INJUSTICIA, ILIBERALIDAD Y PUSILANIMIDAD

La injusticia es de tres especies: la impiedad, la avidez sin límites y la insolencia. La impiedad es el olvido culpable de lo que se debe a los dioses, a los genios, y también a los muertos, a los padres y a la patria. La avidez hace relación a los contra-tos de toda clase, en los que trata uno siempre de atribuirse más provecho que el que le corresponde. La insolencia es este sentimiento que arrastra a los hombres a tener un placer en in-sultar a los demás, y he aquí lo que justifica el dicho de Eveno sobre la insolencia, que dice: "Aunque ningún provecho se sa-ca, no se es por eso menos culpable." La injusticia se complace en violar todas las costumbres tradicionales y legales, en deso-bedecer a las leyes y a las autoridades, en mentir, perjurar, fal-tar a todos sus compromisos, y burlarse de la propia fe. Los compañeros habituales de la injusticia son la calumnia que de-nuncia, la jactancia que engaña, una falsa filantropía que disimula, la perversidad en el corazón y la falacia en los actos.

También hay tres especies de iliberalidad: el amor al lucro, que no retrocede delante del pudor, la avaricia que lo escatima todo y el ahorro sórdido que no sabe gastar. El amor al lucro vergonzoso es este sentimiento que arrastra a los hombres a ganar sin respeto a nada y a tomar más en cuenta el provecho que se saca que la vergüenza de que uno puede cubrirse. La avaricia evita gastar hasta en los casos en que sería un deber el hacerlo. En fin, el ahorro sórdido es este sentimiento en virtud del que, cuando todos los demás hacen gastos, uno los ha-ce mal y de una manera mezquina y exponiéndose a perder más que ahorra, por no saber hacer oportunamente lo que debería hacer. La iliberalidad consiste en poner, el dinero por encima de todo, no ver jamás el deshonor donde aparece algún provecho, dando así lugar a una vida de agiotaje digna de esclavos, vida de mendigos andrajosos constantemente extraños a toda ambición noble, a toda generosidad. Las consecuencias habituales de la iliberalidad son: el disimulo, que oculta siempre los recursos con que se cuenta, la dureza de corazón, la pequeñez de alma, la bajeza sin límites y sin dignidad, y la misan-tropía que detesta al género humano.

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El hombre de alma pequeña o pusilánime no sabe soportar ni los honores ni la oscuridad, ni la buena fortuna ni la adversa; se llena de un necio orgullo en medio de los honores; se exalta por la menor prosperidad; no sabe, en su vanidad, soportar el más ligero percance; toma el menor tropiezo por un desastre y una ruina; se queja de todo y no sabe sufrir nada. El hombre de alma pequeña dará el nombre de ultraje y de afrenta al más pequeño descuido que se haya cometido con él, y que quizá no tendrá otro origen que la ignorancia o el olvido. La pequeñez de alma va siempre acompañada de la timidez del lenguaje, de la manía de quejarse, de la desconfianza que desespera de to-do, y de la bajeza que degrada los corazones.

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