ACTO TERCERO

Salen AURORA y el MARQUÉS

AURORA: Yo te he dicho la verdad.

MARQUÉS: No es posible persuadirme.

Mira si nos oye alguno,

y mira bien lo que dices.

AURORA: Para pedirte consejo,

quise, Marqués, descubrirte

esta maldad.

MARQUÉS: ¿De qué suerte

ver a Casandra pudiste

con Federico?

AURORA: Esté atento.

Yo te confieso que quise

al conde, de quien lo fue,

más traidor que el griego Ulises.

Creció nuestro amor el tiempo;

mi casamiento previne,

cuando fueron por Casandra

en fe de palabras firmes, si lo son las de los hombres,

cuando sus iguales sirven.

Fue Federico por ella,

de donde vino tan triste,

que en proponiéndole el duque

lo que de los dos le dije,

se disculpó con tus celos.

Y como el Amor permite,

que, cuando camina poco,

fingidos celos le piquen,

díselos contigo, Carlos;

pero el mismo efecto hice

que en un diamante; que celos

donde no hay amor, no imprimen.

Pues viéndome despreciada

y a Federico tan libre,

di en inquirir la ocasión;

y como celos son linces

que las paredes penetran,

a saber la causa vine.

En correspondencia tiene,

sirviéndole de tapices retratos, vidrios y espejos,

dos iguales camarines

el tocador de Casandra;

y como sospechas pisen

tan quedo, dos cuadras antes

miré y vi, ¡caso terrible!

en el cristal de un espejo

que el conde las rosas mide

de Casandra con los labios.

Con esto, y sin alma, fuime,

donde lloré mi desdicha

y la de los dos; que viven,

ausente el duque, tan ciegos,

que parece que compiten

en el amor y el desprecio,

y gustan que se publique

el mayor atrevimiento

que pasara entre gentiles,

o entre los desnudos cafres

que lobos marinos visten.

Parecióme que el espejo

que los abrazos repite, por no ver tan gran fealdad

oscureció los alindes;

pero, más curioso Amor,

la infame empresa prosigue,

donde no ha quedado agravio

de que no me certifique.

El duque dicen que viene

victorioso, y que le ciñen

sacros laureles la frente

por las hazañas felices

con que del Pastor de Roma

los enemigos reprime.

Dime. ¿Qué tengo de hacer

en tanto mal? Que me afligen

sospechas de mayor daño,

si es verdad que me dijiste

tantos amores con alma;

aunque soy tan infelice,

que parecerás al conde

en engañarme o en irte.

MARQUÉS: Aurora, la muerte sola

es sin remedio, invencible, y aun a muchos hace el tiempo

en el túmulo fenixes;

porque dicen que no mueren

los que por su fama viven.

Dile que te case al duque;

que, como el sí me confirmes,

con irnos los dos a Mantua,

no hayas miedo que peligres.

Que si se arroja en el mar,

con el dolor insufrible

de los hijos que le quitan

los cazadores, el tigre,

cuando no puede alcanzarlos,

¿qué hará el ferrarés Aquiles

por el honor y la fama?

¿Cómo quieres que se limpie

tan fea mancha sin sangre,

para que jamás se olvide,

si no es que primero el cielo

sus libertades castigue,

y por gigantes de infamia

con vivos rayos fulmine?

Este consejo te doy.

AURORA: Y de tu mano le admite

mi turbado pensamiento.

MARQUÉS: Será de la nueva Circe

el espejo de Medusa,

el cristal en que la viste.

Salen FEDERICO y BATIN

FEDERICO: ¿Qué no ha querido esperar que salgan a recibirle?

BATIN: Apenas de Mantua vio

los deseados confines,

cuando dejando la gente,

y aun sin querer que te avisen,

tomó caballos y parte.

Tan mal el amor resiste,

y los deseos de verte;

que aunque es justo que le obligue

la duquesa, no hay amor

a quien el tuyo no prive.

Eres el sol de sus ojos,

y cuatro meses de eclipse le han tenido sin paciencia.

Tú, conde, el triunfo apercibe

para cuando todos vengan;

que las escuadras que rige

han de entrar con mil trofeos,

llenos de dorados timbres.

FEDERICO: Aurora, ¿siempre a mis ojos con el Marqués?

AURORA: ¡Qué donaire!

FEDERICO: ¿Con ese tibio desaire

respondes a mis enojos?

AURORA: Pues, ¿qué maravilla ha sido el darte el marqués cuidado?

Parece que has despertado

de cuatro meses dormido.

MARQUÉS: Yo, señor conde, no sé

ni he sabido que sentís

lo que agora me decís;

que a Aurora he servido en fe

de no haber competidor,

y más como vos lo fuera, a quien humilde rindiera

cuanto no fuera mi amor.

