Tirada 150

El rey admira a Babieca, pero no lo acepta en don.

Últimos encargos del Cid a sus tres lidiadores Tórnase el Cid a Valencia

El rey en Carrión

Llega el plazo de la lid

Los de Carrión pretenden excluir de la lid a Colada y Tizón Los del Cid piden al rey amparo y salen al campo de la lid El rey designa fieles del campo y amonesta a los de Carrión Los fieles preparan la lid Primera acometida

Pedro Bermúdez vence a Fernando

 

El Cid entonces espoleó el caballo y le hizo correr tan de firme que todos se maravillaron de aquella carrera.

 

Don Alfonso alza la mano, la cara se santiguó:

“Por San Isidro lo juro, San Isidro el de León, que en las tierras de Castilla no hay otro tan buen varón”.

Mío Cid en el caballo adelante se llegó,

ha ido a besarle la mano a su buen rey y señor:

“Me mandaste cabalgar Babieca, el buen corredor, caballo así no le tienen moros ni cristianos, no.

En regalo os le ofrezco, mandad cogerle, señor”.

Dijo entonces don Alfonso: “Eso no lo quiero yo, que si tomo ese caballo no tendrá tan buen señor: un caballo como éste cumple a un varón como vos, para derrotar a moros y hacer la persecución.

Al que quitárosle quiera, no le valga el Creador, por vos y por el caballo, honrado me tengo yo”.

Entonces se despidieron y la corte se marchó.

A los que van a luchar el Cid les amonestó.

“Martín Antolínez, Pedro Bermúdez vosotros dos oíd, tú, Muño Gustioz, mi buen vasallo de pro: estad firmes en la lucha, como cumple a buen varón, que buenas noticias vuestras en Valencia tenga yo”.

Dijo Martín Antolínez: “¿Por qué lo decís, señor?

Todo queda a nuestro cargo, cumpliremos la misión: quizá os hablen de muertos, pero de vencidos no”

Mucha alegría le da al que en buenhora nació.

De los que eran sus amigos de todos se despidió.

Para Valencia va el Cid, el rey va para Carrión.

Aquel plazo de las tres semanas ya se cumplió.

A su tiempo se presentan los tres del Campeador, van a cumplir el encargo que les diera su señor, los ampara don Alfonso, rey de Castilla y León.

Dos días esperan a los infantes de Carrión;

llegan bien provistos de armas y caballos; con los dos vienen todos sus parientes y entre todos se acordó que intenten llevar aparte a los del Campeador y matarlos en el campo deshonrando a su señor.

Muy mal propósito era, y ninguno lo emprendió

por el miedo que les daba don Alfonso, el de León.

Los del Cid velan las armas y rezan al Creador; ya se ha pasado la noche y apunta el primer albor; de ricos hombres allí un buen golpe se juntó, que quieren ver esta lucha en las vegas de Carrión.

Y el más alto de entre todos, don Alfonso, el de León, que defenderá el derecho, pero la injusticia no.

Ya se vestían las armas los del buen Campeador, dispuestos están los tres, que son de un mismo señor.

En otro lugar se armaban los infantes de Carrión, su pariente Garci Ordóñez muchos consejos les dio.

Tras mucho hablar entre sí, al rey pidieron los dos que Colada y que Tizona no entren en lucha, y que no púdiesen lidiar con ellas los del Cid Campeador; se arrepentían de haberlas devuelto los de Carrión.

Así lo piden al rey; pero no se lo aprobó:

“Allí en la corte ninguna espada se exceptuó.

Bien os servirán las vuestras, si buenas espadas son, igual servirán las suyas a los del Campeador.

Salid al campo de lucha, infantes de Carrión,

menester es que luchéis como lucha un buen varón, que no ha de quedar la cosa por los del Campeador.

Si saliereis bien del campo ganaréis un gran honor, pero si fuereis vencidos no me culpéis a mí, no, porque todo el mundo sabe que esto buscasteis vos”.

Ya se iban arrepintiendo los infantes de su acción, por deshacerlo darían todo lo que hay en Carrión.

