XL

Después de esa tribulación, en esos días en que la multitud acude a ver la bendita imagen que Jesucristo nos dejó para recuerdo de su hermosísima faz, la cual contempla mi amada en la gloria, aconteció que algunos peregrinos pasaron por la calle mayor de la ciudad donde nació, vivió y murió aquella gentilísima mujer. Y estos peregrinos, a lo que me pareció, andaban meditabundos, por lo que yo, pensando en ellos, me dije: «Los tales peregrinos se me antojan de lueñes tierras y no creo que hayan oído hablar de aquella mujer ni sepan algo de ella; antes al contrario, pensarán en algo distinto, quizá en sus amigos ausentes, que nosotros no conocemos.» Luego seguí diciéndome: «Si los tales peregrinos fueran de cercano país, mostraríase la turbación en sus semblantes al atravesar la dolorida ciudad.» Y proseguía yo diciéndome: «De poderlos retener un tanto, haría que llorasen antes que salieran de esta ciudad, pues les diría palabras que arrancarían lágrimas en quienquiera que las oyese.»

En cuanto hube perdido de vista a los peregrinos decidí escribir un soneto en que manifestara lo que había dicho en mi fuero interno. Y para que pareciese más lastimero, me propuse escribirlo cual si a ella me dirigiese. Así, pues, compuse el soneto que empieza: «¡Oh peregrinos de faz cavilosa!» Escribí peregrinos en la amplia acepción del vocablo, que puede tomarse en dos sentidos: amplio y estrecho. En el amplio sentido, es peregrino quien se halla fuera de su patria; en el estrecho, sólo se llama peregrinos a quienes van a Santiago o de allí vuelven. A más, es de advertir que de tres modos se llama propiamente a quienes caminan para servir al Altísimo. Llámase «palmeros» a quienes van a Oriente, pues suelen traer muchas palmas de allí; «peregrinos» a los que van al templo de Galicia, pues la sepultura de Santiago está más lejos de su patria que la de cualquier otro apóstol, y «romeros» a los 59

que van a Roma, que era adonde se dirigían mis peregrinos. No divido este soneto porque harto manifiesto es su sentido.

¡Oh peregrinos de faz cavilosa

quizá por algo que no está presente!

¿Venís acaso, como se presiente,

de alguna tierra luenga y fabulosa,

ya que no vais con cara lacrimosa

atravesando la ciudad doliénte

cual un enjambre ajeno, por nesciente, a la fatal desgracia que la acosa?

Si queréis conocerla, deteneos.

El corazón me dice con suspiros

que no proseguiréis sin afligiros.

La ciudad sin Beatriz hase quedado,

y hablando de mi amada es obligado

que de llorar os nazcan los deseos.

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