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Minaya va a Cardeña por doña Jimena

Más castellanos se prestan a ir a Valencia

Minaya en Burgos

Promete a los judíos buen pago de la deuda del Cid Minaya vuelve a Cardeña y parte con Jimena Pedro Bermúdez parte de Valencia para recibir a Jimena En Molina se le une Abengalbón

Encuentran a Minaya en Medinaceli

 

Los infantes de Carrión ya decididos están,

cuando se marcha Álvar Fáñez vanle un rato a acompañar:

“Vos que tan bueno sois siempre hacednos hoy la bondad de llevar nuestros saludos a Mío Cid el de Vivar.

Con nosotros como amigos puede Mío Cid contar”.

Dijo Minaya. “Ese encargo nunca me puede pesar”.

Minaya su marcha sigue, los infantes vuelven ya.

Encamínase a San Pedro donde las damás están.

¡Qué gozo tan grande tienen cuando le ven asomar!

Ya se ha apeado Minaya, a San Pedro va a rezar, cuando acabó la oración hacia las damas se va: “Humíllome a vos, señora, que Dios os guarde de mal, que también a vuestras hijas las quiera el Señor guardar.

Os saluda Mío Cid, desde allí donde él está,

riqueza y salud tenía cuando yo le fui a dejar.

Por gracia del rey Alfonso ya quedáis en libertad de veniros a Valencia, que ahora es nuestra heredad.

Si os ve el Campeador las tres sanas y sin mal, todo le será alegría, no le quedará un pesar”.

Contestó doña Jimena: “Si Dios quiere, así será.

Por mandato de Álvar Fáñez tres caballeros se van con mensaje a Mío Cid, a Valencia, donde está.

“Decid al Campeador, a quien Dios guarde de mal, que a su mujer y a sus hijas concede el rey libertad, mientras vayan por sus reinos provisiones les dará.

Que dentro de quince días, si Dios nos guarda de mal, su mujer con las dos niñas y yo estaremos allá, y además estas señoras que compañía les dan”.

Idos son los caballeros lo mandado cumplirán,

en San Pedro de Cardeña Minaya se quedará.

Vierais allí caballeros de todas partes llegar, irse quieren a Valencia con Mío Cid de Vivar.

A Álvar Fáñez le pedían que los quisiera ayudar y Minaya contestaba: “Yo lo haré de voluntad”.

Sesenta y cinco a caballo ya se fueron a juntar, más cien que tiene Minaya, que se trajera de allá; las damas en su viaje buena compaña tendrán.

Quinientos marcos le dio Álvar Fáñez al abad

y los otros ya veréis en qué los quiso emplear: Minaya a doña Jimena, a sus hijas y además a todas aquellas damas que acompañándolas van, con esos quinientos marcos tiene pensado comprar las mejores vestiduras que en Burgos pueda encontrar, con palafrenes y mulas que sean buen de mirar.

Cuando en la ciudad de Burgos las compras hechas están y aquel bueno de Minaya a San Pedro vuelve ya, he aquí que Raquel y Vidas a sus pies vanse a arrojar: “Merced, merced, Álvar Fáñez, caballero de fiar, si Mío Cid no nos paga, nuestra ruina esto será, al interés renunciamos si nos vuelve el capital”.

“Yo lo hablaré con el Cid si Dios me lleva hasta allá, por lo que vos le ayudasteis buena merced os dará”.

Dijeron: “Quiéralo así la divina voluntad, si no, de Burgos saldremos y le iremos a buscar”.

El buen Minaya Álvar Fáñez para San Pedro se va; muchas gentes se le acogen, se preparan a marchar, a la hora de despedirse gran duelo tuvo el abad: “Adiós, Minaya Álvar Fáñez, el Creador os valdrá, de parte mía las manos al Campeador besad, que de este monasterio nunca se quiera olvidar, con su amparo este convento medre por siempre jamás, que si el Cid así lo hace en honra suya será”.

Dijo Minaya: “He de hacerlo con muy buena voluntad”.

Allí todos se despiden y empiezan a cabalgar,

con ellos va el palatino que los tiene que guardar.

Por todas las tierras reales mucha comida les dan.

De San Pedro hasta Medina cinco días tardarán.

A Álvar Fáñez y a las damas en Medina tenéis ya.

