VIII

Poco después de partirse la hermosa dama plugo al Dios de los ángeles llamar a su gloria a una mujer joven y de muy bello aspecto que en la supradicha ciudad era muy estimada. Viendo yo su cuerpo yacente sin el alma entre otras muchas mujeres que lloraban lastimeramente, recordé que habíale visto en compañía de mi gentilísima amada, y no pude contener algunas lágrimas. Así llorando, decidí dedicar, unas palabras a su muerte, en virtud de haberla visto alguna vez con la dama de mis pensamientos. Algo de ello apunté en las postreras palabras que escribí, como verá claramente quien las lea. Fue entonces cuando compuse estos dos sonetos, el primero de los cuales comienza diciendo:

«Puesto que llora Amor, llorad, amantes», y el segundo: «Muerte vil, de piedades enemiga.»

Puesto que llora Amor, llorad, amantes al escuchar la causa del lamento.

También las damas, con piadoso acento, como el Amor se muestran sollozantes.

En mujer de bellezas relevantes

la muerte vil ha puesto su tormento, ajando, no el honor, que es macilento, sino tales bellezas, más brillantes.

Pero hízole el Amor gran reverencia, pues yo le vi de veras, no apariencia, gimiendo cabe el hecho tremebundo.

9

Y a menudo a los cielos se volvía

donde ya para siempre residía

la que no tuvo par en este mundo.

Este soneto se divide en tres partes. En la primera llamo e incito a los fieles de Amor para que lloren, les comunico que su señora llora y les digo la causa de que llore, a fin de que estén más dispuestos a escucharme; en la segunda refiero dicha causa, y en la tercera hablo de los honores que a dicha mujer hizo Amor. La segunda parte empieza en

«También las damas;» la tercera, en «Pero hízole el Amor.»

Muerte vil, de piedades enemiga,

De pesares amiga,

juicio que se resuelve pavoroso,

ya que heriste mi pecho doloroso,

acude presuroso

y en tu daño mi lengua se fatiga.

Si de merced te quiero hacer mendiga, conviene que yo diga

tu proceder, que siempre es ominoso; no permanece a gentes misterioso,

mas no hallaré reposo

hasta que el mundo amante te maldiga.

De la tierra arrancaste con falsía

cuanto a una dama embelleció galana: su juventud lozana

tronchaste cuando amante florecía.

Su nombre no diré; sólo diría

su virtud y su gracia soberana.

Quien al bien no se afana,

jamás espere haber su compañía.

Esté soneto se divide en cuatro partes. En la primera llamo a la muerte con algunos de los nombres más apropiados; en la segunda, 10

dirigiéndome a ella, expreso la causa que me impele a vituperarla; en la tercera la vitupero, y en la cuarta me dirijo a una persona indefinida, aunque para mi entendimiento esté definida. La segunda parte comienza en «Ya que heriste»; la tercera, en «Si de merced», y la cuarta, en

«Quien al bien».

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