ESCENA DECIMATERCIA

Velorio en un sotabanco. MADAMA COLLET y CLAUDINITA, desgreñadas y

macilentas, l oran al muerto, ya tendido en la angostura de la caja, amortajado con una sábana, entre cuatro velas. Astil ando una tabla, el bril o de un clavo aguza su punta sobre la sien inerme. U caja, embetunada de luto por fuera, y por dentro de tablas de pino sin labrar ni pintar, tiene una sórdida esteril a que amaril ea. Está posada sobre las baldosas, de esquina a esquina, y las dos mujeres, que l oran en los ángulos, tienen en las manos cruzadas el reflejo de las velas. DORIO DE GADEX, CLARINITO y

PÉREZ, arrimados a la pared, son tres fúnebres fantoches en hilera. Repentinamente, entrometiéndose en el duelo, cloquea un rajado repique, la campanil a de la escalera.

DORIO DE GADEX.- A las cuatro viene la funeraria.

CLARINITO.- No puede ser esa hora.

DORIO DE GADEX.- ¿Usted no tendrá reloj, Madama Collet?

MADAMA COLLET.- ¡Que no me lo lleven todavía! ¡Que no me lo lleven!

PÉREZ.- No puede ser la funeraria.

DORIO DE GADEX.- ¡Ninguno tiene reloj! ¡No hay duda que somos unos potentados!

CLAUDINITA, con andar cansado, trompicando, ha salido para abrir la puerta. Se

oye rumor de voces y la tos de DON LATINO DE HISPALIS. La tos clásica del tabaco y del aguardiente.

DON LATINO.- ¡Ha muerto el Genio! ¡No llores, hija mía! í Ha muerto y no ha muerto

... ! ¡El Genio es inmortal ... ! ¡Consuélate, Claudinita, porque eres la hija del primer poeta español! ¡Que te sirva de consuelo saber que eres la hija de Víctor Hugo! ¡Una huérfana ilustre! ¡Déjame que te abrace!

CLAUDINITA.- ,Usted está borracho!

DON LATINO.- Lo parezco. Sin duda lo parezco. ¡Es el dolor!

CLAUDINITA.- ¡Si tumba el vaho de aguardiente!

DON LATINO.- ¡Es el dolor! ¡Un efecto del dolor, estudiado científicamente por los

alemanes!

DON LATINO tambaléase en la puerta, con el cartapacio de las revistas en bandolera y el perril o sin rabo N, sin orejas, entre las cañotas. Trae los espejuelos alzados sobre la ' frente y se limpia los ojos chispones con un pañuelo mugriento.

CLAUDINITA.- Viene a dos velas.

DORIO DE GADEX.- Para el funeral. í Siempre correcto!

DON LATINO.- Max , hermano mío, si menor en años...

DORIO DE GADEX.- Mayor en prez. Nos adivinamos.

DON LATINO.- ¡Justamente! Tú lo has dicho, bellaco.

DORIO DE GADEX.- Antes lo había dicho el Maestro.

DON LATINO.- ¡Madama Collet, es usted una viuda ilustre, y en medio de su intenso

dolor debe usted sentirse orgullosa de haber sido la compañera del primer poeta

español! ¡Murió pobre, como debe morir el Genio! i MAX.- , ya no tienes una palabra

para tu perro fiel! MAX.- , hermano mío, si menor en años, mayor en...

DORIO DE GADEX.- ¡Prez!

DON LATINO.- Ya podías haberme dejado terminar, majadero. ¡Jóvenes modernistas,

ha muerto el Maestro, y os llamáis todos de tú en el Parnaso Hispano-Americano! ¡Yo

tenía apostado con este cadáver frío sobre cuál de los dos emprendería primero el viaje, y me ha vencido en esto como en todo! ¡Cuántas veces cruzamos la misma apuesta! ¿Te

acuerdas, hermano? ¡Te has muerto de hambre, corno yo voy a morir, como moriremos

todos los españoles dignos! ¡Te habían cerrado todas las puertas, y te has vengado

muriéndote de hambre! ¡Bien hecho! ¡Que caiga esa vergüenza sobre los cabrones de la Academia! ¡En España es un delito el talento!

DON LATINO se dobla y besa la frente del muerto. El perril o, a los pies de la caja, entre el reflejo inquietante de las velas, agita el muñón del rabo. MADAMA COLLET

levanta la cabeza con un gesto doloroso dirigido a los tres fantoches en hilera.

MADAMA COLLET.- ¡Por Dios, llévenselo ustedes al pasillo!

DORIO DE GADEX.- Habrá que darle amoniaco. ¡La trae de alivio!

