VII

En tanto, he aquí que la mujer que por largo tiempo habíame servido para disimular mi pasión hubo de partirse de la susodicha ciudad y pasar a muy luengos países; por lo cual yo, al quedarme sin la excelente defensa, me desconsolé más de lo que hubiera podido creer al principio. Y pensando que si yo, de algún modo, no manifestaba dolor por su partida, las gentes hubieran advertido pronto mi fingimiento, decidí exponer mis lamentos en un soneto, que transcribiré, por cuanto mi amada fue causa inmediata de ciertas palabras que en tal soneto figuran, según advertirá quien lo conozca. Escribí, pues, este soneto, que empieza, «Vosotros que de Amor seguís la vía.»

Vosotros que de Amor seguís la vía,

mirad si hay lacería

que se compare con mi pena grave.

Escuchad mi clamor, por cortesía

y en vuestra fantasía

ved que soy del penar albergue y clave.

Diome el Amor por grácil hidalguía

que no por virtud mía,

una vida tan dulce y tan suave,

que a menudo la gente, nada pía,

detrás de mí decía:

“¿Por qué ese pecho de la dicha sabe?”

Pero he perdido ya el fácil acento

que el Amor me prestó con su tesoro; y tanto lo deploro

que aun para hablar carezco de ardimiento.

Mostraré, pues cual quienes en desdoro ocultan por vergüenza su tormento,

por de fuera, contento,

mientras por dentro me destrozo y lloro.

8

Este soneto consta de dos partes principales. En la primera quiere llamar a los fieles de Amor con aquellas palabras del profeta Jeremías que dicen: O vos omnes qui transitis per viam, attendite et videte si est dolor sicut meus, y rogarles que tengan la bondad de escucharme. En la segunda refiero en qué situación me ha colocado Amor con otra intención que no muestran las partes extremas del soneto, y digo lo que he perdido. La segunda parte empieza en «Diome el Amor».

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