- XI -

Queda por probar únicamente ahora cuán viles son las riquezas y cuán apartadas y lejanas están de Nobleza; y esto se prueba en dos partículas del texto, en las cuales es menester parar atención ahora. Y luego, expuestas aquéllas, será manifiesto lo que he dicho, es decir, que las riquezas son viles y están lejos de la Nobleza, y con esto estarán perfectamente probadas las razones de más arriba contra las riquezas.

Digo, pues: Por viles se las tiene e imperfectas. Y para manifestar lo que se quiere decir, debe saberse que la vileza de una cosa por su imperfección se colige, y así la nobleza de la perfección, pues que en tanto cuanto la cosa es perfecta, es por su naturaleza noble y vil, en cuanto es imperfecta. Y por eso, si las riquezas son imperfectas, manifiesto es que son viles. Y que son imperfectas lo prueba brevemente el texto, cuando dice: que aunque estén guardadas, no dan tranquilidad, antes cuidados.

En lo cual, no sólo se manifiesta su imperfección, sino que su condición es imperfectísima y, por lo tanto, que son lo más viles. Y esto atestigua Lucano, cuando dice, hablándoles a ellas: «Sin contención peligran las leyes, y vosotras, riquezas, vilísima parte de las cosas, movisteis batalla». Puédese ver brevemente su imperfección en tres cosas por modo manifiesto: primero, en su indiscreto advenimiento; segundo, en su peligroso acrecimiento; tercero, en su dañosa posesión. Y antes de demostrarlo, he de declarar una duda que parece surgir aquí; pues como quiera que el oro y las margaritas tienen perfectamente en su ser forma y acto, no parece cierto decir que sean imperfectas. Mas, sin embargo, se ha de saber que, cuando se las considera en sí mismas, son cosas perfectas y no son riquezas, pero oro y margaritas; mas en cuanto están ordenadas a la posesión del hombre, son riquezas, y por este modo están llenas de imperfecciones; porque no hay inconveniente en que una cosa sea, en diversos aspectos, perfecta e imperfecta.

Digo que su imperfección puédese advertir primeramente en la indiscreción de su advenimiento, en el cual no resplandece ninguna justicia distributiva y sí la más completa iniquidad; la cual iniquidad es precisamente efecto de imperfección, porque si se consideran los modos por los cuales vienen aquéllas, puédense todos recopilar en tres maneras; porque, o proceden de la pura suerte, como cuando, sin intención o esperanza, vienen por cualquier impensado hallazgo, o proceden de la mente ayudada de la razón, como por testamento o mutua sucesión, o proceden de la razón, ayudada de la suerte, como cuando vienen por provecho lícito o inclinado; lícito, digo, cuando son merecidas por arte, mercancía o servicio; ilícito, cuando proceden del hurto o la rapiña. Y en cada uno de estos tres modos se ve la iniquidad que digo, porque se le ofrecen más veces a los malos que a los buenos las escondidas riquezas que se encuentran o se consiguen, y esto es tan manifiesto, que no ha menester ser probado. A la verdad, yo vi el lugar en la ladera de un monte en Toscana, llamado Falterona, donde el villano más villano de la comarca, según se hallaba cavando, encontró finísima plata, esperada tal vez mil años.

Y al ver estas iniquidades, dijo Aristóteles que «cuanto más subyuga el hombre al intelecto, tanto menos subyuga a la fortuna». Y digo que muchas más veces les tocan las herencias legadas o correspondidas a los malvados que a los buenos, y de esto no quiero presentar testimonio alguno; mas vuelva cada cual los ojos en derredor suyo y verá lo que yo callo para no abominar de nadie. Así pluguiera a Dios que se hubiese cumplido lo que el Provenzal pidió que «quien no es heredero de la bondad perdiese la herencia del haber». Y digo que más veces a los malos que a los buenos tócales precisamente el provecho, porque los ilícitos nunca tocan a los buenos porque lo rehúsan; y ¿qué bien hombre utiliza nada por fraude o por fuerza? Imposible sería, porque sólo con aceptar la ilícita empresa, ya no sería bueno. Y los lícitos rara vez tocan a los buenos, porque como quiera que se necesita mucha solicitud, y la solicitud del bueno se propone cosas más grandes, raras veces el bueno es en éstas suficientemente solícito. Por lo cual es manifiesto que de todos modos vienen inicuamente las riquezas, Y por eso Nuestro Señor inicuas las llamó cuando dijo: «Haceos amigos con el dinero de la iniquidad», invitando y confortando a los hombres a la liberalidad en los beneficios, que son engendradores de amigos. ¡Y cuán buen cambio hace quien de estas cosas imperfectísimas da para tener y adquirir cosas perfectas, como son los corazones de los hombres de pro! Este cambio puede hacerse todos los días. Ciertamente que esta mercancía es más nueva que las otras, pues que creyendo comprar un hombre con el beneficio, compra miles y miles. ¿Y quién no está aún agradecido de corazón a Alejandro por su reales beneficios? ¿Quién no tiene aún al buen Rey de Castilla, o a Saladino, o al buen marqués de Monferrato, o al buen conde de Tolosa, o a Beltrán del Bornio, o a Galeazo de Montefeltro, cuando se hace mención de sus misiones?

Ciertamente que sólo los que tal harían de grado; más aún, aquellos que antes morirán que hacer tal, tiénenle amor a su memoria.

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