CLAUDINITA.- ¡Pues que la duerma! ¡Le tengo una hincha!

DON LATINO.- ¡Claudinita! ¡Flor temprana!

CLAUDINITA.- ¡Si papá no sale ayer tarde, está vivo!

DON LATINO.- ¡Claudinita, me acusas injustamente! ¡Estás ofuscada por el dolor!

CLAUDINITA.- ¡Golfo! ¡Siempre estorbando!

DON LATINO.- ¡Yo sé que tú me quieres!

DORIO DE GADEX.- Vamos a darnos unas vueltas en el corredor, Don Latino.

DON LATINO.- ¡Vamos! ¡Esta escena es demasiado dolorosa!

DORIO DE GADEX.- Pues no la prolonguemos.

DORIO DE GADEX empuja al encurdado vejete y le va l evando hacia la puerta. El

perril o salta por encima de la caja .v los sigue, dejando en el salto torcida una vela.

En la fila de fantoches pegados a la pared queda un hueco l eno de sugestiones.

DON LATINO.- Te convido a unas tintas. ¿Qué dices?

DORIO DE GADEX.- Ya sabe usted que soy un hombre complaciente, Don Latino.

Desaparecen en la rojiza penumbra del corredor, largo y triste, con el gato al pie del botijo y el reflejo almagreño de los baldosines. CLAUDINITA los ve salir encendidos de ira los ojos. Después se hinca a l orar con una crisis nerviosa y muerde el pañuelo que estruja entre las manos.

CLAUDINITA.- ¡Me crispa! ¡No puedo verlo! ¡Ese hombre es el asesino de papá!

MADAMA COLLET.- ¡Por Dios, hija, no digas demencias!

CLAUDINITA.- El único asesino. ¡Le aborrezco!

MADAMA COLLET.- Era fatal que llegase este momento, y sabes que lo

esperábamos... Le mató la tristeza de verse ciego... No podía trabajar y descansa.

CLARINITO.- Verá usted cómo ahora todos reconocen su talento.

PÉREZ.- Ya no proyecta sombra.

MADAMA COLLET.- Sin el aplauso de ustedes, los jóvenes que luchan pasando mil

miserias, hubiera estado solo estos últimos tiempos.

CLAUDINITA.- ¡Más solo que estaba!

PÉREZ.- El Maestro era un rebelde como nosotros.

MADAMA COLLET.- ¡Max , pobre amigo, tú solo te mataste! ¡Tú, solamente, sin

acordar de estas pobres mujeres! ¡Y toda la vida has trabajado para matarte!

CLAUDINITA.- ¡Papá era muy bueno!

MADAMA COLLET.- ¡Sólo fue malo para sí!

Aparece en la puerta un hombre alto, abotonado, escueto, grandes barbas rojas de judío anarquista y ojos envidiosos, bajo el testuz de bisonte obstinado. Es un fripón periodista alemán, fichado en los registros policiacos como anarquista ruso y conocido por el fálso nombre de BASILIO SOULINAKE.

BASILIO SOULINAKE.- ¡Paz a todos!

MADAMA COLLET.- ¡Perdone usted, Basilio! ¡No tenemos siquiera una silla que

ofrecerle!

BASILIO SOULINAKE.-¡Oh! No se preocupe usted de mi persona. De ninguna

manera. No lo consiento, Madama Collet. Y me dispense usted a mí si llego con algún

retraso, como la guardia valona, que dicen ustedes siempre los españoles. En la taberna donde comemos algunos emigrados eslavos, acabo de tener la referencia de que había

muerto mi amigo Máximo Estrella. Me ha dado el periódico el chico de Pica Lagartos.

¿La muerte vino de improviso?

MADAMA COLLET.- ¡Un colapso! No se cuidaba.

BASILIO SOULINAKE.- ,Quién certificó la defunción? En España son muy buenos los

médicos, y como los mejores de otros países. Sin embargo, una autoridad

completamente mundial les falta a los españoles. No es como sucede en Alemania. Yo

tengo estudiado durante diez años medicina, y no soy doctor. Mi primera impresión al entrar aquí ha sido la de hallarme en presencia de un hombre dormido, nunca de un

muerto. Y en esa primera impresión me empecino, como dicen los españoles. Madama

Collet, tiene usted una gran responsabilidad. ¡Mi amigo MAX.- Estrella no está

muerto! Presenta todos los caracteres de un interesante caso de catalepsia.

MADAMA COLLET y CLAUDINITA se abrazan con un gran gri . to, repentinamente

aguzados los ojos, manos crispadas, revolantes sobre la frente las sortijil as del pelo.