Armados estaba ya los tres del Campeador,

entonces el rey Alfonso a verlos bien se acercó; oiréis lo que dicen a don Alfonso, el de León: “Os pedimos al besaros la mano, rey y señor, que entre nosotros y ellos el fiel juez lo seáis vos, valednos si es en derecho, pero si es injusto, no.

Aquí tienen su partido los infantes de Carrión, quien sabe si habrán pensado alguna maquinación.

En vuestras manos, oh rey, nos puso nuestro señor, defendednos en justicia por amor del Creador”.

Dijo el rey: “Así lo haré con alma y con corazón”.

Trae los caballos, muy buenos y corredores que son, las sillas las santiguar, por que los ayude Dios, al cuello llevan escudos con dorada guarnición en el centro; empuñan lanzas de buen hierro tajador, las tres lanzas que sacaron todas llevan su pendón.

Muchos buenos caballeros andan allí alrededor.

Salen al campo que con mojones se señaló.

Estaban ya convenidos los tres del Campeador,

cada cual a un enemigo para atacarle escogió.

Estaban al otro lado los infantes de Carrión;

iban bien acompañados, que mucha familia son.

Nombra el rey jueces que digan lo que es justo y lo que no, con los que luchan les manda que no tengan discusión.

Cuando estaban en el campo, el rey don Alfonso habló:

“Oíd lo que voy a deciros, infantes de Carrión: debió esta lucha en Toledo ser, mas no quisisteis vos, por eso a estos caballeros de Mío Cid Campeador bajo mi guarda los traje a estas tierras de Carrión.

Luchad conforme a derecho, no queráis la sinrazón, que si alguien quiere injusticia, para vedarlo estoy yo, y no le iría muy bien en Castilla ni en León”.

¡Que pesarosos estaban los infantes de Carrión!

Con los dos jueces el rey los mojones señaló

que cierran el campo; todos se apartan alrededor.

Bien explicado les queda a todos los seis que son que está vencido quien salga del campo que se marcó.

La gente despeja el campo, hacia atrás se retiró, a seis lanzas de distancia de la raya se quedó.

Ya les sortean el campo, ya les partían el sol, salen los jueces, los bandos frente a frente están los dos.

Arremeten los del Cid contra los tres de Carrión, arremeten los infantes a los del Campeador.

Cada uno al adversario que le tocaba atendió.

Embrazaban los escudos delante del corazón,

bajan las lanzas, envuelta cada cual en su pendón, las caras las inclinaron por encima del arpón, a los caballos los pican con la espuela, y pareció que todo el suelo temblaba cuando el ataque empezó.

Cada cual en su adversario tiene puesta la atención.

Se juntan los tres del Cid con esos tres de Carrión, ya los tenían por muertos los que están alrededor.

Ese buen Pedro Bermúdez, el que primero retó

con aquel Fernán González cara a cara se juntó, los escudos se golpean ambos sin ningún pavor.

El de Carrión a don Pedro su escudo le traspasó, pero le ha dado en vacío, la carne no le alcanzó, y por dos sitios el asta de su lanza se quebró.

El golpe aguanta don Pedro, ni siquiera se inclinó, él ha recibido el golpe, mas con otro contestó.

Por la guarnición del centro el escudo le horadó, todo lo pasa la lanza, que nada se resistió.

En el pecho se le clava, muy cerca del corazón; la loriga en tres dobleces lleva puesta el de Carrión, se rompen los dos primeros, el último resistió, pero tan fuerte fue el golpe que dio el del Campeador, que con túnica y camisa la loriga se le entró en la carne; por la boca mucha sangre le salió.

Se le rompieron las cinchas, ninguna le aprovechó, y el caballo, por la cola, en tierra le derribó.

Por muerto le da la gente que estaba allí alrededor; clavada tiene en el cuerpo la lanza; don Pedro echó mano a la espada, y el otro, que a Tizona conoció, no espera el golpe y confiesa: “Por vencido me doy yo”.

Se lo otorgaron los jueces y don Pedro le dejó.

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