Muño Gustioz reta a Asur González
Mensajeros de Navarra y de Aragón piden al Cid sus hijas para los hijos de los reyes
Don Alfonso otorga el nuevo casamiento
Minaya reta a los de Carrión
Gómez Peláez acepta el reto, pero el rey no fija plazo sino a los que antes retaron
El rey amparará a los tres lidiadores del Cid
El Cid ofrece dones de despedida a todos
(Laguna. Prosa de la Crónica de veinte reyes).
El rey sale de Toledo con el Cid
Manda a éste a correr su caballo
Muño Gustioz se levanta y estas palabras habló:
“Calla, Asur González, que eres malo, alevoso y traidor.
Primero de todo almuerzas, luego vas a la oración y los que besas bien sienten de tu comida el olor.
Nunca dices la verdad ni al amigo ni al señor, para todos eres falso, y aún más para el Creador.
En tu amistad yo no quiero tener ninguna porción.
Y ya te haré confesar que eres cual te digo yo”.
Dijo el rey Alfonso: “Esta disputa ya se acabó, los que se han desafiado lucharán, sálveme Dios”.
Apenas han acabado de hablar de aquella cuestión entraron dos caballeros, toda la corte los vio: Ojarra, Íñigo Jiménez son los nombres de los dos.
El infante de Navarra al primero le envió,
el otro era un enviado del infante de Aragón.
Besan las manos al rey de Castilla y de León,
y en nombre de los infantes pídenle al Campeador sus hijas para ser reinas en Navarra y Aragón, por esposas las querían, tiénenlo por gran honor.
Cuando acabaron, la corte escuchando se quedó.
Allí entonces se levanta Mío Cid Campeador:
“Merced, merced, rey Alfonso, vos sois mi rey y señor.
Esto que ahora pasa mucho lo agradezco al Creador, que a mis hijas me las pidan de Navarra y de Aragón.
Vos, rey Alfonso, a mis hijas las casasteis, que yo no, en vuestras manos, oh rey, vuelvo a poner a las dos; sin vuestro mandato, rey honrado, nada haré yo”.
Se levanta el rey y a todos que se callaran mandó.
“Os ruego, Cid de Vivar, prudente Campeador, que aceptéis el casamiento y quiero otorgarlo yo.
Que queden en estas cortes arregladas ya las dos bodas, que os han de dar, Mío Cid tierra y honor”.
Levantóse Mío Cid, al rey las manos besó:
“Si a vos os agrada así, yo lo concedo, señor”.
Entonces contesta el rey: “Dios os dé buen galardón.
Ojarra, Ínigo Jiménez, escuchadme bien los dos: en honrado casamiento ahora os otorgo yo las hijas de Mío Cid, doña Elvira y doña Sol,
para aquellos dos infantes de Navarra y Aragón, que sus mujeres legítimas las hagan con todo honor”.
Allí Ojarra se levanta, la mano del rey besó,
Íñigo Jiménez hace lo mismo, y luego los dos
besaron las de Rodrigo Díaz el Campeador.
Ya están hechas las promesas, juramentos dados son de que todo se ha de hacer cual se ha dicho o aún mejor.
De los que había en la corte mucha gente se alegró, pero no estaban contentos los infantes de Carrión.
El buen Minaya Álvar Fáñez entonces se levantó:
“Merced yo os pido ahora, como a mi rey y señor.
Y no le pese que hable a Mío Cid Campeador,
que en estas cortes a todos he oído decir su razón, y ahora quisiera decir ésta que he pensado yo”.
A eso le contesta el rey: “Pláceme de corazón, ya podéis hablar, Minaya, lo que os cuadre mejor”.
“A la corte yo le pido que me oiga con atención: muy gran queja tengo de los infantes de Carrión.
En nombre del rey Alfonso mis dos primas les di yo, por esposas las tomaron, esposas por bendición, grandes riquezas les dio Mío Cid Campeador, ellos las abandonaron, con todo nuestro dolor.
Por malos y por traidores ahora aquí os reto yo.
De la familia de los Vani-Gómez sois los dos,
de ese linaje salieron condes de prez y valor, mas bien sabemos que hoy de muy malas mañas son.
Muy agradecido estoy a nuestro Dios Creador
porque piden a mis primas doña Elvira y doña Sol para esposas los infantes de Navarra y Aragón.
