El Cid y los suyos se disponen para ir a las vistas Parten de Valencia
El rey y el Cid se avistan a orillas del Tajo.
Perdón solemne dado por el rey al Cid
Convites
El rey pide al Cid sus hijas para los infantes El Cid confía sus hijas al rey y éste las casa Las vistas acaban Regalos del Cid a los que se despiden
El rey entrega los infantes al Cid
Allá dentro de Valencia, Mío Cid Campeador,
sin demora a la entrevista muy bien que se preparó.
Tanta buena mula, tanto palafrén de condición, muy buenas armas y mucho buen caballo corredor y tantos mantos y pieles y capas de gran valor.
La gente chicos y grandes, vestidos van de color.
Álvar Fáñez y el buen Pedro Bermúdez aquellos son, Martín Muñoz es el otro que mandó a Montemayor, con el Martín Antolínez, ese burgalés de pro, el obispo don Jerónimo, clérigo de lo mejor,
Álvar Salvadórez y el buen Álvar Álvaroz,
el valiente caballero que llaman Muño Gustioz
y ese Galindo García el que vino de Aragón.
Todos éstos se preparan a ir con el Campeador, y los demás caballeros que vasallos suyos son.
Al buen Álvar Salvadórez y a Galindo el de Aragón, a éstos les ha encomendado Mío Cid Campeador que le guarden a Valencia con alma y con corazón, y que los demás estén bajo el mando de ellos dos.
De las puertas del alcázar esto Mío Cid mandó: ni de día ni de noche no las abra nadie, no.
Dentro se queda su esposa, quedan sus hijas las dos, en las que Cid tiene puestos el alma y corazón, y todas aquellas damas que sus servidoras son.
Ha dispuesto Mío Cid como prudente varón
que no salgan del alcázar esas damas mientras no haya tornado a Valencia el que en buen hora nació.
Espuelas pican y el Cid con los suyos se marchó, caballos de armas llevaban que muy corredores son, Mío Cid se los ganara, no se los dieron por don.
El Cid va para las vistas que con el rey concertó.
Un día antes que llegue Mío Cid, el rey llegó.
Cuando vieron que venía ese buen Campeador,
a recibirle salieron con grandes muestras de honor.
Al verlos adelantarse, el que en buen hora nació a todos sus caballeros que parasen los mandó, menos a unos pocos de ellos que quiere de corazón; con esos quince vasallos del caballo se apeó, cual lo tenía pensado, el que en buen hora nació.
De rodillas se echa al suelo, las manos en él clavó, aquellas yerbas del campo con sus dientes las mordió y del gozo que tenía el llanto se le saltó.
Así rinde acatamiento a Alfonso, rey de León.
Ante los pies del monarca de esta manera cayó, no le gusta al rey Alfonso verle en tal humillación: “Levantáos, levantáos, mi buen Cid Campeador, besar mis manos os dejo, pero besar los pies no, si no lo hiciereis así, no os vuelvo mi favor”.
Con las rodillas hincadas seguía el Campeador:
“Merced os pido, buen rey, vos, mi natural señor, que ante vos arrodillado me devolváis vuestro amor, y puedan oírlo todos los que están alrededor”.
Dijo el rey: “Así lo haré con alma y con corazón, aquí os perdono, Cid, y os vuelvo mi favor, desde hoy en todo mi reino acogida os doy yo”.
Habló entonces Mío Cid, fue a decir esta razón:
“Gracias, el perdón acepto, Alfonso, rey y señor, al cielo le doy las gracias y después del cielo a vos, y a todas estas mesnadas que están aquí alrededor”.
Con las rodillas hincadas las dos manos le besó, se levanta y en la boca al rey otro beso dio.
Todos los que están allí se alegran de corazón.
Sólo al conde Garci Ordóñez y a Álvar Díaz les pesó.
Habla entonces Mío Cid, fue a decir esta razón:
“Mucho que se lo agradezco al gran Padre Creador, porque me ha vuelto su gracia don Alfonso, mi señor, ahora de día y de noche tendré la ayuda de Dios; que seáis mi huésped, os ruego, si así os place, señor”.
Dijo el rey: “Hacerlo así no sería justo, no, vos acabáis de llegar, y anoche he llegado yo; hoy habéis de ser mi huésped, Mío Cid Campeador, y ya mañana se hará lo que más os plaza a vos”.
