Preparativos de las bodas
Presentación de los infantes Minaya entrega las esposas a los infantes Bendiciones y misa Fiestas durante quince días
Las bodas acaban, regalos a los convidados
El juglar se despide de sus oyentes
Entonces se comenzó a adornar todo el palacio, los suelos y las paredes con tapices los taparon, telas de púrpura y seda y muchos paños preciados.
¡Cuánto gusto os daría comer en aquel palacio!
Los caballeros del Cid todos se fueron juntando.
Van entonces a buscar a don Diego y don Fernando: ya cabalgan los infantes, caminan para palacio con muy buenas vestiduras, ricamente ataviados.
¡Qué bien y con qué humildad e el alcázar entraron!
Los recibe Mío Cid, con el todo sus vasallos.
Al Cid y a doña Jimena los infantes saludaron; luego fueron a sentarse en un magnífico escaño.
Todos los de Mío Cid, prudentes y mesurados,
tenían puesta la vista en su señor bienhadado.
El Campeador Ruy Díaz entonces se ha levantado:
“Ya que tenemos que hacerlo, no hay para qué retardarlo: venid acá, buen Minaya, a quien tanto quiero y amo, aquí tenéis mis dos hijas, póngolas en vuestras manos.
Sabéis que con don Alfonso en hacerlo así quedamos, en nada quiero faltar a lo que está concertado: dárselas a los infantes de Carrión con vuestras manos, que la bendición reciban y esto se vaya acabando”.
Álvar Fáñez contestó: “Yo lo haré de muy buen grado”.
Las dos se ponen en pie, él las cogió de la mano, y a los de Carrión, Minaya así entonces les va hablando: “Ante Álvar Fáñez estáis presentes los dos hermanos; por mano del rey Alfonso, que me lo tiene mandado, estas damas os entrego -y son las dos hijasdalgo-, tomadlas vos por mujeres para honra y bien de los cuatro”.
Recíbenlas los infantes de corazón y buen grado, al Cid y a doña Jimena les van a besar la mano.
Cuando hubieron hecho esto se salieron del palacio, todos a Santa María de prisa se encaminaron.
El obispo don Jerónimo revistióse apresurado
y en la puerta de la iglesia ya los estaba esperando, bendiciones les echó, la misa les ha cantado.
Cuando salen de la iglesia cabalgan a muy buen paso, al arenal de Valencia todos los del Cid marcharon.
¡Dios, qué bien que juegan armas Ruy Díaz y sus vasallos!
El que en buenhora nació tres veces mudó el caballo.
Satisfecho se halla el Cid de lo que estaba mirando.
Buenos jinetes allí los de Carrión se mostraron.
Con las damas se volvieron y ya en Valencia han entrado, muy ricas bodas se hacen en el hermoso palacio.
Al otro día el Cid manda que planten siete tablados y, antes de comer, las tablas de los siete derribaron.
Quince días bien cumplidos aquellas bodas duraron y al cabo de ellas empiezan a marcharse los hidalgos.
Ruy Díaz el de Vivar, Mío Cid el bienhadado,
entre mulas, palafrenes y corredores caballos
lo menos un centenar de bestias ha regalado
y además muchos vestidos y ricas pieles y mantos, y dinero de oro y plata que no es posible contarlo.
También se ponen de acuerdo de Mío Cid los vasallos y a todos los invitados hicieron buenos regalos.
Al que algo quiere llevarse bien que le llenan las manos; ricos vuelven a Castilla los que a las bodas llegaron.
Ya todos aquellos huéspedes de Valencia van marchando, despídense de Ruy Díaz, Mío Cid el bienhadado, despídense de las damas y de todos los hidalgos, muy satisfechos se marchan del Cid y de sus vasallos.
Agradecidos hablaban de lo bien que les trataron.
También están muy alegres don Diego y don Fernando, los infantes de Carrión, hijos del conde Gonzalo.
Ya han regresado a Castilla los huéspedes invitados, Mío Cid y sus dos yernos en Valencia se han quedado.
Allí moran los infantes muy cerca de los dos años, en Valencia todo el mundo hacíales agasajos.
Muy contento estaba el Cid, muy contentos sus vasallos.
Ojalá quiera la Virgen María y el Padre Santo
que salgan bien estas bodas al que así las ha casado.
Las coplas de este cantar aquí se van acabando.
Que Dios creador os valga y con Él todos sus santos.