De los que el mensaje llevan ahora pasemos a hablar: cuando de él se hubo enterado Mío Cid el de Vivar, le plugo de corazón, gran alegría le da, y así como oiréis ahora, así comenzaba a hablar:

“Quien buen mandadero envía tal razón debe esperar.

Tú, Muño Gustioz, y tú, Pedro Bermúdez, marchad, con don Martín Antolínez, ese burgalés leal.

Vaya también don Jerónimo, sacerdote de fiar,

y cien hombres bien armados por si hubiera que luchar.

Por tierras de Albarracín primero debéis pasar, después seguid a Molina que está puesta más allá.

Abengalbón que la tiene es moro amigo y de paz; con otros cien caballeros él os acompañará, y subiendo hacia Medina, lo mas que podáis andar, a mi mujer y a mis hijas, que con Minaya vendrán por lo que a mí me dijeron, allí podréis encontrar.

Entonces con grandes honras conducídmelas acá.

Yo me quedaré en Valencia, que mucho me fue a costar y gran locura sería dejarla sin amparar.

Yo me quedaré en Valencia, que Valencia es mi heredad.”

Cuando el Cid esto hubo dicho empiezan a cabalgar y todo el tiempo que pueden anduvieron sin parar.

Albarracín lo pasaron, en Fronchales están ya, al día siguiente llegan a Molina a descansar.

Aquel moro Abengalbón, cuando supo a lo que van, muy bien que los recibió y muy contento que está: “¿Sois vosotros los vasallos de mi amigo natural?

Sabed que vuestra llegada gran alegría me da”.

Ese buen Muño Gustioz habló sin más esperar: .

“De parte de Mío Cid os queremos saludar, cien caballeros de escolta os manda el Cid preparar, que su mujer y sus hijas en Medinaceli están, quiere que vayáis por ellas y se las traigáis acá, y que hasta Valencia de ellas no os queráis separar”.

Dijo Abengalbón: “Lo haré de muy buena voluntad”.

Una gran comida a todos aquella noche les da

y a la mañana siguiente empiezan a cabalgar,

ciento sólo le pidieron pero él con doscientos va.

La sierra bravía y alta ya se la dejan atrás,

luego cruzan la llanura de la Mata de Taranz,

mucha confianza tienen, sin ningún recelo van, por el valle de Arbujuelo ya se aprestan a bajar.

Allí en Medina Álvar Fáñez con gran precaución está, al ver venir gente armada gran sospecha le fue a dar, envía dos caballeros que averigüen la verdad; sin perder tiempo partieron, de muy buena gana van, uno se queda con ellos, otro se vuelve a avisar: “Son fuerzas de Mío Cid que nos vienen a buscar.

Ved aquí a Pedro Bermúdez que se quiere adelantar, Muño Gustioz, vuestro buen amigo, viene detrás, luego Martín Antolínez, el de Burgos natural, el obispo don Jerónimo, ese clérigo leal.

El alcaide Abengalbón con sus fuerzas también va, por dar gusto a Mío Cid que mucho le quiere honrar.

Todos forman una tropa, en seguida llegarán”.

Dijo Minaya: “A caballo. Los iremos a encontrar”.

Muy de prisa que montaron, no se querían tardar; cien caballeros salían, todos de muy buen mirar, en caballos muy hermosos con cubiertas de cendal y petral de cascabeles; con escudo al cuello van, sendas lanzas en las manos, con su pendón cada cual.

Quiere Minaya que vean cómo se sabe portar

y como trata a las damas que a Castilla fue a buscar.

Los primeros batidores a llegar empiezan ya,

las armas toman, ce ponen con las armas a jugar.

Por allí junto a Jalón grandes alegrías van.

Los otros ante Minaya se iban todos a humillar.

Luego, el moro Abengalbón, que mirándoles está, con gesto muy sonriente a Minaya fue a abrazar, según la costumbre mora, beso en el hombro le da.

“Dichoso el día, Minaya, en que os vengo a encontrar.

A esas damas traéis vos que honra nos vienen a dar, a las dos hijas del Cid, a su esposa tan leal.

Tal es la suerte del Cid y todos le hemos de honrar, aunque poco le quisiéramos no se le puede hacer mal, se quedará con lo nuestro, sea por guerra o por paz.

Por muy torpe tengo yo al que no ve esta verdad’.

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