISEL

Consideren que es malo tomar la luna.

N el fondo del jardín la fuente canta como un pájaro escondido y le cuenta á la luna su prisión en el laberinto. Una sombra cruza por delante de los cristales y la voz poderosa del hidalgo de Lantañón se eleva sobre el rumor de la fuente, despertando los ecos del jardín.

DON JUAN MANUEL

¡Sobrina! ¡Sobrina!

LA DAMA

¡Ahí está!.. Verás cómo viene á invitarnos para la fiesta, que es mañana.

ALE presurosa por una puerta de vieja tracería. Sobre el dintel, prisioneros en su jaula de cañas, silban una vieja riveirana los mirlos que cuida Florisel. En el silencio del anochecer aquel ritmo, alegre y campesino, evoca el recuerdo de las felices danzas célticas á la sombra de los robles.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¿Por qué es malo tomar la luna, Florisel?

FLORISEL

Ya lo sabe el señor mi Marqués.

EL MARQUES DE BRADOMIN

No lo sé.

FLORISEL

Por las brujas.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Deja entonces la luz. Oye, ¿quieres acompañarme al Pazo de Lantañón?

FLORISEL

¿Tiene pensado ir allá el señor mi Marqués?

EL MARQUES DE BRADOMIN

Hoy mismo.

FLORISEL

¡No estará como en el Pazo de Brandeso! Cierto que en toda esta tierra no se halla un caballero como el señor padrino.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¿Pues entonces?..

FLORISEL

Pero no hay allí un horno de pan siempre lleno.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Eres un sabio, Florisel. Vete.

L Marqués de Bradomín, con una vaga sonrisa en los labios irónicos, coge el libro donde leía al comienzo de la tarde, y se sienta cerca de la lámpara. Florisel, sale apagando el ruido de sus madreñas, y al abrir la puerta surge en la sombra la prócer figura del viejo Mayorazgo de Lantañón.

DON JUAN MANUEL

¿Dónde se halla el Marqués de Bradomín? Mala tarde, sobrino.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¡Mala, tío!

DON JUAN MANUEL

¿Tú leyendo? Sobrino, lo mejor para quedarse ciego. ¡Sabes que es nieve lo que cae!

EL MARQUES DE BRADOMIN

¿Llegó usted hasta Viana?

DON JUAN MANUEL

No. Llegué hasta mis molinos, que están ahí cerca. Recordé que tenía que sacar de pila á uno de los hijos del molinero. Con ese son cincuenta y siete los ahijados que tengo.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¿Al escribano de Viana no le ha visto usted?

DON JUAN MANUEL

No... Pero está sentenciado. ¿Y qué librote es ese? Sobrino, has heredado la manía de tu abuelo, que también se pasaba los días leyendo. ¡Así se volvió loco!

EL MARQUES DE BRADOMIN

Yo por ahora me defiendo.

DON JUAN MANUEL

Pero no hay que fiarse. Vive Dios que vengo aterido. ¡Marqués de Bradomín, se acabó la sangre de Cristo en el palacio de Brandeso?

EL MARQUES DE BRADOMIN

Presumo que no. Voy á llamar.

DON JUAN MANUEL

No te muevas. Andará por ahí algún criado. ¡Arnelas!.. ¡Florisel!.. ¡Brión!.. Uno cualquiera.

EL MARQUES DE BRADOMIN

No habrán oído.

DON JUAN MANUEL

¡Cómo! ¿Crees tú eso posible?

FLORISEL

¿Qué mandaba, señor padrino?

LORISEL posa en el suelo del umbral su monterilla de paño pardo, y presuroso y humilde corre á besar la mano del viejo linajudo que, con empaque de protección soberana, acaricia la tonsurada cabeza del rapaz.

DON JUAN MANUEL

Súbeme del tinto que se coge en La Fontela. Ya ves cómo habían oído, Marqués de Bradomín... Te aseguro que ese vino de La Fontela es el mejor vino de la comarca. ¿Tú conoces el del Condado? El de La Fontela es mejor. Y si lo hiciesen escogiendo la uva, sería el mejor del mundo. ¡Ese vino! ¿O acaso están haciendo la vendimia?

FLORISEL

Voy, señor padrino.

UELVEN á resonar en el corredor las madreñas del paje, que aparece todo trémulo, con un jarro talavereño que coloca sobre la mesa. Don Juan Manuel se despoja del montecristo, y toma asiento en un sillón.

DON JUAN MANUEL

¿Tú vas á catarlo?

EL MARQUES DE BRADOMIN

Ya lo he catado.

DON JUAN MANUEL

¿Y cuál es tu opinión?

EL MARQUES DE BRADOMIN

¡La de usted!

DON JUAN MANUEL

Muchos así debía beberse mi sobrina. No estaría entonces como está. ¿La habrás hallado muy acabada?

L Marqués de Bradomín insinúa un gesto sentimental, y el viejo linajudo vuelve á llenarse el vaso. Casi al mismo tiempo una mano invisible empuja la puerta, que se abre lentamente, y sobre la negrura del fondo albea el ropón monacal de la Señora del Palacio.

