XXI

Una vez traté de Amor en los susodichos versos, sentí apetencia de escribir, también en alabanza de mi gentilísima amada, unas palabras mediante las cuales mostrara no solamente cómo por ella se despierta Amor en caso de que esté dormido, sino cómo ella le hace acudir allí donde no está en potencia. Y entonces compuse este soneto que empieza: «Mora Amor en los ojos de mi amada.»

Mora Amor en los ojos de mi amada

por lo cual cuanto mira se ennoblece.

Aquel a quien saluda se estremece:

todo mortal le lanza su mirada.

Si ella baja la faz, el todo es nada, el ánimo en quejumbre desmerece,

muere soberbia, cólera perece.

¡Oh mujeres, le cumple ser loada!

Toda humildad y toda dulcedumbre

nace oyendo su voz pura y afable.

Dichoso el hombre que la vio primero.

Cuando sonríe que su boca es lumbrese magnifica y hácese inefable

porque es algo divino y hechicero.

Este soneto consta de tres partes. En la primera explico cómo dicha mujer reduce a acto la mencionada potencia con la nobleza que emana de sus ojos, y en la tercera explico lo mismo con referencia a su nobilísima boca; pero entre ambas partes hay otra cosa menor que, por decirlo así, se auxilia en la precedente y en la siguiente y que empieza en «¡Oh mujeres!», mientras la tercera empieza en «Toda humildad».

La primera parte se divide a su vez en tres. En la primera digo cómo tiene la virtud de embellecer todo cuanto mira, lo cual equivale a decir que conduce a Amor en potencia allí donde no está; en la segunda digo 29

cómo reduce en acto a Amor en los corazones de todos aquellos a quienes ve, y en la tercera digo cómo reduce en acto a Amor, en los

corazones de todos aquellos

a quienes mira. La segunda empieza

en «Aquel a quien saludo»; la tercera, en «Todo mortal». Luego, al decir «¡Oh mujeres!», doy a entender a quién tengo intención de hablar, invitando a las mujeres para que ayuden a rendir pleitesía a mi amada.

Después, al decir: «Toda humildad», repito lo ya dicho en la primera parte, pero con referencia a dos funciones de su boca, una de las cuales es su dulcísima voz y otra su admirable sonrisa, si bien no digo de ésta cómo actúa en otros corazones, pues la memoria no puede recordarla ni recordar sus efectos.

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