XLI

Dos nobles señoras me mandaron a decir, en ruego, que les enviara estos versos; pero yo, atento a su nobleza, acordé enviárselos con más algunos versos nuevos que haría y que les enviaba con los otros para corresponder más dignamente a sus atenciones. Y entonces escribí un soneto refiriendo mi estado y se lo envié acompañado del soneto anterior y de otro que empieza: «Venid a oír.»

El soneto que a la sazón compuse empieza: «Sobre la esfera que más alta gira.» Consta de cinco partes. En la primera digo adónde va mi pensamiento, dándole el nombre de alguno de sus efectos. En la segunda digo por qué asciende, es decir, qué le impele. En la tercera digo lo que ve, o sea una mujer a quien se honra en las alturas, y le llamo «peregrino espíritu» porque espiritualmente va allí y reside allí cual peregrino fuera de su patria. En la cuarta digo cómo la ve que es de tal modo, que no la puedo entender; pudiera decirse que mi pensamiento 60

penetra en la ciudad de ella a tal punto que mi inteligencia no lo puede comprender, pues nuestra inteligencia se halla en relación a las almas bienaventuradas así como nuestros débiles ojos ante él sol, según dice el filósofo en el segundo libro de la Metafísica. Y en la quinta digo que, aun cuando no pueda comprender hasta dónde me remonta el pensamiento, o sea lo admirable de la condición de mi amada, al menos comprendo que semejante pensamiento se refiere a ella, porque noto frecuentemente su nombre en mi pensamiento. Al fin de esta quinta parte escribo «amigas» para dar a entender que me dirijo a mujeres. La segunda parte empieza en «Pero una vez allí»; la tercera, en «Y al llegar al lugar»; la cuarta, en «Y la ve tal», y la quinta, en «Más sé que».

Cabría dividirlo más minuciosamente y hacerlo más útilmente comprensible; pero puede bastar esta división, por lo que no me entretengo en subdivisiones.

Sobre la esfera que más alta gira

llega el suspiro que mi pecho lanza.

Pero una vez allí, de nuevo avanza

por más potencia que el Amor inspira.

Y al llegar al lugar de donde aspira ve a una dama ceñida de alabanza

y, por el vivo resplandor que alcanza, el peregrino espíritu la mira.

Y la ve tal que no le entiendo cuando háblame de ella rara y sutilmenteobedeciendo al corazón abierto.

Mas sé que de mi dama me está hablando, pues recuerda a Beatriz frecuentemente, lo cual, amigas, tengo por muy cierto.

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