LA DAMA

El tío Don Juan Manuel quiere que le acompañes. ¿Te lo ha dicho? Mañana es la fiesta del Pazo, San Rosendo de Lantañón. Dice el tío que te recibirán con palio.

DON JUAN MANUEL

Ya sabes que desde hace tres siglos es privilegio de los Marqueses de Bradomín ser recibido con palio en las feligresías de San Rosendo de Lantañón, Santa Baya de Cristanilde y San Miguel de Deiro. Los tres curatos son presentación de tu casa. ¿Me equivoco, sobrino?

EL MARQUES DE BRADOMIN

No se equivoca usted, tío.

LA DAMA

No le pregunte usted. Es un dolor, pero el último Marqués de Bradomín no sabe una palabra de esas cosas.

DON JUAN MANUEL

Eso lo sabe. Debe saberlo.

LA DAMA

Estoy segura que ni siquiera conoce el origen de la casa de Bradomín.

DON JUAN MANUEL

No hagas caso. Tu prima quiere indignarte.

LA DAMA

¡Supiera al menos cómo se compone el blasón de la noble casa de Montenegro!

DON JUAN MANUEL

¡Eso lo saben los niños más pequeños!

EL MARQUES DE BRADOMIN

¡Como que es el más ilustre de los linajes españoles!

DON JUAN MANUEL

Españoles y tudescos, sobrino. Los Montenegros de Galicia descendemos de una emperatriz alemana. Es el único blasón español que lleva metal sobre metal: espuelas de oro en campo de plata. El linaje de Bradomín también es muy antiguo. Pero entre todos los títulos de tu casa, Marquesado de San Miguel, Condado de Barbanzón y Señorío de Padín, el más antiguo y esclarecido es el señorío. Se remonta hasta Don Roldán, uno de los doce pares. Don Roldán ya sabéis que no murió en Roncesvalles, como dicen las Historias.

EL MARQUES DE BRADOMIN

Yo confieso que no sabía nada.

LA DAMA

Sí, señor.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¡Ah! ¿Tú lo sabías? Es sin duda un secreto de familia.

LA DAMA

¡Naturalmente!

DON JUAN MANUEL

Como yo también desciendo de Don Roldán, por eso conozco bien esas cosas. Don Roldán pudo salvarse, y en una barca llegó hasta la Isla de Sálvora, y atraído por una Sirena, naufragó en aquella playa, y tuvo de la Sirena un hijo que, por serlo de Don Roldán, se llamó Padín, y viene á ser lo mismo que Paladín. Ahí tienes por qué una Sirena abraza y sostiene tu escudo en la iglesia de Lantañón. Puesto que tienes la manía de leer, en el Pazo te daré un libro antiguo, pero de letra grande y clara, donde todas estas historias están contadas muy por largo. Pero, si hemos de irnos, vámonos aprovechando este claro del tiempo.

EL MARQUES DE BRADOMIN

No sé si está mi yegua ensillada. ¿Usted monta un caballo?

DON JUAN MANUEL

Sí, pero no te asustes por eso. Mi caballo lo tuvo catorce años el Abad de Andrade, y cumple el voto de castidad mejor que su antiguo amo. ¡Adiós, sobrina!

LA DAMA

¡Adiós, tío! ¡Xavier! ¿hasta cuándo?

EL MARQUES DE BRADOMIN

Tú que me destierras debes decirme cuándo puedo volver.

LA DAMA

Si ellos llegan hoy, tú mañana mismo. Ya lo sabes.

ABÍA salido el viejo linajudo, y la dama, furtiva y amorosa, se alza en la punta de los pies para alcanzar los labios del Marqués de Bradomín.

EL MARQUES DE BRADOMIN

¡Mi vida!

LA DAMA

¿Vendrás mañana, Xavier?

EL MARQUES DE BRADOMIN

Sí.

LA DAMA

¿Me lo juras?

EL MARQUES DE BRADOMIN

Sí.

RAS los cristales del mirador, el jardín aparece lleno de sombra, y en el cielo, triste y otoñal, se perfila la luna como borrosa moneda de plata. Al pie de la fuente, un criado espera con los caballos del diestro. Se ve la figura de Don Juan Manuel que baja por un tortuoso camino de mirtos. El Marqués de Bradomín se desprende blandamente de la dama y sale. La dama, apoyada en el arco de la puerta, le despide agitando su mano blanca. Después, cuando la sombra se desvanece en la noche del jardín, sale á la escalinata para seguir viéndola un momento más. En la otra puerta, aquella que comunica con el palacio, aparece el Abad de Brandeso.

EL ABAD

¿Da su permiso mi ilustre amiga doña María de la Concepción? ¿Da su permiso mi ilustre..?

LA DAMA

Adelante, señor Abad. ¿Por qué se detiene en la puerta? ¿Ha encontrado usted el libro que buscaba?

EL ABAD

Después de mucho revolver, al cabo di con él.

LA DAMA

¿No se lo lleva usted?

EL ABAD

Solamente quería compulsar una cita.

