Preparación del Cid en San Servando para ir a la corte El Cid va a Toledo y entra en la corte El rey le ofrece asiento en su escaño
El Cid rehúsa
El rey abre la sesión
Proclama la paz entre los litigantes
El Cid expone su demanda
Reclama Colada y Tizón
Los de Carrión entregan las espadas
El Cid las da a Pedro Bermúdez y a Martín Antolínez Segunda demanda del Cid
El ajuar de sus hijas.
Los infantes hallan dificultad para el pago
Dicen maitines y prima, del día al primer albor, y la misa se ha acabado antes de que salga el sol; todos los del Cid hicieron ofrendas de gran valor.
“Vos, Álvar Fáñez Minaya, que sois mi brazo mejor, y el obispo don Jerónimo conmigo vendréis los dos.
Vengan además don Pedro Bermúdez, Muño Gustioz, el buen Martín Antolínez, que es un burgalés de pro, Álvar Salvadórez y el buen Álvar Álvaroz, Martín Muñoz, el vasallo que en tan buen punto nació, y además mi buen sobrino que llaman Félez Muñoz.
También me llevo a Mal Anda, que es hombre muy sabidor, y a don Galindo García, ese bueno de Aragón.
Y complétese hasta ciento con los que mejores son.
Sobre túnicas mullidas armaduras de valor
vestid, ponéos lorigas que reluzcan como el sol; y encima de ellas las pieles y armiños, todo blancor; que no se vean las armas. apretad bien el cordón, bajo los mantos espadas de buen filo tajador, que de esta manera quiero ir ante las cortes yo para pedirles derecho y exponerles mi razón.
Si algún desmán me buscasen los infantes de Carrión, donde tenga esos cien hombres podré estarme sin pavor”.
Allí respondieron todos: “Bien nos parece, señor” .
Y se vistieron conforme les mandó el Campeador.
No tarda mucho en vestirse el que en buenhora nació: en calzas de muy buen paño sus dos piernas las metió, pónese encima zapatos que tienen mucha labor.
Camisa de hilo se viste, tan blanca era como el sol, de buen oro y buena plata todas las presillas son, muy bien se le ajusta al puño, porque él así lo encargó.
Rico brial de brocado encima se colocó,
de sus labores de oro bien relucía el fulgor,
y luego una piel bermeja, doradas sus franjas son, que siempre llevaba puesta Mío Cid Campeador.
Los cabellos con un lienzo de hilo fino se cubrió, tejido estaba con oro, hecho con mucho primor: así quiere defenderse el pelo el Campeador; larga tenía la barba, se la ató con un cordón, para que nadie le ofenda tomaba esa precaución.
Cubierto va con un manto que era de mucho valor, a todos los que lo vean les causará admiración.
Con esos cien caballeros que prepararse mandó
cabalga el Cid; del castillo de San Servando salió.
Así va para las cortes aquel buen Campeador.
Del caballo se ha apeado allí en la puerta exterior; el Cid con todos los suyos con gran dignidad entró, él iba en medio de todos y los ciento alrededor.
Al ver entrar en la corte al que en buenhora nació, el rey Alfonso, que estaba sentado, se levantó; y aquel conde don Enrique y aquel conde don Ramón y los demás de la corte hacen como su señor, con gran honra recibieron al que en buenhora nació.
No se quiso levantar ese conde de Grañón
ni aquellos otros que forman el partido de Carrión.
Al Cid el rey don Alfonso de las manos le cogió
“Sentáos aquí conmigo, Ruy Díaz Campeador, aquí en este mismo escaño de que vos me hicisteis don, aunque a algunos pese, más que nosotros valéis vos”.
Gracias le da muy rendidas el que Valencia ganó:
“Sentáos en vuestro escaño, que vos sois rey y señor; aquí a un lado con los míos deseo quedarme yo”.
Lo que dijo el Cid al rey le place de corazón.
En escaño torneado ya Mío Cid se sentó,
esos ciento que le guardan se ponen alrededor.
Todos los que hay en la corte miran al Campeador, y aquellas barbas tan luengas cogidas en el cordón; bien se le ve en la apostura que es un cumplido varón.
De vergüenza no podían mirarlo los de Carrión.
Don Alfonso de Castilla entonces se levantó:
“Oídme, mesnadas, y a todos os ampare el Creador.
Desde que soy rey no he hecho todavía más que dos cortes, las unas en Burgos y las otras en Carrión, las terceras en Toledo he venido a hacerlas yo por amor de Mío Cid el que en buenhora nació, para que le hagan justicia los infantes de Carrión; como todos sabéis ya, le hicieron gran deshonor.
Que sean jueces los condes don Enrique y don Ramón y los condes que del bando de los infantes no son.
Muy entendidos sois todos, fijad bien vuestra atención y haced justicia, que cosas injustas no mando yo.
Los bandos de las dos partes que se estén en paz los dos, pues juro por San Isidro que a todo alborotador he de arrojarlo del reino y perderá mi favor.
Yo siempre estaré del lado del que tenga la razón.
Ahora que haga su demanda Mío Cid Campeador
y veremos qué responden los infantes de Carrión”.
El Cid besa al rey la mano y luego se levantó:
“Mucho que os agradezco, como a mi rey y señor, que por amor hacia mí a cortes llamarais vos.
He aquí lo que pido a los infantes de Carrión: porque a mis hijas dejaron no siento yo deshonor, el rey verá lo que hace, que es el rey quien las casó; pero al llevárselas ellos de Valencia la mayor, como quería a mis yernos con alma y con corazón les di Colada y Tizona, mis espadas, esas dos espadas que yo gané como las gana un varón,
porque con ellas se honrasen y os sirviesen a vos.
