II


Han pasado dos meses.

Estamos en Sevilla.

En cierta hermosa casa de la calle de la Cuna hay una esplendente fiesta.

Se celebran las bodas de Serafín con la Hija del Cielo.

Son las doce de la noche.

Alberto acaba de bailar con la bella desposada, cuando se acerca a él nuestro músico, y le dice:

-Ven conmigo...

Y atraviesan el salón asidos del brazo.

Brunilda los sigue apoyada en José Mazzetti.

Todos los convidados van detrás de las dos parejas.

-¿Qué significa esta procesión? -pregunta Alberto a su amigo.

-¡Voy a premiarte! -contesta el feliz esposo.

Llegan a la puerta de una habitación.

El negrito Abén la abre de par en par, y aparece una capilla iluminada.

Un sacerdote se adelanta seguido de una mujer bellísima, radiante de felicidad.

Es Matilde.

-¡Arrodíllate! -le dice Serafín a Alberto.

El joven duda, vacila, llora... y cae de hinojos.

Serafín besa aquellas lágrimas.

-Son hermanas de las que tú enjugaste cierto día... -dice derramando otras nuevas.

Y todos se arrodillan.

El sacerdote enlaza las manos de Alberto y de Matilde y las une para siempre.

Concluida la ceremonia, dice Serafín a su amigo:

-Matilde acaba de celebrar sus primeras nupcias... ¿Entiendes bien? Hazla tan dichosa como desgraciada la hubieras hecho hace algunos meses.

Alberto lo comprende todo y exclama:

-¡Diablo, hermano mío! ¡Diablo, por última vez! Te juro no viajar más, no hacer el amor sino a mi esposa, y no volver a decir diablo en lo que me queda de vida.

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