XVIII

Muchas personas, por mi solo aspecto, habían comprendido el secreto de mi corazón. Y varias damas que estaban Congregadas para deleitarse con la mutua compañía eran conocedoras de mis afectos, por cuanto todas habían presenciado muchas de mis turbaciones. Pasando yo, llevado por el azar, cerca de las gentiles señoras, llamóme una de ellas, que por cierto era de gratísimo hablar. Cuando llegué a donde estaban y vi que mi gentilísima dama no se hallaba allí, me serené, las saludé y preguntéles qué se les ofrecía.

Había muchas mujeres, algunas de las cuales reían entre sí, mientras otras me miraban esperando mis palabras y otras mantenían coloquios. Una de éstas, volviendo hacia mí sus ojos y llamándome por mi nombre, hablóme así: «¿Con qué fin amas a tu dama, que no puedes sostener su presencia? Dínoslo, porque seguramente la finalidad de ese amor será algo no visto jamás.» Pronunciadas estas palabras, no solamente ella, sino todas las otras mujeres, mostraron sus deseos de esperar mi respuesta. Y entonces les hablé así: «La finalidad de mi amor,

¡oh dama!, se cifra en saludar a la mujer que sabéis, y en ello consiste mi felicidad, término de todos mis anhelos. Mas desde que le plugo negarme su saludo, Amor, que es mi señor, ha puesto mi felicidad entera en algo que no puede fallirme.» Rompieron entonces aquellas damas a hablar entre sí, de manera que yo creía oír sus palabras entrecortadas de suspiros, tal como a veces vemos caer la lluvia mezclada con copos de nieve. Y cuando hubieron hablado algún tanto, la misma dama que antes me habló, díjome lo siguiente: «Te rogamos que nos digas dónde se halla tu felicidad.» Y díjeles respondiendo: «En las palabras de alabanza a mi amada.» Y repuso mi interlocutora: «De ser cierto cuanto dices, las palabras con que nos has referido tu situación las habrías pronunciado con ese propósito.»

Y me partí de aquellas damas meditando lo oído, casi avergonzado, diciendo para mí: «Ya que tanta felicidad hallo en las palabras que loan a mi dama, ¿por qué he hablado de otras cosas?» Y decidí tomar 23

siempre, en adelante, por motivo de mis palabras, cuanto fuera elogio de mi gentilísima amada. Reflexionando, pensé que me había lanzado a grave empresa para mí, por lo que no me atreví a empezar. Y así estuve algunos días, con ansia de hablar y con temor de quebrar mi silencio.

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