Bien sabéis que nunca os vi

servirla; mas siendo gusto

vuestro que la deje es justo,

que mucho mejor que en mí

se emplea en vos su valor.

Vase el MARQUÉS

AURORA: ¿Qué es esto que has intentado?

O, ¿qué frenesí te ha dado

sin pensamiento de amor?

¿Cuántas veces al marqués

hablando conmigo viste,

desde que diste en ser triste,

y mucho tiempo después?

Y aun no volviste a mirarme,

cuanto más a divertirme.

¿Agora celoso y firme,

cuando pretendo casarme?

Conde, ya estás entendido.

Déjame casar, y advierte que antes me daré la muerte,

que ayudar lo que has fingido.

Vuélvete, conde, a estar triste,

vuelve a tu suspensa calma;

que tengo muy en el alma

los desprecios que me hiciste.

Ya no me acuerdo de ti.

¿Invenciones? Dios me guarde.

Por tu vida, que es muy tarde

para valerte de mí.

Vase AURORA

BATIN: ¿Qué has hecho?

FEDERICO: No sé, por Dios.

BATIN: Al emperador Tiberio

pareces, si no hay misterio

en dividir a los dos.

Hizo matar su mujer,

y habiéndose ejecutado,

mandó, a la mesa sentado,

llamarla para comer.

Y Mesala fue un romano que se le olvidó su nombre.

FEDERICO: Yo me olvido de ser hombre.

BATIN: O eres como aquel villano

que dijo a su labradora,

después que de estar casados

eran dos años pasados:

"¡Ojinegra es la señora!"

FEDERICO: ¡Ay, Batín, que estoy turbado y olvidado desatino!

BATIN: Eres como el vizcaíno

que dejó el macho enfrenado,

y viendo que no comía,

regalándole las crines,

un Galeno de rocines

trajo a ver lo que tenía;

el cual, viéndole con freno,

fuera al vizcaíno echó;

quitóle, y cuando volvió,

de todo el pesebre lleno

apenas un grano había,

porque con gentil despacho,

después de la paja el macho hasta el pesebre comía.

"Albéitar, juras a Dios,"

dijo, "es mejor que dotora,

y yo y macho desde agora

queremos curar con vos."

¿Qué freno es éste que tienes,

que no te deja comer,

si médico puedo ser?

¿Qué aguardas? ¿Qué te detienes?

FEDERICO: ¡Ay, Batín, no sé de mí!

BATIN: Pues estése la cebada

queda, y no me digas nada.

Salen CASANDRA y LUCRECIA

CASANDRA: ¿Ya viene?

LUCRECIA: Señora, sí.

CASANDRA: ¿Tan brevemente?

LUCRECIA: Por verte

toda la gente dejó.

CASANDRA: No lo creas; pero yo

más quisiera ver mi muerte.

En fin, señor conde, ¿viene el duque mi señor?

FEDERICO: Ya

dicen que muy cerca está;

bien muestra el amor que os tiene.

CASANDRA: Muriendo estoy de pesar

de que ya no podré verte

como solía.

FEDERICO: ¿Qué muerte

pudo mi amor esperar,

como su cierta venida?

CASANDRA: Yo pierdo, conde, el sentido.

FEDERICO: Yo no, porque le he perdido.

CASANDRA: Sin alma estoy.

FEDERICO: Yo sin vida.

CASANDRA: ¿Qué habemos de hacer?

FEDERICO: Morir.

CASANDRA: ¿No hay otro remedio?

FEDERICO: No;

porque en perdiéndote yo,

¿para qué quiero vivir?

CASANDRA: ¿Por eso me has de perder?

FEDERICO: Quiero fingir desde agora que sirvo y que quiero a Aurora

y aun pedirla por mujer

al duque, para desvelos

de él y de palacio, en quien

yo sé que no se habla bien.

CASANDRA: ¡Agravios! ¿No bastan celos?

¿Casarte? ¿Estás, conde, en ti

FEDERICO: El peligro de los dos

me obliga.

CASANDRA: ¿Qué? ¡Vive Dios!,

que si te burlas de mí,

después que has sido ocasión

de esta desdicha, que a voces

diga, --¡oh, qué mal me conoces!--

tu maldad y mi traición.

FEDERICO: ¡Señora!

CASANDRA: No hay qué tratar.

FEDERICO: ¡Que te oirán!

CASANDRA: Que no me impidas.

Quíteme el duque mil vidas,

pero no te has de casar.

