capítulo ii

 

Mientras Nat duerme tranquilamente, hablaré de los niños entre los cuales se halló al despertar.

Comencemos por los conocidos. Franz era un chico alemán, alto, grueso, rubio, aplicado, sencillote, aficionado a la música y muy apegado a la casa; tenía diecisiete años. Su tío lo creía apto para la enseñanza, y su tía, para ser un buen marido, fomentando en él el afecto al hogar. Emil, vivo, inquieto y emprendedor, soñaba con ser marino. Su tío le ofreció que cuando cumpliera dieciséis años lo prepararía para el ingreso a la Escuela Naval: le daba a leer historias de almirantes famosos y de insignes navegantes, y le permitía que, después de estudiar, viviera como una rana. El cuarto de Emil parecía el camarote de un buque; "Robinson" y "Simbad el marino" eran sus héroes. Los niños le llamaban el "Comodoro" y admiraban la flotilla que tenía en la fuente. Medio-Brooke era una prueba del milagro que la educación y la instrucción alcanzan al establecer armonía entre la materia y el espíritu. Dulce y sencillo en sus modales; amoroso e inocente, como reflejo de madre buena; fuerte y robusto, como cuidado por padre atento al desarrollo físico; y despejado y culto, por virtud de las sensatas lecciones de un prudente abuelo, Medio-Brooke se abría a la vida intelectual como se abren las rosas a las caricias del sol y a las perlas del rocío. No era un niño perfecto, pero tenía pocos y leves defectos, y había aprendido a conciencia el arte de reprimirse y de dominarse; ¡arte difícil que muchos hombres no llegan a poseer! Medio-Brooke ignoraba que era guapo e inteligente; admiraba la belleza y la inteligencia de los demás; vivía alegremente y gustaba de leer libros fantásticos.

Daisy era un encanto; una admirable miniatura de mujer, con bellísimas cualidades. Cuidaba bien de las cosas de la casa; tenía perfectamente ordenada *ha familia de muñecas; no daba un paso sin su cestita de labor, y cosía con tal esmero que Medio-Brooke se ufanaba luciendo un pañuelo dobladillado por su hermana; Josy tenía un chaleco de franela cosido por Daisy. La pequeñuela limpiaba las porcelanas y cuidaba los saleros, colocaba los cubiertos, limpiaba, con un plumerillo, el polvo y ayudaba en todas las faenas domésticas. Medio-Brooke la defendía con heroísmo en las batallas de almohadas y no se avergonzaba de pregonar los méritos de su hermana. Esta juzgaba a su hermano gemelo como el niño más notable del mundo, y todas las mañanas, corría a despertarlo, diciéndole: ¡Arriba, hijo mío: ya es hora del desayuno; aquí tienes tu cuello limpio!

Rob era un chicarrón que parecía haber resuelto, en la práctica, el problema del movimiento continuo. Jamás estaba quieto; mas no era díscolo ni batallador; era, sí, charlatán, y vivía agitándose entre su padre y su madre.

Teddy era muy pequeño para intervenir activamente en los asuntos de Plumfield; sin embargo, tenía su esfera de acción. Todos sentían, alguna vez, la necesidad de acariciarlo, y Teddy, muy aficionado a lo mismo, estaba siempre dispuesto a dejarse besar; vivía pegado a la mamá y se le permitía meter su dedito en los platos de dulce. Dick Brow y Adolfo o Dolly Pettingill tenían ocho años; Dolly tartamudeaba, y poco apoco se iba corrigiendo sin que nadie le hiciera burla; el señor Bhaer lo curaba haciéndole hablar despacio; por lo demás, era un chico estudioso y jovial.

El pobre Dick era giboso y soportaba tan alegremente su giba que una vez le preguntó Medio-Brooke :

—¿Da buen humor el ser jorobado?... Si es así desearía serlo.

Dick vivía contento: su cuerpo contrahecho encerraba un alma abnegada. Al llegar a Plumfield, lamentó ser giboso, pero se consoló, porque nadie se burló de él; el señor Bhaer impuso enérgico correctivo a un muchacho que se permitió reír a costa del jorobadito. En aquella ocasión, Dick dijo, sollozando, a su atormentador:

—Dios no ve mi deformidad, porque tengo en el alma la rectitud que falta a mi cuerpo.

Los señores Bhaer fomentaron esta creencia y le indujeron a creer que las gentes le amaban por su belleza de alma y que si se fijaban en el cuerpo era para compadecerlo.

