- XI -

Conforme exige el orden, volviendo otra vez al principio, digo que esta dama es aquella dama del intelecto que se llama Filosofía. Mas como quiera que, naturalmente, las alabanzas dan deseo de conocer a la persona alabada, y conocer la cosa es saber lo que es en sí misma considerada y por todas sus causas, como dice el filósofo al principio de la Física, y esto no lo muestra el nombre -aunque tal signifique, como se dice en el cuarto de la Metafísica, donde se dice que la definición es la razón que significa el nombre-, es menester aquí, antes de seguir adelante en sus alabanzas, mostrar y decir qué es lo que se llama Filosofía; es decir, lo que este nombre significa.

Y una vez explicado esto, se tratará más eficazmente la presente alegoría. Y primero, diré quién le dio primero este nombre; luego procederé con su significación.

Digo, pues, que antiguamente en Italia, casi por los comienzos de la Constitución de Roma, que fue setecientos cincuenta años, sobre poco más o menos, antes de la venida del Salvador -escribió Paulo Orosio-, hacia el tiempo de Numa Pompilio, segundo rey de los romanos, vivía un nobilísimo filósofo que se llamó Pitágoras. Y de que viviese en aquel tiempo parece apuntar algo Tito Livio, incidentalmente, en la primera parte de su volumen. Y antes de éste, los secuaces de la ciencia eran llamados, no filósofos, sino sabios, como lo fueron aquellos siete antiquísimos sabios que aún nombra la gente por su fama; el primero de los cuales tuvo por nombre Solón; el segundo, Chilón; el tercero, Periandro; el cuarto, Tales; el quinto, Cleóbulo; el sexto, Biante; el séptimo, Pitaco. En cuanto a Pitágoras, preguntado si se reputaba sabio, se negó a sí mismo tal dictado, y dijo que él no era sabio, sino amante de la sabiduría. Y de aquí nació luego que todo aficionado a saber fuese llamado amante de la sabiduría, es decir, filósofo; que tanto vale decir filos en griego como amante en latín; y, por la tanto, nosotros decimos filos por amante, y sofía por sabiduría; por dende tanto valen filos y sofía, cuanto amante de la sabiduría; por lo cual se ve que el vocablo nada tiene de arrogante, sino de humilde.

De esto nace el vocablo por su propio acto, filosofía, del mismo modo que de amigo nace el vocablo de su acto propio, la amistad. Por donde puede verse, considerando la significación del primero y del segundo vocablo, que filosofía no es otra cosa que afición a la sabiduría, o, más bien, al saber; por lo cual, en cierto modo todo el mundo puede decirse filósofo, según el natural amor que en todos engendra deseo de saber.

Pero, como quiera que las pasiones esenciales son comunes a todos, no se habla de ellas con ningún vocablo distintivo que participe de aquella esencia; por lo cual no decimos Juan, amigo de Martín, queriendo significar tan sólo la amistad natural, por la cual todos somos amigos de todos, mas la amistad engendrada sobre la natural, que es propia y distintiva en cada persona. Así no se llama a nadie filósofo por el amor común.

Es la intención de Aristóteles en el octavo de la Ética, que se llame amigo aquel cuya amistad no se le oculta a la persona amada, y de quien la persona amada es también amiga, de modo que haya benevolencia por ambas partes; y esto ha de ser por utilidad, por deleite o por honestidad. Así para ser filósofo hay que tener amor a la sabiduría, que hace benévola a una de las partes; hay que tener deseo y solicitud, que hace benévola también a la otra parte; de modo que nace entre ellas la familiaridad y la manifestación de benevolencia. Por lo cual, sin amor y sin afición no se puede llamar filósofo, sino que conviene que haya uno y otra. Y del mismo modo que la amistad hecha por deleite o por utilidad no es amistad verdadera, sino por accidente, como demuestra la Ética, así la Filosofía por deleite o por utilidad no es verdadera filosofía, sino por accidente. Por lo cual no se debe llamar filósofo a nadie, que por deleitarse un tanto con la sabiduría sea su amigo en cierto modo; como hay muchos que se deleitan en decir canciones y estudiar en ellas, y que se complacen en estudiar Retórica y Música, y huyen y abandonan las demás ciencias, que son todas miembros de la sabiduría. No se debe llamar verdadero filósofo al que es amigo de sabiduría por utilidad, como lo son legistas y médicos, y casi todos los religiosos, que no estudian por saber, sino por adquirir dineros y dignidades; y si les diesen lo que pretenden adquirir, no recurrirían al estudio.