Salen FLORO, FEBO, RICARDO, ALBANO, LUCINDO, y el DUQUE

detrás,

galán, de soldado

RICARDO: Ya estaban disponiendo recibirte.

DUQUE: Mejor sabe mi amor adelantarse.

CASANDRA: ¿Es posible, señor, que persua-dirte

pudiste a tal agravio?

FEDERICO: ¿Y de agraviarse

quejosa mi señora la duquesa,

parece que mi amor puede culparse?

DUQUE: Hijo, el paterno amor, que nunca cesa de amar su propia sangre y semejanza, para venir facilitó la empresa;

que ni cansancio ni trabajo alcanza

a quien de ver a sus queridas prendas mal hiciera en sufrir larga esperanza.

Y tú, señora, así es razón que

entiendas

el mismo amor, y en igualarte al conde

por encarecimiento, no te ofendas.

CASANDRA: Tu sangre y su virtud, señor, responde

que merece el favor. Yo le agradezco, pues tu valor al suyo corresponde.

DUQUE: Bien sé que a entrambos ese amor merezco,

y que estoy de los dos tan obligado, cuanto mostrar en la ocasión me ofrezco.

Que Federico gobernó mi estado

en mi ausencia, he sabido, tan discreto, que vasallo ninguno se ha quejado.

En medio de las armas, os prometo

que imaginaba yo con la prudencia

que se mostraba senador perfeto.

¡Gracias a Dios, que con infame ausencia los enemigos del Pastor romano

respetan en mi espada su presencia!

Ceñido de laurel besé su mano,

después que me miró Roma triunfante, como si fuera el español Trajano.

Y así, pienso trocar de aquí adelante

la inquietud en virtud, porque mi nombre como le aplaude aquí, después le cante, que cuando llega a tal estado un hombre, no es bien que ya que de valor mejora, el vicio más que la virtud le nombre.

RICARDO: Aquí vienen, señor, Carlos y Aurora.

Entren AURORA y el MARQUÉS

AURORA: Tan bien venido vuestra alteza sea, como le está esperando quien le adora.

MARQUÉS: Dad las manos a Carlos, que desea que conozcáis su amor.

DUQUE: Paguen los brazos

deudas del alma, en quien tan bien se emplea.

Aunque siente el amor los largos plazos, todo lo goza el venturoso día

que llega a merecer tan dulces lazos.

Con esto, amadas prendas, yo querría descansar del camino, y porque es tarde, después celebraréis tanta alegría.

FEDERICO: Un siglo el cielo, gran señor, te guarde.

Todos se van con el DUQUE, y quedan BATÍN

yRICARDO

El castigo sin venganza part 8

BATIN: ¡Ricardo amigo!

RICARDO: ¡Batín!

BATIN: ¿Cómo fue por esas guerras?

RICARDO: Como quiso la justicia,

siendo el cielo su defensa.

Llana queda Lombardía,

y los enemigos quedan

puesto en fuga afrentosa,

porque el león de la Iglesia

pudo con sólo un bramido

dar con sus armas en tierra.

El duque ha ganado un nombre

que por toda Italia suena;

que si mil mató Saúl,

cantan por él las doncellas, que David mató cien mil;

con que ha sido tal la enmienda,

que traemos otro duque.

Ya no hay damas, ya no hay cenas,

ya no hay broqueles, ni espadas,

ya solamente se acuerda

de Casandra, ni hay amor

más que el conde y la duquesa.

El duque es un santo ya.

BATIN: ¿Qué me dices? ¿Qué me cuentas?

RICARDO: Que, como otros con las dichas dan en vicios, y en soberbias,

tienen a todos en poco

tan inmortales se sueñas,

el duque se ha vuelto humilde,

y parece que desprecia

los laureles de su triunfo;

que el aire de las banderas

no le ha dado vanagloria.

BATIN: ¡Plega al cielo que no sea,

después de estas humildades,

como aquel hombre de Atenas, que pidió a Venus le hiciese

mujer, con ruegos y ofrendas,

una gata dominica,

quiero decir, blanca y negra!

Estando en su estrado un día

con moño y naguas de tela,

vio pasar un animal

de aquestos, como poetas,

que andan royendo papeles;

y dando un salto ligera

de la tarima al ratón,

mostró que en naturaleza

la que es gata, será gata,

la que es perra, será perra,

in secula seculorum.

RICARDO: No hayas miedo tú que vuelva el duque a sus mocedades;

y más si a los hijos llega,

que con las manillas blandas

las barbas más graves peinan

de los más fieros leones.

BATIN: Yo me holgaré de que sea verdad.

RICARDO: Pues, Batín, adiós.

BATIN: ¿Dónde vas?

RICARDO: Fabia me espera.