Como mujeres legítimas las teníais antes vos,
ahora besaréis las manos, cual señoras, a las dos y las tendréis que servir, mal que os pese el corazón.
Loado sea el rey Alfonso, alabado el Creador,
que así va creciendo en honra Mío Cid Campeador.
En todas vuestras acciones sois tal como digo yo, si hubiere aquí quien responda o quien dijere que no, aquí está Álvar Fáñez, que es valiente como el mejor”.
Acaba Minaya y Gómez Pelayo se levantó:
“¿Qué vale lo que habéis dicho, Minaya, en esa razón?
Muchos hay en esta corte tan valientes como vos, y si hay alguien que lo niegue mal daño le anuncio yo.
Si salimos bien de ésta, porque así lo quiere Dios, ya después iremos viendo todo lo que aquí se habló”.
Dijo entonces don Alfonso: “Acabe esta discusión; que ninguna de las partes haga más alegación.
Mañana será el combate, en cuanto que salga el sol, de estos tres con estos tres, porque tres los retos son”.
Entonces se levantaron los infantes de Carrión:
“Mañana no puede ser, dadnos, rey, plazo mayor, nuestras armas y caballos los tiene el Campeador, y antes tendremos que ir a las tierras de Carrión”
Don Alfonso se volvió hacia el Cid Campeador:
“Rodrigo, sea esta lucha, en sitio que mandéis vos”.
Dijo entonces Mío Cid: “Eso no lo haré, señor, antes volveré a Valencia que ir a tierras de Carrión”.
Le repuso don Alfonso: “Sea así, Campeador.
Dadme vuestros caballeros bien armados, Cid, que yo conmigo los llevaré y seré su protector.
Esos caballeros vuestros os garantizo que no
han de sufrir atropello de conde ni de infanzón.
Aquí en las cortes el plazo os señalo a ellos y a vos, que a cabo de tres semanas en las vegas de Carrión tenga lugar el combate estando delante yo.
Quien no acuda en ese plazo pierda toda su razón: se declarará vencido y quedará por traidor”.
Se dan por notificados los infantes de Carrión.
Mío Cid el de Vivar las manos al rey besó:
“Mis tres caballeros en vuestras manos pongo yo, aquí os los encomiendo como a mi rey y señor.
Todos van bien preparados para cumplir su misión.
Vuelvan con honra a Valencia, por amor del Creador”.
Entonces repuso el rey: “Ojalá lo quiera Dios”.
Allí se quita el capillo Mío Cid Campeador,
la cofia de hilo que lleva era blanca como el sol, ya se soltaba la barba desatándose el cordón.
En la corte todo el mundo de mirarle no se hartó.
Va hacia el conde don Enrique y hacia el conde don Ramón, mucho que los ha abrazado, les ruega de corazón que de sus riquezas tomen las que quisieren los dos.
Igual hace con los otros que del bando suyo son: lo que quisieren tomar a todos les ofreció; unos hubo que aceptaron, otros dijeron que no.
Aquellos doscientos marcos al rey se los perdonó y además cuanto le gusta Mío Cid le regaló.
“Merced, rey Alfonso, os pido, por amor del Creador.
Ahora que todas las cosas ya las arreglasteis vos, os beso las manos, quiero con vuestra gracia, señor, volverme para Valencia, con afán la gané yo”.
(Falta una hoja en el manuscrito. Se suple con un pasaje en prosa de la Crónica de veinte reyes.)
Entonces mandó dar el Cid, a los enviados de los infantes de Navarra y Aragón, bestias y todo aquello de que hubieran menester, y los despidió.
El rey don Alfonso cabalgó con todos los varones ilustres de su corte para salir acompañando al Cid, que se salía ya fuera de la villa. Y cuando llegaron a Zocodover, díjole el Rey: “Don Rodrigo debíais hacer arrancar ahora a ese caballo del que tan bien he oído hablar”. El Cid sonrió y dijo: Señor, aquí en vuestra corte hay muchos varones ilustres y con disposición para hacer eso, mandadlos a ellos que corran con sus caballos.
Y el rey le dijo: “Cid, es cierto lo que decís; pero preferiría yo que hiciérais correr ese caballo, por complacerme”.