Y del mismo modo que de las especies de amistad la que menos se puede decir tal es la que lo es por utilidad, así estos tales participan menos que ninguna otra gente del nombre de filósofo. Por lo cual, del mismo modo que la amistad hecha honestamente es verdadera, perfecta y perpetua, así es verdadera y perfecta la filosofía engendrada honestamente, sin ninguna otra consideración, solamente por la bondad del alma amiga, con recto deseo y derecha razón. Así puede decirse aquí -igual que la verdadera amistad de los hombres entre sí es que cada cual ame en todo a cada cual- que el verdadero filósofo ama cada parte de la sabiduría, y la sabiduría cada parte del filósofo, en cuanto lo reduce todo a él, y en manera ninguna deja que su pensamiento se extienda a otras cosas. Por lo cual dice esa sabiduría en los Proverbios de Salomón: «Yo amo a quienes me aman». Y del mismo modo que la verdadera amistad, abstraída del ánimo, considerada únicamente en sí misma, tiene por objeto el conocimiento de la buena obra y por forma el deseo de aquélla, así la Filosofía, fuera del alma, considerada en sí misma, tiene por objeto el entender, y por forma, como un divino amor, al intelecto. Y así como la virtud es causa eficiente de la verdadera amistad, la verdad es causa eficiente de la Filosofía, y del mismo modo que el fin de la amistad verdadera es la buena elección, que procede de convivir conforme a humanidad, es decir, conforme a razón, como parece ser el sentir de Aristóteles en el noveno de la Ética, así el fin de la Filosofía, es aquel excelentísimo deleite que no padece intermisión ni defecto alguno; es decir, la verdadera felicidad que se adquiere por contemplación de la verdad. Y así puede verse quién es esta mi dama, por sus causas y su razón; y por qué se llama Filosofía, y quién es verdadero filósofo, y quién lo es por accidente.

Mas como quiera que a veces en el fervor del ánimo a los términos de los actos y de las pasiones se les llama con el vocablo del acto y de la pasión mismos, como hace Virgilio en el segundo de la Eneida, que llama a Eneas: «¡Oh, luz! -que era acto-. ¡Oh, esperanza de los troyanos!» -que es pasión-; el cual no era ni luz ni esperanza, sino término por donde les venía la luz del consuelo, y era término en donde descansaba toda la esperanza de su salvación; como dice Estacio en el quinto del Thebaidos, cuando dícele Isífilis a Arquemoro, «¡Oh, consuelo de las cosas y de la patria perdida! ¡Oh, honor de mi servicio!, como cuotidianamente decímosle al amigo: «ve mi amistad», y el padre le dice al hijo: «amor mío» por antigua costumbre, las ciencias en las cuales pone su vista con más fervor la filosofía, son llamadas por su nombre, como la ciencia natural, la moral y la metafísica; la cual porque más necesariamente y con más fervor pone su vista en aquélla, es llamada filosofía. Por donde se puede ver por qué en segundo lugar llámaseles a las ciencias filosofía. Una vez que se ha visto cómo la primera es verdadera filosofía en esencia -la cual es la dama de quien hablo-, y como su noble nombre se ha comunicado por la costumbre a las demás ciencias, seguiré adelante con sus alabanzas.

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