Vase RICARDO y entre el DUQUE con algunos memoriales

DUQUE: ¿Está algún crïado aquí?

BATIN: Aquí tiene vuestra alteza

el más humilde.

DUQUE: ¡Batín!

BATIN: Dios te guarde. Bueno llegas.

Dame la mano.

DUQUE: ¿Qué hacías?

BATIN: Estaba escuchando nuevas

de tu valor a Ricardo,

que, gran coronista de ellas,

Héctor de Italia te hacía.

DUQUE: ¿Cómo ha pasado en mi ausencia el gobierno con el conde?

BATIN: Cierto, señor, que pudiera

decir que igualó en la paz tus hazañas en la guerra.

DUQUE: ¿Llevóse bien con Casandra?

BATIN: No se ha visto, que yo sepa,

tan pacífica madrastra

con su alnado. Es muy discreta

y muy virtüosa y santa.

DUQUE: No hay cosa que la agradezca

como estar bien con el conde;

que, como el conde es la prenda

que más quiero, y más estimo

y conocí su tristeza

cuando a la guerra partí,

notablemente me alegra

que Casandra se portase

con él con tanta prudencia,

que estén en paz y amistad,

que es la cosa que desea

mi alma con más afecto

de cuantas pedir pudiera

al cielo; y así, en mi casa

hoy dos victorias se cuentan:

la que de la guerra traigo, y la de Casandra bella,

conquistando a Federico.

Yo pienso de hoy más quererla

sola en el mundo, obligado

de esta discreta fineza

y cansado juntamente

de mis mocedades necias.

BATIN: Milagro ha sido del Papa

llevar, señor, a la guerra

al duque Luis de Ferrara.

y que un ermitaño vuelva.

Por Dios, que puedes fundar

otra Camáldula.

DUQUE: Sepan

mis vasallos que otro soy.

BATIN: Mas, dígame vuestra alteza,

¿cómo descansó tan poco?

DUQUE: Porque al subir la escalera

de palacio, algunos hombres

que aguardaban mi presencia,

me dieron estos papeles;

y temiendo que son quejas, quise descansar en verlos,

y no descansar con ellas.

Vete, y déjame aquí solo;

que deben los que gobiernan

esta atención a su oficio.

BATIN: El cielo que remunera

el cuidado de quien mira

el bien público, prevenga

laureles a tus victorias,

siglos a tu fama eterna.

Vase BATIN

DUQUE: Éste dice: "Señor, yo soy Estacio, que estoy en los jardines de palacio, y, enseñado a plantar hierbas y flores, planté seis hijos. A los dos mayores suplico que les deis..." Basta, ya entiendo.

Con m s cuidado ya premiar pretendo

[al que con tales trabajos me ayuda].

"Lucinda dice que quedó vïuda

del capitán Arnaldo..." También pide.

"Albano, que ha seis años que reside..."

Éste pide también. "Julio Camilo, preso porque sacó..." Del mismo estilo.

"Paula de San Germán, doncella honrada..."

Pues si es honrada, no le falta nada, si no quiere que yo le dé marido.

Éste viene cerrado, y mal vestido

un hombre me lo dio, todo turbado,

que quise detenerle con cuidado.

"Señor, mirad por vuestra casa atento; que el conde y la duquesa en vuestra ausencia..."

No me ha sido traidor el pensamiento.

Habrán regido mal, tendré paciencia.

"...ofenden con infame atrevimiento vuestra cama y honor." ¿Qué resistencia harán a tal desdicha mis enojos?

"Si sois discreto, os lo dirán los ojos."

¿Qué es esto que estoy mirando?

Letras, ¿decís esto o no?

¿Sabéis que soy padre yo

de quien me estáis informando que el honor me está quitando?

Mentís; que no puede ser.

¿Casandra me ha de ofender?

¿No veis que es mi hijo el conde?

Pero ya el papel responde

que es hombre y ella mujer.

¡Oh, fieras letras villanas!

Pero diréisme que sepa

que no hay maldad que no quepa

en las flaquezas humanas.

De las iras soberanas

debe de ser permisión.

Ésta fue la maldición

que a David le dio Natán.

La misma pena me dan,

y es Federico Absalón.

Pero mayor viene a ser,

cielo, si así me castigas;

que aquéllas eran amigas,

y Casandra es mi mujer.

El vicioso proceder

de las mocedades mías trajo el castigo, y los días

de mi tormento, aunque fue

sin gozar a Bersabé

ni quitar la vida a Urías.

¡Oh, traidor hijo! ¿Si ha sido

verdad? Porque yo no creo

que emprenda caso tan feo

hombre de otro hombre nacido.