SEÑA FLORA, la portera, l ega acezando: La pregonan el resuel o NI sus chancletas.

LA PORTERA.- ¡Ahí está la carroza! ¿Son ustedes suficientes para bajar el cuerpo del finado difunto? Si no lo son, subirá mi esposo.

CLARINITO.- Gracias, nosotros nos bastamos.

BASILIO SOULINAKE.- Señora portera, usted debe comunicarle al conductor del

coche fúnebre, que se aplaza el sepelio. Y que se vaya con viento fresco. ¿No es así como dicen ustedes los españoles?

MADAMA COLLET.- ¡Que espere ... ! Puede usted equivocarse, Basilio.

LA PORTERA.- ¡Hay bombines y javiques en la calle, y si no me engaño, un coche de

galones! ¡Cuidado lo que es el mundo, parece el entierro de un concejal! ¡No me

pensaba yo que tanto representaba el finado! ¿Madama Collet, qué razón le doy al

gachó de la carroza? ¡Porque ese tío no se espera! Dice que tiene otro viaje en la calle de Carlos Rubio.

MADAMA COLLET.- ¡ Válgame Dios! ¡Yo estoy incierta!

LA PORTERA.- ¡Cuatro Caminos! ¡Hay que ver, más de una legua y no le queda tarde!

CLAUDINITA.- ¡Que se vaya! ¡Que no vuelva!

MADAMA COLLET.- Si no puede esperar... Sin duda...

LA PORTERA.- Le cuesta a usted el doble, total por tener el fiambre unas horas más en casa. ¡Deje usted que se lo lleven, Madama Collet!

MADAMA COLLET.- ¡Y si no estuviese muerto!

LA PORTERA.- ¿Que no está muerto? Ustedes sin salir de este aire no perciben la

corrupción que tiene.

BASILIO SOULINAKE.- ¿Podría usted decirme, señora portera, si tiene usted hecho

estudios universitarios acerca de medicina? Si usted los tiene, yo me callo y no hablo más. Pero si usted no los tiene, me permitirá de no darle beligerancia, cuando yo soy a decir que no está muerto, sino cataléptico.

LA PORTERA.- ¡Que no está muerto! ¡Muerto y corrupto!

BASILIO SOULINAKE.- Usted, sin estudios universitarios, no puede tener conmigo

controversia. La democracia no excluye las categorías técnicas, ya usted lo sabe, señora portera.

LA PORTERA.- ¡Un rato largo! ¿Con que no está muerto? ¡Habría usted de estar como

él! Madama Collet, ¿tiene usted un espejo? Se lo aplicamos a la boca y verán ustedes cómo no lo alienta.

BASILIO SOULINAKE.- ¡Esa es una comprobación anticientífica! Como dicen

siempre ustedes todos los españoles: Un me alegro mucho de verte bueno. ¿No es así

como dicen?

LA PORTERA.- Usted ha venido aquí a dar un mitin y a soliviantar con alicantinas a

estas pobres mujeres, que harto tienen con sus penas y sus deudas.

BASILIO SOULINAKE.- Puede usted seguir hablando, señora portera. Ya ve usted que

yo no la interrumpo.

Aparece en el marco de la puerta el cochero de la carroza fúnebre: Narices de

borracho, chistaron viejo con escarapela, casaca de un luto raído, peluca de estopa y canil ejas negras.

EL COCHERO.- ¡Que son las cuatro y tengo otro parroquiano en la calle de Carlos

Rubio!

BASILIO SOULINAKE.- Madama Collet, yo me hago responsable, porque he visto y

estudiado casos de catalepsia en los hospitales de Alemania. ¡Su esposo de usted, mi amigo y compañero MAX.- Estrella, no está muerto!

LA PORTERA.- ¿Quiere usted no armar escándalo, caballero? Madama Collet, ¿dónde

tiene usted un espejo?

BASILIO SOULINAKE.- ¡Es una prueba anticientífica!

EL COCHERO.- Póngale usted un mixto encendido en el dedo pulgar de la mano. Si se

consume hasta el final, está tan fiambre como mi abuelo. ¡Y perdonen ustedes si he

faltado!

EL COCHERO fúnebre arrima la fusta a la pared y rasca una ceril a. Acucándose ante el ataúd, desenlaza las manos del muerto y vuelve una por la palma amaril enta. En la yema del pulgar le pone la ceril a luciente, que sigue ardiendo y agonizando.

CLAUDINITA, con un grito estridente, tuerce los ojos y comienza a batir la cabeza contra el suelo.

CLAUDINITA.- ¡Mi padre! ¡Mi padre! ¡Mi padre querido!

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