Jack Ford, muchacho vivo y astuto, había sido enviado a esta escuela por ser barata. Para muchos la astucia de Jack será motivo de elogio; mas para el señor Bhaer esta astucia y el amor al dinero, característico de este niño, representaban defectos más grandes que la tartamudez de Dolly o la gibosidad de Dick.

Ned Barker era un zanquilargo, atolondrado y alborotador; había cumplido catorce años. Lo apodaban "Barullo", porque todo lo echaba a rodar.

Constantemente bravuconeaba, sin que sus alardes de bravo pasasen del dicho al hecho; no se distinguía por valiente y sí por acusón.

Fanfarrón ante los pequeños y adulador ante los mayores, Barullo, sin ser malo, era materia fácil para el mal.

George Cile, "Zampabollos", había sido pésimamente educado por una madre débil que lo atracaba de golosinas hasta que lo hizo enfermar, y entonces lo creyó muy delicado para el estudio, con lo cual el chico, a los diez años, era paliducho, tristón, malhumorado, fofo de carnes y dado a la holganza. Un amigo de la familia aconsejó que lo enviasen a Plumfield. La curación fue completa; allí comió pocos dulces, paseó mucho y fue cobrando tal afición a estudiar, que su madre creyó que los señores Bhaer eran milagreros.

Billy Ward era lo que los escoceses llaman tiernamente "un inocente"; tenía diez años y parecía un niño de seis. Había sido inteligentísimo, pero su padre lo obligó a un trabajo enorme, haciéndole estudiar seis horas diarias. El pequeño, incapaz de soportar aquellos atracones de ciencia, cayó enfermo con fiebre y, cuando dejó el lecho, el cerebro, resentido, quedó como una pizarra sobre la que se ha pasado una esponja. Dura fue la lección para el imprudente padre; no pudo sufrir la casi idiotez del hijo en quien tantas esperanzas cifrara, y lo envió a Plumfield, sin fiar en curarlo, mas con la certidumbre de que lo tratarían con afecto. Tan dócil como inofensivo era Billy; apenaba verlo como buscando a tientas el perdido conocimiento que tan caro le costara conseguir.

La señora Bhaer consiguió el restablecimiento físico de Billy; los demás niños le compadecían y le rodeaban de afecto. Al "inocente" no le agradaba tomar parte activa en los juegos bulliciosos; en cambio se pasaba horas enteras contemplando las palomas, abriendo hoyos con Teddy, o siguiendo a Silas, el jardinero, mirándolo trabajar. El honrado Silas era muy afectuoso con Billy, y éste, aun cuando olvidaba las letras del alfabeto, recordaba los semblantes amigos.

Tommy Bangs era el diablejo de la casa. Tenía astucias y travesuras y agilidades de mono, pero poseía excelente corazón, y esto le valía lograr el perdón de sus diabluras; hacía oídos de mercader a los regaños, mas se manifestaba tan arrepentido después de una trastada y formulaba tan enérgicos propósitos de enmienda, que era imposible oírlo sin soltar la carcajada. Los Bhaer vivían prevenidos para no sorprenderse ante cualquier catástrofe, desde la del estrellamiento del cráneo de Tommy hasta la de ver volar la casa con dinamita.

Un día que la gordinflona Asia estaba atareadísima, la amarró, por la falda, a un poste, y allí la dejó rabiar y refunfuñar durante más de media hora. Otro día clavó un alfiler tremendo en la espalda de Mary Ann cuando la doncella estaba sirviendo la mesa. El dolor fue tan agudo, que dejó caerla sopera y echó a correr, dejando a todos en la creencia de que se había vuelto loca.

Tales eran los niños, y juntos vivían tan felizmente como pueden vivir doce chicos, estudiando y jugando, trabajando y regañando, combatiendo defectos y cultivando virtudes. Los chicos de otras escuelas, probablemente aprenderían más en los libros, pero mucho menos en la ciencia práctica de hacer de un pequeño un hombre bueno y honrado. El latín, el griego y la matemática eran cosas excelentes; pero, a juicio del señor Bhaer, el conocimiento de sí mismo, el dominio de la personalidad, y el bastarse a sí solo, eran cosas más importantes, y procuraba enseñarles a hacerlo.

La gente solía mover dubitativamente la cabeza ante estas ideas, y hasta llegaba a confesar que los niños progresaban mucho física y moralmente. Pero, como dijo la señora Bhaer a Nat, aquella era "una escuela originalísima".

 

 

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