Pero si me has ofendido,

¡oh, si el cielo me otorgara,

que, después que te matara,

de nuevo a hacerte volviera,

pues tantas muertes te diera,

cuantas veces te engendrara!

¡Qué deslealtad! ¡Qué violencia!

¡Oh, ausencia, qué bien se dijo

que aun un padre de su hijo

no tiene segura ausencia!

¿Cómo sabré con prudencia

verdad que no me disfame

con los testigos que llame?

No así la podré saber; porque, ¿quién ha de querer

decir verdad tan infame?

Mas, ¿de qué sirve informarme?.

pues esto no se dijera

de un hijo, cuando no fuera

verdad que pudo infamarme.

Castigarle no es vengarme,

ni se venga el que castiga,

ni esto a información me obliga;

que mal que el honor estraga,

no es menester que se haga,

porque basta que se diga.

Sale FEDERICO

FEDERICO: Sabiendo que no descansas, vengo a verte.

DUQUE: Dios te guarde.

FEDERICO: Y a pedirte una merced.

DUQUE: Antes que la pidas, sabes

que mi amor te la concede.

FEDERICO: Señor, cuando me mandaste

que con Aurora, mi prima, por tu gusto me casase,

lo fuera notable mío;

pero fueron más notables

los celos de Carlos, y ellos

entonces causa bastante

para no darte obediencia.

Mas después que te ausentaste,

supe que mi grande amor

hizo que ilusiones tales

me trajesen divertido.

En efecto, hicimos paces,

y le prometí, señor,

en satisfacción, casarme,

como me dieses licencia,

luego que le bastón dejastes.

Ésta te pido y suplico.

DUQUE: No pudieras, conde, darme

mayor gusto. Vete agora,

porque trate con tu madre,

pues es justo darle cuenta;

que no es razón que te cases

sin que lo sepa, y le pidas licencia, como a tu padre.

FEDERICO: No siendo su sangre yo,

¿para qué quiere dar parte

vuestra alteza a mi señora?

DUQUE: ¿Qué importa no se su sangre, siendo tu madre Casandra?

FEDERICO: Mi madre Laurencia yace

muchos años ha difunta.

DUQUE: ¿Sientes que madre la llame?

Pues dícenme que en mi ausencia,

de que tengo gusto grande,

estuvisteis muy conformes.

FEDERICO: Eso, señor, Dios lo sabe;

que prometo a vuestra alteza,

aunque no acierto en quejarme,

pues la adora, y es razón,

que aunque es para todos ángel,

que no lo ha sido conmigo.

DUQUE: Pésame de que me engañes;

que me dicen que no hay cosa

que más Casandra regale.

FEDERICO: A veces me favorece, y a veces quiere mostrarme

que no es posible ser hijos

los que otras mujeres paren.

DUQUE: Dices bien, y yo lo creo;

y ella pudiera obligarme

más que en quererme en quererte,

pues con estas amistades

aseguraba la paz.

Vete con Dios.

FEDERICO: Él te guarde.

Vase FEDERICO

DUQUE: No sé cómo he podido

mirar, conde traidor, tu infame cara.

¡Qué libre! ¡Qué fingido

con la invención de Aurora se repara.

para que yo no entienda

que puede ser posible que me ofenda!

Lo que más me asegura

es ver con el cuidado y diligencia

que a Casandra murmura

que le ha tratado mal en esta ausencia; que piensan los delitos

que callan cuando están hablando a gritos.

De que la llame madre

se corre, y dice bien, pues es su amiga la mujer de su padre,

y no es justo que ya madre se diga.

Pero yo, ¿cómo creo

con tal facilidad caso tan feo?

¿No puede un enemigo

del conde haber tan gran traición forjado, por que con su castigo,

sabiendo mi valor, quede vengado?

Ya de haberlo creído

si no estoy castigado, estoy corrido.

Salen CASANDRA y AURORA

El castigo sin venganza part 9

AURORA: De vos espero, señora,

mi vida en esta ocasión.

CASANDRA: Ha sido digna elección

de tu entendimiento, Aurora.

AURORA: Aquí está el duque.

CASANDRA: Señor,

¡tanto desvelo!

DUQUE: A mi estado

debo, por lo que he faltado,

estos indicios de amor.

Si bien del conde y de vos

ha sido tan bien regido,

como muestra, agradecido

este papel, de los dos.

Todos alaban aquí

lo que los dos merecéis.

CASANDRA: Al conde, señor, debéis

ese cuidado, no a mí.

Que sin lisonja os prometo

que tiene heroico valor,

en toda acción superior,

gallardo como discreto.

Un retrato vuestro ha sido.