Bésale la mano el Cid, a su demanda cedió.
Entonces le saludaron los infantes de Carrión:
“Os saludamos ¡oh Cid, que en tan buen hora nació!
en todo lo que podamos amigos somos los dos”.
Repuso allí Mío Cid: “¡Quiéralo así el Creador!”
Al en buenhora nacido Mío Cid Campeador,
el rey, aquel día entero, por su huésped le tomó.
No se harta de estar con él, le quiere de corazón, mucho le mira la barba que tan larga le creció.
A todos los que allí están el Cid los maravilló.
El día ya va pasando y ya la noche se entró.
Otro día de mañana muy claro salía el sol.
Mío Cid el de Vivar a los suyos ordenó
que preparasen cocina para tantos como son;
muy satisfechos quedaron de Mío Cid Campeador, tenían mucha alegría y todos acordes son
en que no han hecho en tres años una comida mejor.
Otro día de mañana, así como sale el sol,
el obispo don Jerónimo una misa les cantó.
A la salida de misa el rey a todos juntó:
“Infanzones y mesnadas, condes, oíd con atención el ruego que voy a hacer a Mío Cid Campeador, que sea para su bien ojalá lo quiera Dios.
Vuestras hijas, Cid, os pido, doña Elvira y doña Sol, para que casen con ellas los infantes de Carrión.
Me parece el casamiento honroso para los dos,
los infantes os las piden y les recomiendo yo.
Y pido a todos aquellos que están presentes y son vasallos vuestros o míos, que rueguen en mi favor.
Dádnoslas, pues, Mío Cid, y que os ampare Dios”.
“No querría yo casarlas, repuso el Campeador, que no tienen mucha edad, las dos muy pequeñas son.
De mucho renombre gozan los infantes de Carrión, buenos son para mis hijas y aún quizá para mejor.
Yo di vida a estas dos niñas, pero las criasteis vos; a lo que mandéis estamos, rey Alfonso, ellas y yo.
Aquí están, en vuestras manos, doña Elvira y doña Sol, dadlas a quien vos queráis, que siempre será en mi honor”.
“Gracias, dijo el rey, a todos los de esta corte y a vos”.
Entonces se levantaron los infantes de Carrión y van a besar las manos al que en buenhora nació.
Allí cambian sus espadas con el Cid Campeador
en prenda de pacto. Luego el rey don Alfonso habló:
“Gracias, Cid, a ti, tan bueno y preferido de Dios, por darme vuestras dos hijas para infantes de Carrión.
En mi mano yo las tomo, doña Elvira y doña Sol, y por esposos les doy los infantes de Carrión.
A vuestras hijas las caso, la licencia me dais vos, que en vuestro provecho sea, ojalá lo quiera Dios.
Aquí tenéis, Mío Cid, los infantes de Carrión, yo me vuelvo desde aquí, con vos irán ellos dos.
Trescientos marcos de plata en ayuda les doy yo, que los gasten en las bodas o en lo que quisiereis vos.
Cuando hayáis llegado todos a Valencia la mayor vuestras hijas y los yernos, que ya vuestros hijos son.
haced de ellos cual os plazca, Mío Cid Campeador”.
Recíbelos Mío Cid, al rey las manos besó:
“Mucho que os lo agradezco, como a mi rey y señor, vos me casáis a mis hijas, no soy quien las casa yo”.
La palabra está empeñada, las promesas dadas son, al otro día de mañana, en cuanto saliere el sol, cada cual se tornará allí de donde salió.
Grandes cosas hizo entonces Mío Cid Campeador, vierais allí gruesas mulas, palafrenes de valor, tantas buenas vestiduras que de mucho coste son, todo aquello de regalo el Cid Ruy Díaz lo dio a aquellos que se lo piden, y a nadie dijo que no.
Sesenta de sus caballos regala el Campeador.
Muy contentos se van todos de aquella gran reunión, tenían que separarse, que ya la noche llegó.
El rey a los dos infantes de la mano los cogió, y así se los fue a entregar a Mío Cid Campeador.
“Aquí tenéis vuestros hijos, pues que yernos vuestros son: desde hoy como queráis, Mío Cid, mandadlos vos; que os sirvan como padre y os guarden como señor”.
“Mucho lo agradezco, rey. Quiero aceptar vuestro don.
Dios que en los cielos está os dé muy buen galardón”.