XIX

Aconteció, pues, que andando por un camino junto al cual se deslizaba un río clarísimo, sentí tantos deseos de expresarme, que comencé a pensar en qué modo lo haría. Y pensé que lo oportuno era hablar de ella dirigiéndome a otras mujeres, pero no a cualesquiera, sino a las que son bellas y distinguidas. Entonces mi lengua se movió como espontáneamente para decir: «¡Oh damas que de amor tenéis idea!» Y con gran alegría retuve tales palabras en mi memoria para tomarlas por principio de lo que dijese. Ya vuelto a la supradicha ciudad, tras varias jornadas de meditación, comencé una canción con aquellas palabras, dispuesta como se verá al tratar de su división. La canción empieza, en efecto:

«¡Oh damas que de amor tenéis idea!»

¡Oh damas que de amor tenéis idea!

Hablaros de mi dama yo pretendo.

Y no agotar su elogio es lo que entiendo, sino tan sólo descargar mi mente.

Cada vez que la elogio cual presea,

Amor me hace sentir con tal dulzura, que, de obrar con sutil desenvoltura, enamorara de ella a toda gente.

Y no aspiro a loar sublimente

por si caigo contraste en la vileza; me ceñiré a tratar de su belleza,

para lo que merece, brevemente,

¡oh señoras amables!, con vosotras,

pues no dijera, cuanto os digo, a otras.

Llama un ángel al célico intelecto

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y le dice: “En el mundo verse puede

un ser maravilloso, que procede

de un alma que hasta aquí su luz envía.”

El cielo, que no tiene más defecto,

pide a Dios si tal guisa le concede

y el total de los santos intercede.

Tan sólo la Piedad abogacía

interpone por mí. Mas Dios decía:

“Sufrid, dilectos míos, con paciencia, que no acuda tan presto a mi presencia, pues hay quien en la Tierra la porfía, y dirá en el infierno a los precitos:

“¡La esperanza yo vi de los malditos!”

Por mi dama suspiran en el cielo;

quiero, pues, referiros su nobleza.

La que mostrar pretenda gentileza

acompáñase de ella en la salida

que en todo pecho vil infunde un hielo con que mata los viles sentimientos, y quien logra mirarla unos momentos

se queda ennoblecido o sin la vida,

y el digno de mirar a mi elegida

experimenta al punto su potencia

porque es su saludar beneficencia

que hasta la ofensa estólida liquida.

A más, Dios otra gracia le ha otorgado: no puede mal morir el que le ha hablado.

“Siendo mortal Amor en sí repite,

¿cómo tan bella puede ser y pura?”

La vuelve a contemplar y en sí murmura que hízola Dios sin norma de costumbre.

Con la perla su fina tez compite;

color grato en mujeres, con mesura.

Compendia lo mejor de la Natura.

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De todas las bellezas es la cumbre.

Al lanzar de sus ojos clara lumbre

surgen de amor espíritus radiosos

que hieren en la vista a los curiosos y al corazón infligen pesadumbre.

Su boca, donde Amor está presente,

nadie puede mirarla fijamente.

¡Oh canción mía! Sé que irás hablando, a muchas damas una vez lanzada.

Te ruego, ya que estás aleccionada

como hija del Amor, joven y pía,

que por doquier digas suplicando:

“¿Qué senda llevárame a la persona

cuya alabanza lírica me abona?”

Y si tu acción no quieres ver baldía, esquiva a todo ser sin cortesía,

no fíes, de poder, tus intereses

sino a la dama y al varón corteses

que te señalarán la buena vía.

Y puesto que al Amor verás con ella, recomienda al Amor mi gran querella.

Para que se entienda mejor esta canción, la dividiré más cuidadosamente que las composiciones anteriores. Ante todo, haré tres partes: la primera es proemio de las palabras siguientes; la segunda es el tema de que se trata, y la tercera viene a ser auxiliar de las precedentes. La segunda empieza en «Llama un ángel»; la tercera, en «¡Oh canción mía!»

La primera parte se divide en cuatro. En la primera explico a quién y por qué deseo hablar de mi amada; en la segunda, lo que me parece, cuando pienso en sus merecimientos y cómo hablaría de ella si me atreviera; en la tercera, cómo debo hablar de ella para no verme impelido por obstáculos, y en la cuarta, dirigiéndome de nuevo a quien quiero hablar, explico la causa de que me dirija a ellos. La segunda empieza 26

en «Cada vez»; la tercera, en «Y no aspiro», y la cuarta, en «¡Oh señoras amables!»

Después, al decir: «Llama un ángel», empiezo a hablar de mi amada. Esta parte se divide en dos. En la primera explico cuánto la estiman en los cielos, y en la segunda, cuánto la estiman en la Tierra. Esta, que empieza en «Por mi dama», se divide en dos. En la primera explico lo referente a la nobleza de su alma, enumerando algunas de las poderosas virtudes que de su alma proceden; en la segunda explico lo referente a la nobleza de su cuerpo, enumerando algunas de sus bellezas. Esta, que empieza en «Siendo mortal», se divide en dos: en la primera trato de algunas bellezas, concernientes a toda persona; en la segunda trato de algunas bellezas que conciernen a determinadas partes de la persona.

Esta segunda parte, que empieza en «Al lanzar de sus ojos», se divide en dos: en una hablo de su boca, que es término de amor. Y para que se disipe todo pensamiento impuro, recuerde el lector que más arriba queda escrito que el saludo de tal mujer, función de su boca, fue término de mis anhelos mientras lo pude recibir.

Luego, al decir: «¡Oh canción mía!» añado una estrofa a manera de auxiliar, en la cual manifiesto lo que de esta mi canción espero. Y

comoquiera que esta última parte es fácil de entender, no me entretengo en más diversiones. No niego que, para hacer más inteligible esta canción, convendría establecer más subdivisiones; sin embargo, quien no tenga bastante ingenio para entenderla con las divisiones hechas, no me disgustará si la deja estar, pues, en verdad, temo, con las divisiones establecidas, haber facilitado, a demasiados su inteligencia, si acaso la canción llega a oídos de muchos.

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