DUQUE: Ya sé que me ha retratado

tan igual en todo estado,

que por mí le habéis tenido; de que os prometo, señora,

debida satisfacción.

CASANDRA: Una nueva petición

os traigo, señor, de Aurora.

Carlos la pide, ella quiere,

y yo os lo suplico.

DUQUE: Creo

que le ha ganado el deseo

quien en todo le prefiere.

El conde se va de aquí,

y me la ha pedido agora.

CASANDRA: ¿El conde ha pedido a Aurora?

DUQUE: Sí, Casandra.

CASANDRA: ¿El conde?

DUQUE: Sí.

CASANDRA: Sólo de vos lo creyera.

DUQUE: Y así, se la pienso dar;

mañana se han de casar.

CASANDRA: Será como Aurora quiera.

AURORA: Perdóneme vuestra alteza;

que el conde no será mío.

DUQUE: (¿Qué espero más? ¿Qué porfío?) Aparte

Pues, Aurora, en gentileza

entendimiento y valor,

¿no vence al marqués?

AURORA: No sé.

Cuando quise y le rogué

él me despreció, señor.

Y agora que él quiere, es justo

que yo le desprecie a él.

DUQUE: Hazlo por mí, no por él.

AURORA: El casarse ha de ser gusto;

yo no le tengo del conde.

Vase AURORA

DUQUE: ¡Extraña resolución!

CASANDRA: Aurora tiene razón,

aunque atrevida responde.

DUQUE: No tiene, y ha de casarse,

aunque le pese.

CASANDRA: Señor,

no uséis del poder; que amor es gusto, y no ha de forzarse.

Vase el DUQUE

¡Ay de mí, que se ha cansado

el traidor conde de mí!

Sale FEDERICO

FEDERICO: ¿No estaba mi padre aquí?

CASANDRA: ¿Con qué infame desenfado, traidor Federico, vienes,

habiendo pedido a Aurora

al duque?

FEDERICO: Paso, señora;

mira el peligro que tienes.

CASANDRA: ¿Qué peligro, cuando estoy, villano, fuera de mí?

FEDERICO: ¿Pues tú das voces así?

Sale el DUQUE, y habla aparte

DUQUE: Buscando testigos voy.

Desde aquí quiero escuchar;

que aunque mal tengo de oír,

lo que no puedo sufrir

es lo que vengo a buscar.

FEDERICO: Oye, señor, y repara

en tu grandeza siquiera.

CASANDRA: ¿Cuál hombre en el mundo

hubiera

que cobarde me dejara,

después de haber obligado

con tantas ansias de amor

a su gusto mi valor?

FEDERICO: Señora, aún no estoy casado.

Asegurar pretendí

al duque, y asegurar

nuestra vida, que durar

no puede, Casandra así.

Que no es el duque algún hombre

de tan baja condición,

que a sus ojos, ni es razón,

se infame su ilustre nombre.

Basta el tiempo que tan ciegos el amor nos ha tenido.

CASANDRA: ¡Oh, cobarde, mal nacido!

Las lágrimas y los ruegos

hasta hacernos volver locas,

robando las honras nuestras,

que, de las traiciones vuestras,

cuerdas se libraron pocas,

¿agora son cobardías?

Pues, perro, sin alma estoy.

DUQUE: Si aguardo, de mármol soy.

¿Qué esperáis, desdichas mías?

Sin tormento han confesado...

pero sin tormento no;

que claro está que soy yo

a quien el tormento han dado.

No es menester más testigo.

Confesaron de una vez.

Prevenid, pues sois jüez,

honra, sentencia y castigo.

Pero de tal suerte sea

que no se infame mi nombre;

que en público siempre a un hombre queda alguna cosa fea.

Y no es bien que hombre nacido

sepa que yo estoy sin honra,

siendo enterrar la deshonra

como no haberla tenido.

Que aunque parece defensa

de la honra el desagravio,

no deja de ser agravio

cuando se sabe la ofensa.

Vase el DUQUE

CASANDRA: ¡Ay, desdichadas mujeres!

¡Ay, hombres falsos sin fe!

FEDERICO: Digo, señora, que haré

todo lo que tú quisieras,

y esta palabra te doy.

CASANDRA: ¿Será verdad?

FEDERICO: Infalible.

CASANDRA: Pues no hay a amor imposible.

Tuya he sido y tuya soy.

No ha de faltar invención

para vernos cada día.

FEDERICO: Pues vete, señora mía,

y pues tienes discreción,

finge gusto, pues es justo,

con el duque.

CASANDRA: Así lo haré

sin tu ofensa; que yo sé

que el que es fingido no es gusto.

