V

Aconteció un día que la gentilísima mujer hallábase en sitio donde sonaban alabanzas a la Reina de los Cielos y que yo me encontraba en sitio donde podía ver a mi bien. En medio de la recta que nos unía estaba una hermosa dama de agradable continente, la cual me miraba con frecuencia, maravillada de mis miradas, que a ella parecían enderezarse. Fueron muchos los que se percataron, hasta el punto de que, al partirme de allí, oí que a mi vera decían: «¿Ves cómo esa mujer atormenta a este hombre?» Y como la nombraran, comprendí que se referían a la que había estado en medio de la recta que, partiendo de la gentilísima Beatriz, terminaba en mis ojos, lo cual me animó en extremo, asegurándome de que mis miradas no habían descubierto mi secreto.

Y a la sazón pensé escudarme con aquella hermosa dama para disimular la verdad. Tan lo conseguí en tiempo escaso, que las más de las personas que de mí hablaban creían saber mi secreto. Con aquella mujer escudéme por espacio de meses y hasta años. Y para fomentar la credulidad ajena, escribí ciertas rimas que no quiero transcribir aquí, aun cuando se referían a la gentilísima Beatriz; las omitiré, pues, a no ser que traslade alguna que más parezca en alabanza de ella.

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