Escena IV

TERESA, RITA y PALMIRA. Mientras hablan TERESA y RITA, PALMIRA entra sollozando en la casa; se sube sobre un banco de madera; busca en el cajón de la mesa; saca un pedazo de pan, y llorando y comiendo, se queda dormida en el suelo, junto a la mesa.

TERESA.

No hay justicia… ni hay caldo. ¡Pobre Rita! (Mirándola y sonriendo con tristeza). Tú bien lo sabes, no hay tal chocolate.

(RITA hace un gesto de resignación casi indiferente: extiende los brazos en cruz; hace un esfuerzo para andar, y acercándose a TERESA, le echa un brazo alrededor del cuello).

RITA.

Perdónale. Nos quiere mucho a todos. A mí… porque mi cariño le recuerda a nuestra madre. Antes de casarse contigo, y después de morir mi madre, yo era todo para él; y como me crié así… (Con desprecio de sí misma; algo airada.) enfermucha, ruin, casi inútil.

TERESA.

¡Inútil! Si no fuera por ti, no podríamos con tanto. ¿Por qué cargas yerba?

RITA.

¿Y si llueve? (Habla con dificultad, soñolienta, con voz débil).

TERESA.

Yo la hubiera recogido.

RITA.

Sí, tú; todo tú. Ni tú ni él podéis con tanto. La mina, el ganado, el maíz, la colada, la ropa al río… Palmira, yo… cargas y más cargas. (Se levanta del montón de grava, donde habrá vuelto a sentarse. Procura seguir a TERESA que habrá entrado en la casa, recogiendo antes la herrada). Dejadme ayudar; ayudar, o morir. (TERESA habrá dejado la herrada pendiente de un gancho, cerca del hogar. Sin ver a PALMIRA, enciende un quinqué pobre, colgado cerca del hogar también, y vuelve a salir de la casa). ¡Dios mío; este sueño; este cansancio; esta cabeza! ¡Ah! La Gallarda no sé qué tiene; todo el día anduvo echándose por tierra. ¡Pobre vaca! Como yo; quiere y no puede… Pero ella es vieja; ya sirvió; ya trabajó… y yo… yo… (Muestra gran debilidad, y se deja caer otra vez en el banco de la ventana).

TERESA.

¿Tienes hambre?

RITA.

¡Hambre… puaf! (Repugnancia).

TERESA.

Bien; pero… necesidad… Iré a casa de la Chinta a pedir un poco de…

RITA.

¡No! Basta de favores que se echan en cara. ¡Si la oyeras esta tarde! Desde media legua se la oía… ¡qué vergüenza! Si Roque la oye un día, no sé qué va a pasar. Y el Chinto, el judío, el ladrón, también murmura; también echa en cara lo que se le debe. (Pausa). Es mucho, ¿verdad?

TERESA.

No sé; yo… yo, no mucho. Pero él, tu hermano… como…

RITA.

(Avergonzada). Sí; ya sé… Cuando esos malditos le sublevan… le emborrachan… ¡Esa Eulalia… con su taberna que Dios confunda! Él es el que paga, para que le oigan leer los papeles, y decir aquello de que él se debe a sus ideas… ¡Oh, pues yo a las mías no les debo nada bueno! (Sombría). ¡Porque… aquí… entre sueños… entre dormida y loca… tengo unas ideas!… Pero… puede más la fatiga que ellas. (Se levanta).

TERESA.

Vamos; entra; el sereno puede hacerte daño. Cena un poco, poco; y a la cama.

RITA.

Patatas… no; no puedo. Comeré una corteza… no; tampoco; nada.

TERESA.

¡Si yo… encontrara esa peseta! (Mira vagamente en torno).

RITA.

¿Quién es ese señorito?

TERESA.

¿Cuál?

RITA.

El que estuvo aquí antes; el que besó a Palmira.

TERESA.

¿La besó?

RITA.

Sí; y a mí… no sé qué me hizo. Me puso ahí sobre este banco, me parece; y me tornó el pulso. ¿Es médico?

TERESA.

No; creo que también escribe en los papeles; es sabio, ¡qué sé yo! Ahora estudia a los pobres.

RITA.

Pues ya tiene que leer.

TERESA.

(Pensativa). Es muy bueno.

RITA.

¿Fue tu amo?

TERESA.

Sí; es el señorito Fernando; el hijo de mi señora.

RITA.

Nosotros nunca servimos. Debe de ser muy malo.

TERESA.

Todo es cruz.

(RITA se deja caer otra vez sobre el banco).

RITA.

Pero es mejor servir al marido, al padre, al hermano.

TERESA.

Ya se sabe; eso… no es servir.

RITA.

Claro. Eso es…

TERESA.

Eso es… ser…

RITA.

Claro; ser… lo que se debe ser.

TERESA.

Pero… ¿y Palmira?

RITA.

(Que se va quedando dormida). Allá dentro.

(TERESA entra en la casa. La niña ya está dormida. La coge en brazos después de quitarle el pan que le sobre y guardarlo en la mesa. Lleva a PALMIRA por la primera puerta de la derecha, y muy pronto vuelve y sale de la casa).

TERESA.

¡Rita! ¡Rita!, ¿qué es eso? (RITA estará como desmayada o dormida con sopor). Dormida… ¿o estará mala? ¡Rita! ¡Rita! ¿No cenas? Como un poste. Si la dejo aquí, la mata el fresco. ¡Y sin probar bocado desde medio día! ¡Rita! ¡Bah!, ¿qué remedio? Armas al hombro. (Procura cogerla en brazos). Ay; pero ésta pesa más que mi ángel… No importa; al hombro. (Hace un esfuerzo, y cuando ya la tiene a cuestas, tocando los pies de RITA en tierra, y TERESA inclinándose bajo la carga y buscando, con un brazo extendido, un apoyo, se te pone delante FERNANDO, que llega por el primer término izquierda. Hay luna, y de la casa sale un reflejo del quinqué). ¿Quién anda ahí? ¡Ah! ¡El señorito!

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