Vanse los dos y salen AURORA y BATÍN

BATÍN: Ya he sabido, hermosa Aurora, que ha de ser, o ya lo es,

tu dueño el señor marqués,

y que a Mantua os vais, señora.

Y así os vengo a suplicar

que allá me llevéis.

AURORA: Batín,

mucho me admiro. ¿A qué fin

al conde quieres dejar?

BATÍN: Servir mucho y medrar poco

es un linaje de agravio

que al más cuerdo, que al más sabio

o le mata, o vuelve loco.

Hoy te doy, mañana no,

quizá te daré después...

Yo no sé quizá quién es;

mas sé que nunca quizó.

Fuera de esto, está endiablado

el conde. No sé qué tiene.

Ya triste, ya alegre viene,

ya cuerdo, ya destemplado.

La duquesa, pues, también

insufrible y desigual;

pues donde va a todos mal,

¿quieres que me vaya bien?

El duque, santo fingido,

consigo a solas hablando,

como hombre que anda buscando

algo que se le ha perdido.

Toda la casa lo está;

contigo a Mantua me voy.

AURORA: Si yo tan dichosa soy

que el duque a Carlos me da,

yo te llevaré conmigo.

BATÍN: Beso mil veces tu pies, y voy a hablar al marqués.

Vase BATÍN y sale el DUQUE

DUQUE: (¡Ay, honor, fiero enemigo! Aparte

¿Quién fue el primero que dio

tu ley al mundo, y que fuese

mujer quien en sí tuviese

tu valor, y el hombre no?

Pues sin culpa el más honrado

te puede perder, honor.

Bárbaro legislador

fue tu inventor, no letrado.

Mas dejarla entre nosotros

muestra que fuiste ofendido,

pues ésta invención ha sido

para que lo fuesen otros.

¡Aurora!

AURORA: ¿Señor?

DUQUE: Yo creo

que con el marqués te casa

la duquesa, y yo a su ruego; que más quiero contentarla

que dar este gusto al conde.

AURORA: Eternamente obligada

quedo a servirte.

DUQUE: Bien puedes

decir a Carlos que a Mantua

escriba al duque, su tío.

AURORA: Voy donde el marqués aguarda tan dichosa nueva.

Vase AURORA

DUQUE: Cielos,

hoy se ha de ver en mi casa

no más de vuestro castigo.

Alzad la divina vara.

No es venganza de mi agravio;

que yo no quiero tomarla

en vuestra ofensa, y de un hijo

ya fuera bárbara hazaña.

Éste ha de ser un castigo

vuestro no más, porque valga

para que perdone el cielo el rigor por la templanza.

Seré padre, y no marido,

dando la justicia santa

a un pecado sin vergüenza

un castigo sin venganza.

Esto disponen las leyes

del honor, y que no haya

publicidad en mi afrenta,

con que se doble mi infamia.

Quien en público castiga,

dos veces su honor infama,

pues después que le ha perdido,

por el mundo le dilata.

La infame Casandra dejo

de pies y manos atada,

con un tafetán cubierta,

y por no escuchar sus ansias,

con una liga en la boca;

porque al decirle la causa,

para cuanto quise hacer

me dio lugar, desmayada.

Esto aun pudiera, ofendida, sufrir la piedad humana;

pero dar la muerte a un hijo,

qué corazón no desmaya?

Sólo de pensarlo, ¡ay triste!,

tiembla el cuerpo, expira el alma,

lloran los ojos, la sangre

muere en las venas heladas,

el pecho se desalienta,

el entendimiento falta,

la memoria está corrida

y la voluntad turbada.

Como arroyo que detiene

el hielo de noche larga,

del corazón a la boca

prende el dolor las palabras.

¿Qué quieres, Amor? ¿No ves

que Dios a los hijos manda

honrar los padres, y el conde

su mandamiento quebranta?

Déjame, Amor, que castigue

a quien las leyes sagradas

contra su padre desprecia, pues tengo por cosa clara

que si hoy me quita la honra,

la vida podrá mañana.

Cincuenta mató Artaxerxes

con menos causa, y la espada

de Dario, Torcuato y Bruto

ejecutó sin venganza

las leyes de la justicia.

Perdona, Amor; no deshagas

el derecho del castigo,

cuando el honor, en la sala

de la razón presidiendo,

quiere sentenciar la causa.

El fiscal verdad le ha puesto

la acusación, y está clara

la culpa; que ojos y oídos

juraron en la probanza.

Amor y sangre, abogados

le defienden; mas no basta;

que la infamia y la vergüenza

son de la parte contraria.

La ley de Dios, cuando menos, es quien la culpa relata,

su conciencia quien la escribe.

