Los viajeros descansan en Medina
Parten de Medina a Molina
Llegan cerca de Valencia
Al oírle sonrió Álvar Fáñez de Minaya:
“Bien lo veo, Abengalbón, que sois amigo sin tacha; si Dios me lleva hasta el Cid, y le ve otra vez mi alma, lo que hicisteis por nosotros no se quedará sin paga.
Vámonos ya a descansar, ]a cena está preparada”.
Contéstale Abengalbón: “Mucho me place aceptarla, y antes que pasen tres días la devolveré doblada”.
En Medinaceli entran, los atendía Minaya;
todos quedan muy contentos de la cena que tomaran.
Al oficial de palacio despedirse ya mandaban.
Honrado quedará el Cid, que allá en Valencia se estaba, de aquellos ricos festines que en Medina aderezaran.
Todo lo costea el rey y nada pagó Minaya.
Pasada está ya la noche, ha venido la mañana,
todos oyeron la misa y en seguida cabalgaban.
De Medinaceli salen, el río Jalón pasaban,
por el Arbujuelo arriba muy de prisa espoleaban, la llanura de la Mata de Taranz atravesaban, llegan por fin a Molina, la que Abengalbón mandaba.
El obispo don Jerónimo, el buen cristiano sin tacha, por de día y por de noche a las tres damas guardaba, con un caballo a su diestra y otro detrás con sus armas.
Álvar Fáñez de Minaya a su lado le acompaña.
Ya se entran en Molina, villa rica y bien poblada.
Allí el moro Abengalbón les sirve y nada les falta.
De todo lo que quisieron no echaron de menos nada, y las mismas herraduras el moro las costeaba.
A las damas y a Minaya ¡Dios. cuánto que los honraba!
Otro día de mañana en seguida cabalgaban,
hasta la misma Valencia el moro los acompaña,
de lo suyo iba gastando, de ellos no tomaba nada.
Y con estas alegrías y estas noticias tan gratas ya están cerca de Valencia, a tres leguas mal contadas.
A Mío Cid de Vivar, que en buen hora ciñó espada, hasta dentro de Valencia un aviso le mandaban.