LA DAMA

¡Yo suponía que se había usted ido cuánto hace!

EL ABAD

¡Cómo, sin despedirme de usted y de nuestro Marqués!

LA DAMA

¡Nuestro Marqués es el que acaba de irse! Mañana es San Rosendo de Lantañón, y el tío Don Juan Manuel vino á invitarle.

EL ABAD

¡Aquí, Carabel! ¡Aquí, Capitán! Ese viaje me afirma en mis sospechas, porque yo creo siempre que trae una misión del Rey.

LA DAMA

¿No le ha oído usted?

EL ABAD

A pesar de sus protestas. ¿Usted lo duda?

LA DAMA

No lo dudo... Lo sé.

EL ABAD

¡Que la trae!

LA DAMA

Que no, señor Abad.

EL ABAD

En tal supuesto...

LA DAMA

Sé todo lo que va usted á decirme.

EL ABAD

Ya no es un caso de conciencia donde el bien de la Iglesia debe considerarse antes que ninguna otra cosa. La estancia del señor Marqués de Bradomín en el palacio de Brandeso...

LA DAMA

Cuanto usted pueda decirme, cuanto me he dicho yo. Pero le quiero, él es mi vida, y su ausencia me mataba. He procurado olvidarle. Hubiera querido envejecer en una noche, despertarme un día arrugada, caduca, de cien años, con el corazón frío! Y mi pobre corazón, cada amanecer más lleno de su amor, sólo vivía de recuerdos!..

EL ABAD

Y después de haber sufrido y resistido tanto, bastó una hora de depresión aprovechada por Satanás...

LA DAMA

No, después de haber sufrido tanto, quise ser feliz, y ahora nada hay que pueda hacerme renunciar á mi amor.

DOÑA MALVINA

Señorita, la noche se queda muy oscura. ¿Le parece que vaya alguno de los criados con un farol al desembarcadero del río, para esperar á las niñas?

LA DAMA

¿A qué hora llegará la barca?

DOÑA MALVINA

Ayer llegó muy de noche.

EL ABAD

Tiene mejor viento que ayer. ¿Vienen hoy las niñas?

LA DAMA

Hoy las espero. Hace ya dos días que están en Viana con su padre.

E oyen los ladridos de un perro, y se divisa una sombra que adelanta por el jardín. Trae un faro en la mano, y la humosa llama de aceite tras los vidrios empañados, ilumina con temblona claridad aquel sendero entre viejos mirtos, y los pies descalzos del hombre que llega. Es una figura negra que apenas se destaca sobre el fondo misterioso del jardín. Los ladridos del perro le hacen detenerse, y explora en torno con el farol en alto. Toda la figura se ilumina: El traje de aguas y el sudeste con que cubre su cabeza le anuncian como un marinero.

EL MARINERO

¡Hagan favor de atar el perro!

DOÑA MALVINA

¿Quién es?

EL MARINERO

Abelardo, el patrón de la barca.

LA DAMA

¿Quién ha dicho? ¡Ya están ahí!..

DOÑA MALVINA

No vienen las niñas.

EL ABAD

Habrán temido al mal tiempo.

EL MARINERO

¡Santas y buenas noches tenga la señora y la compañía!

LA DAMA

¿Cómo no han venido mis hijas?

EL MARINERO

Cuando ya ibamos á largar llegó un criado mozo con esta carta.

L mismo tiempo que habla, el marinero se descubre y del sudeste saca la carta que entrega á la señora. Doña Malvina acerca el velón, y alumbra mientras lee la dama.

LA DAMA

«Mamá Concha: No vamos, porque está papá muy grave, que le ha repetido el ataque y dicen que no debemos abandonarlo en estos momentos. Nosotras, las dos, tenemos muchos deseos de verte. Como aquí estamos solas, y ni siquiera conocemos á los criados, no hacemos sino llorar. Papá no habla, y dicen que no conoce á nadie; pero á nosotras nos mira con unos ojos tan tristes que parece que nos conoce.» ¡Pobres hijas! ¡Lo que estarán sufriendo, allí solas las dos! ¡Mis ángeles queridos! ¿Cuándo sales con la barca?

EL MARINERO

Ahora. Apenas si nos queda marea.

DOÑA MALVINA

¿Quiere usted que vaya yo al lado de las niñas?

LA DAMA

Quiero ir yo.

DOÑA MALVINA

¡Usted, señorita!

EL ABAD

Es un deber de madre, y también de esposa.

LA DAMA

¿Y acaso puedo yo volver á entrar en aquella casa? ¡Qué hacer, Dios mío!.. ¡Pobres hijas, solas al lado de su padre que se muere! ¡Y tal vez maldiciéndome! Iré, iré, aun cuando hayan de arrojarme los criados.

ALE en medio de un aguacero, cubierta con largo capuchón. Todos la siguen, y como una procesión de sombras se les ve alejarse por el jardín, entre los altos mirtos. Desaparecen con la luz del farol, y el perro sigue ladrando en la noche.

ASÍ TERMINA LA JORNADA SEGUNDA

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