¿Pues para qué me acobardas?

Él viene, ¡Ay, cielos, favor!

Sale FEDERICO

FEDERICO: Basta que en palacio anda

pública la fama, señor,

que con el marqués Gonzaga

casa a Aurora, y que luego

se parte con ella a Mantua.

¿Mándasme que yo lo crea?

DUQUE: Conde, ni sé lo que tratan,

ni he dado al marqués licencia;

que trago en cosas más altas

puesta la imaginación.

FEDERICO: Quien gobierna, mal descansa.

¿Qué es lo que te da cuidado?

DUQUE: Hijo, un noble de Ferrara

se conjura contra mí

con otros que le acompañan.

Fïóse de una mujer,

que el secreto me declara.

¡Necio quien de ellas se fía,

discreto quien las alaba!

Llamé al traidor, finalmente;

que un negocio de importancia

dije que con él tenía;

y cerrado en esa cuadra

le dije el caso, y apenas

le oyó, cuando se desmaya.

Con que pude fácilmente

en la silla donde estaba

atarle, y cubrir el cuerpo,

por que no viese la cara

quien a matarle viniese,

por no alborotar a Italia.

Tú has venido, y es más justo

hacer de ti confïanza,

para que nadie lo sepa.

Saca animoso la espada,

conde, y la vida le quita;

que a la puerta de la cuadra

quiero mirar el valor con que mi enemigo matas.

FEDERICO: ¿Pruébasme acaso, o es cierto que conspirar intentaban

contra ti los dos que dices?

DUQUE: Cuando un padre a un hijo manda una cosa, injusta o justa,

¿con él se pone a palabras?

Vete, cobarde; que yo...

FEDERICO: Ten la espada, y aquí aguarda; que no es temor, pues que dices

que es una persona atada,

pero no sé qué me ha dado,

que me está temblando el alma.

DUQUE: Quédate, infame...

FEDERICO: Ya voy;

que pues tú lo mandas, basta.

Pero, ¡vive Dios!

DUQUE: ¡Oh, perro!

FEDERICO: Ya voy, detente; y si hallara el mismo César le diera

por ti, ¡ay Dios!, mil estocadas.

Vase FEDERICO

DUQUE: Aquí lo veré; ya llega;

ya con la punta la pasa.

Ejecute mi justicia

quien ejecutó mi infamia.

¡Capitanes! ¡Hola, gente!

¡Venid los que estáis de guarda!

¡Ah, caballeros, crïados!

Presto.

Salen el MARQUÉS, AURORA, BATÍN, RI-

CARDO y todos

los demás que se han introducido

MARQUÉS: ¿Para qué nos llamas,

señor, con tan altas voces?

DUQUE: ¿Hay tal maldad? A Casandra

ha muerto el conde, no más

de porque fue su madrastra,

y le dijo que tenía

mejor hijo en sus entrañas

para heredarme. ¡Matadle,

matadle! El duque lo manda.

MARQUÉS: ¿A Casandra?

DUQUE: Sí, marqués.

MARQUÉS: Pues no volveré yo a Mantua sin que la vida le quite.

DUQUE: Ya con la sangrienta espada

sale el traidor.

Sale FEDERICO con la espada desnuda, va tras él

el MARQUÉS

FEDERICO: ¿Qué es aquesto?

Voy a descubrir la cara

del traidor que me decías,

y hallo...

DUQUE: No prosigas, calla.

¡Matadle, matadle!

MARQUÉS: ¡Muera!

Vanse FEDERICO y el MARQUÉS

FEDERICO: ¡Oh, padre! ¿Por qué me matan?

DUQUE: En el tribunal de Dios,

traidor, te dirán la causa.

Tú, Aurora, con este ejemplo

parte con Carlos a Mantua,

que él te merece, y yo gusto.

AURORA: Estoy, señor, tan turbada,

que no sé lo que responda.

BATÍN: Di que sí; que no es sin causa todo lo que ves, Aurora.

AURORA: Señor, desde aquí a mañana

te daré respuesta.

Sale el MARQUÉS

MARQUÉS: Ya

queda muerto el conde.

DUQUE: En tanta

desdicha, aun quieren los ojos

verle muerto con Casandra.

Descúbrense a FEDERICO y CASANDRA

MARQUÉS: Vuelve a mirar el castigo sin venganza.

DUQUE: No es tomarla

el castigar la justicia.

Llanto sobra, y valor falta.

Pagó la maldad que hizo

por heredarme.

BATÍN: Aquí acaba,

senado, aquella tragedia

del castigo sin venganza

que, siendo en Italia asombro,

hoy es ejemplo en España.