A mis hijas las dejaron en el robledal; si no
querían ya de lo mío y si perdieron mi amor,
que me vuelvan las espadas, que yernos míos no son.
Dicen entonces los jueces: “Está muy puesto en razón”.
Dijo el conde don García: “Démosle contestación”.
A hablar fueron en secreto los infantes de Carrión con sus parientes y el bando que allí les acompañó.
A toda prisa lo tratan, deciden ya una razón:
“Por sus hijas no nos pide cuentas el Campeador, lo tenemos que tomar esto como gran favor.
Si ahí acaba su demanda podemos darle las dos
espadas; cuando las tenga se irá de la corte y no tendrá ya ningún derecho ese Cid Campeador”.
Esto dicho, todo el bando a la corte se volvió:
“Merced, merced, rey Alfonso, vos que sois nuestro señor, no lo podemos negar, sus dos espadas nos dio; ya que tanto las desea y pide el Campeador
devolvérselas queremos estando delante vos”.
Allí Colada y Tizona sacaron los de Carrión,
las dos espadas entregan en manos de su señor, al desenvainarlas todo en la corte relumbró, los pomos y gavilanes de oro purísimo son.
A todos los hombres buenos maravilla les causó.
El rey llama a Mío Cid y ambas espadas le dio, las toma el Campeador y la mano al rey besó, luego se vuelve al escaño de donde se levantó.
En las manos las tenía, mirándolas se quedo,
bien las conoce, no pueden cambiarlas por otras, no.
Todo el cuerpo se le alegra, sonríe de corazón.
Entonces alza la mano, la barba se acarició:
“Yo juro por estas barbas, éstas que nadie mesó, que os iremos vengando, doña Elvira y doña Sol”.
A su sobrino don Pedro por su nombre le llamó
el Cid, y alargando el brazo la Tizona le entregó:
“Tomadla, sobrino mío. que va ganando en señor”.
Luego a Martín Antolínez, ese burgalés de pro, llama el Cid, su brazo tiende y Colada le entregó: “Martín Antolínez sois vasallo de lo mejor, tomadme vos esta espada, que la gané a buen señor, a Ramón Berenguer de Barcelona la mayor.
Para que me la cuidéis muy bien os la entrego yo.
Sé que si algo os ocurre, o si se ofrece sazón, sabréis ganaros con ella, don Martín, honra y valor”.
Al Cid la mano le besa y la espada recibió.
Entonces se puso en pie Mío Cid Campeador.
“Gracias al Señor del cielo y gracias a vos, señor, en esto de las espadas ya estoy satisfecho yo, pero otra queja me queda contra infantes de Carrión.
Cuando a mis hijas sacaron de Valencia la mayor, en oro y plata entregué tres mil marcos a los dos; esa acción me la pagaron ellos con su mala acción, devuélvanme mis dineros, que ya mis yernos no son”.
¡Dios, y como se quejaron los infantes de Carrión!
Dijo el conde don Ramón: “Contestad que sí o que no”.
Entonces así responden los infantes de Carrión:
“Ya le dimos sus espadas a Mío Cid Campeador, para que más no pidiese; su demanda ya acabó”.
Ahora oiréis lo que contesta ese conde don Ramón:
“Fallamos, si así le place a nuestro rey y señor, que a la demanda del Cid debéis dar satisfacción”.
Dijo entonces don Alfonso: “Así lo confirmo yo”.
Allí vuelve a levantarse Mío Cid Campeador:
“De todo el dinero aquel que os he entregado yo, decid si lo devolvéis o dadme de ello razón”.
A hablar aparte se fueron los infantes de Carrión, pero no encuentran escape, que muchos dineros son, y se los gastaron todos los infantes de Carrión.
Ya se vuelven a la corte y dicen está razón:
“Mucho nos está apremiado el que Valencia ganó; ya que tiene tanto empeño del dinero que nos dio le pagaremos en tierras del condado de Carrión”.
Dicen entonces los jueces, al oír esta confesión:
“Si así lo quisiere el Cid, no le diremos no, pero en nuestro parecer tenemos por muy mejor que aquí mismo su dinero volváis al Campeador”.
Al oír estas palabras el rey don Alfonso habló:
“Muy bien sabemos nosotros lo que toca a esta razón y cosa justa demanda Mío Cid Campeador.
De esos dichos tres mil marcos doscientos los tengo yo, me los dieron por regalo de boda los de Carrión.
Dárselos quiero, que están hoy arruinados los dos, entréguenselos al Cid, el que en buenhora nació; si ellos tienen que pagar no quiero el dinero yo”.
El infante don Fernando así entonces contestó:
“Dinero no lo tenemos ya ninguno de los dos”.
Ahora oiréis lo que dirá el buen conde don Ramón:
“El dinero de oro y plata os lo habéis gastado vos; sentencia damos nosotros aquí ante el rey y señor que lo paguen en especies y acepte el Campeador”.
Ya ven que no hay más remedio que pagar los de Carrión.
Vierais allí traer tanto buen caballo corredor, tantas mulas bien criadas, palafrenes de valor, y tantas buenas espadas con muy rica guarnición.
Los de la corte lo tasan y el Cid así lo aceptó.
Sin contar esos doscientos marcos que el rey le ofreció mucho pagan los infantes al que en buenhora nació.
De lo ajeno les prestaron, que lo suyo no bastó.
Esta vez muy mal burlados escapan los de Carrión.