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Minaya saluda al rey

Don Alfonso el castellano de misa estaba saliendo.

He aquí a Minaya Álvar Fáñez cómo llega tan apuesto, las dos rodillas ha hincado delante de todo el pueblo, y a los pies del rey Alfonso púsose con mucho duelo, las dos manos le besaba, y empezó a hablar, tan discreto: 82

Discurso de Minaya al rey

Envidia de Garci Ordóñez

El Rey perdona a la familia del Cid

Los infantes de Carrión codician las riquezas del Cid

 

“Merced, nuestro rey Alfonso, por amor del Creador.

Estas manos os las besa Mío Cid el luchador,

que le hagáis merced os pide, válgaos el Creador.

Los pies os besa y las manos cual cumple a tan gran señor.

Vos, rey, le habéis desterrado, le quitasteis vuestro amor, pero aunque está en tierra extraña el Cid su deber cumplió, a esos pueblos que se llaman Jérica y Onda ganó, Almenar ha conquistado, Murviedro, que es aún mayor, a Cebolla gana luego y el pueblo de Castejón, Peña Cadiella, la villa que está en un fuerte peñón; con todas estas ciudades ya de Valencia es señor.

Obispo hizo por su mano Mío Cid Campeador,

cinco batallas campales libra y todas las gano.

Grandes fueron las ganancias que le ha dado el Creador, aquí tenéis las señales, la verdad os digo yo.

Estos cien gruesos caballos buenos corredores son, de ricos frenos y sillas todos llevan guarnición, Mío Cid, señor, os ruega que los toméis para vos, que es siempre vuestro vasallo y os tiene por señor”.

Alzó la mano derecha el rey y se santiguó:

“De estas ganancias tan grandes que logró el Campeador, por San Isidro bendito, me alegro de corazón, me alegro de las hazañas que hace el Cid Campeador y recibo estos caballos que me manda en donación”.

Se alegró el rey, pero al conde Garci Ordóñez le pesó:

“Parece que en tierra mora ya no hay hombres de valor cuando tanto hace y deshace Mío Cid Campeador”.

Dijo el rey: “Conde García, no sigáis hablando, no; de todos modos el Cid mejor me sirve que vos”.

Entonces habla Minaya, el esforzado varón:

“Merced os demanda el Cid, que si os place, señor, a su esposa y a sus hijas deis vuestro permiso vos para salir del convento en donde el Cid las dejó e ir a Valencia a juntarse con el Cid Campeador”.

Entonces contesta el rey: “Pláceme de corazón.

Mientras vayan por mis reinos les daré manutención; guárdenlas todos de mal, de ofrenta y de deshonor.

Cuando a la frontera lleguen esas damas cuidad vos de servirlas cual se debe, e igual el Campeador.

Ahora, guardias y mesnadas, escuchad con atención: No quiero que pierda nada Mío Cid Campeador, a todos los caballeros que le tienen por señor lo que yo les confisqué hoy se lo devuelvo yo, aunque sigan con el Cid no pierdan su posesión, seguros estén de daño o mal en toda ocasión; esto lo hago por que siempre sirvan bien a su señor”.

Álvar Fáñez de Minaya al rey las manos besó.

Sonriese don Alfonso. ¡Dios, qué hermosamente habló!

“Aquellos que quieran irse con el Cid Campeador venia les doy, váyanse en gracia del Creador.

Más ganaremos con esto que con otro desamor”.

Oíd lo que hablan aparte los infantes de Carrión:

“Mucho cunden las hazañas de este Cid Campeador, en casarnos con sus hijas ganaríamos los dos, pero vergüenza tenemos de decirlo, porque no

es el suyo buen linaje para condes de Carrión”.

A nadie se lo dijeron y así la cosa quedó.

Álvar Fáñez de Minaya del buen rey se despidió.

“¿Os vais ya, Minaya? Id en gracia del Creador.

Un oficial de palacio quiero que vaya con vos.

Si os lleváis a las damas, sírvanlas a su sabor, hasta el confín de Medina las guarde mi protección, desde allí en adelante la del Cid Campeador”.

Ya se despide Minaya, de la corte se marchó.

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