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Partiendo de esta ligera digresión, que ha sido necesaria para ver la verdad, vuelvo al propósito, y digo que, del mismo modo que nuestros ojos llaman, es decir, consideran a veces la estrella de otra manera de lo que es su verdadera condición, así la Baladita consideró a esta dama según la apariencia discordante de la verdad, por enfermedad del alma, que estaba apasionada de exagerado deseo. Y manifiesto tal cuando digo: Porque el alma temía tanto, que parecíame fiero cuanto en su presencia veía. Donde ha de saberse que cuanto más se une el agente al paciente, tanto más fuerte es, con todo, la pasión, como se entiende por la opinión del filósofo en el libro de Generación. Por lo cual, cuanto la cosa deseada se acerca más al que la desea, tanto mayor es el deseo; y el alma más apasionada, cuanto más se une a la parte concupiscible, más abandona la razón; de modo que entonces no considera como hombre a la persona, sino casi como otro animal, sólo en cuanto a la apariencia, no conforme a la verdad. Y por eso es por lo que el semblante, honesto en verdad, parece desdeñoso y altivo; y conforme a semejante juicio sensual habló la Baladita. Y por ello se entiende asaz que esta canción considera a esta dama, según la verdad, por el desacuerdo en que está con ella.

Y no sin motivo digo: donde ella me oiga, y no donde yo la oiga. Mas con ello quiero dar a entender la gran virtud que sus ojos tenían sobre mí; pues, cual si hubiese sido diáfano, por todas partes me traspasaban sus rayos. Y aquí se podrían señalar razones naturales y sobrenaturales; mas baste con lo que se he dicho; en otro lugar hablaré más adecuadamente.

Luego, cuando digo: Excúsate así si lo has menester, impóngole a la canción que se disculpe con las razones apuntadas, donde haya menester, es decir, donde alguien dudase de tal contrariedad; que no hay más que decir, sino que quien dudase por el desacuerdo entre la Baladita y la canción, considera la razón expuesta. Y es muy de alabar esta figura retórica y aun necesaria, a saber: cuando las palabras se dirigen a una persona y la intención a otra; porque el advertir es siempre laudable y necesario, y no siempre está adecuadamente en toda boca. Por donde, cuando el hijo conoce el vicio del padre y el súbdito conoce el vicio del señor, y cuando conoce el amigo que aumentaría la vergüenza de su amigo amonestándole o menoscabaría su honor, o sabe que su amigo no es paciente, sino iracundo ante la admonición, esta figura es muy bella y útil, y puédese llamar simulación. Y es semejante a la obra del prudente guerrero que ataca el castillo por un lado para dejarlo indefenso por otro, de modo que no van acordes la intención del socorro y la batalla.

Y le impongo, además, que pida permiso a ésta dama para hablar de ella. Donde se puede entender que el hombre no debe ser presuntuoso en la ajena alabanza y no poner atención en si le complace tal a la persona alabada; porque muchas veces, queriendo alabar a alguien, se le censura, ya por defecto del que alaba o por culpa del oyente. Por lo cual es menester tener mucha discreción; discreción, que es como pedir licencia del modo que yo digo que lo pida esta canción. Y así termina todo el sentido literal de este Tratado, por lo cual el orden de la obra exige proceder ahora a la exposición alegórica.

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