CONTINUACIÓN DE LA TEORÍA DE LA AMISTAD

Debemos adoptar en esta materia la teoría que, a la vez, reproduzca del modo más completo nuestras opiniones y que resuelva mejor todas las cuestiones conciliando las contradicciones aparentes. Conseguiremos esto si demostramos que estas cosas contrarias son realmente como son a los ojos de la razón, y esta teoría estará ciertamente más de acuerdo que ninguna otra con los hechos mismos. Las oposiciones de los contrarios no subsistirán menos si puede demostrarse que lo que se ha dicho es en parte verdadero y en parte falso.

En primer lugar se pregunta: si es el placer o el bien el objeto del amor. En efecto, si amamos lo que deseamos, y si el amor no es otra cosa, porque "No es uno amante si no ama siempre," y si el deseo sólo se aplica a lo que agrada, se sigue que en este sentido el objeto amado es el objeto que nos es agradable.

Pero, por otra parte, si el objeto amado es lo que queremos, si es objeto de la volutad, entonces es el bien y no el placer, lo que buscamos, y ya se sabe que el bien y el placer son cosas muy diferentes. Analicemos esta idea y otras análogas, partiendo del principio de lo que se desea y lo que se quiere es el bien, o, por lo menos, lo que parece ser el bien.

En este sentido, también lo agradable, el placer, puede llegar a ser objeto de nuestras aspiraciones; puesto que parece que es un bien de cierto género, ya que unos creen que el placer es un bien, y otros, sin tenerlo precisamente por un bien, encuentran en él la apariencia del bien; variedad de opiniones que na-ce de que la imaginación y el juicio no residen en la misma parte del alma.

Sea de esto lo que quiera, se ve que el placer y el bien pueden ser ambos objeto de amor. Sentado este primer punto, pasemos a otra consideración. Entre los bienes, unos son bienes absolutos y otros son bienes en ciertos conceptos, sin ser absolutamente bienes. Por lo demás, son las mismas cosas las que 90 son a la vez absolutamente buenas y absolutamente agradables.

Y así decimos que todo lo que es bueno y conveniente para un cuerpo sano es bueno absolutamente para el cuerpo. Pero no diremos que lo que es bueno especialmente para un cuerpo enfermo, es decir, remedios y las amputaciones, sea bueno también para el cuerpo absolutamente. En igual forma, son cosas absolutamente agradables las que lo son para el cuerpo sa-no que está en el pleno goce de sus facultades; por ejemplo, es agradable ver en medio de la luz y no en la obscuridad, por más que suceda todo lo contrario, si se tienen enfermos los ojos.

Del mismo modo, el vino más agradable no es el que gusta a un paladar estragado por la embriaguez, que sería incapaz de distinguirlo del vinagre, sino que es el que agrada más a una sensibilidad que no está embotada ni pervertida.

En el mismo caso se encuentran absolutamente las cosas del alma. Las cosas que le encantan verdaderamente no son las que agradan a los niños y a las bestias y sí las que agradan a los mayores de edad y bien organizados; y ateniéndonos a estos dos puntos es cómo discernimos y escogemos las cosas moralmente agradables. Pero lo que el niño y la bestia son, respecto al hombre desenvuelto y bien organizado, lo son el malvado y el insensato respecto al prudente y al hombre de bien.

Estos dos últimos sólo se complacen con las cosas conformes a sus facultades, que son las cosas buenas y bellas. Pero esta palabra, bien, puede tomarse en distintos sentidos, y así decimos que una cosa es buena porque lo es efectivamente; y que lo es otra, porque es útil y provechosa. En igual forma disting-uirnos lo agradable, que puede ser absolutamente agradable y absolutamente bueno, de lo agradable, que sólo puede serlo bajo ciertos conceptos o que es, en cierto modo, un bien sólo aparente. Así como, tratándose de los seres inanimados, podemos buscarlos y preferirlos por estos motivos, lo mismo sucede respecto del hombre. Amamos a éste porque es lo que es los a causa de su virtud; a aquél porque es útil y servicial; en fin, amamos a otro por placer y únicamente porque es agradable.

El hombre a, quien amamos se hace nuestro amigo cuando,

91 amado por nosotros, paga afecto con afecto y ambos saben que se aman mutuamente.

Hay, por tanto, necesariamente, tres clases de amistad que sería un error reunir y confundir en una sola, o considerarlas como especies de un solo y mismo género, o designarlas con un nombre común. Todas estas clases de amistad se comprenden, en efecto, bajo una designación única y primera.

Sucede lo que con la expresión médico o medicinal, que se emplea de muy diversas maneras. Puede aplicarse este término, a la vez, al talento que el médico debe tener para ejercer su arte, al cuerpo que el médico debe curar, al instrumento que emplea y a la operación que practica.

Pero, hablando propiamente, el término inicial es el término exacto. Entiendo por término inicial y primero aquel cuya no-ción se encuentra en todos los demás; por ejemplo, la expresión de instrumento médico o medicinal sólo quiere decir el instrumento de que se sirve el médico, mientras que en la no-ción de médico no hay la del instrumento. Se piensa siempre en el término primitivo.

Pero como lo primitivo es también lo universal, se toma lo primitivo universalmente, y de aquí nace el error. Por esto, en materia de amistad no pueden explicarse tampoco todos los hechos por un término único; y desde el momento que una sola y única noción no sirve para explicar ciertas amistades, se declara que tales amistades no existen, y, sin embargo, existen, aunque no de la misma manera. Y cuando esta primitiva y verdade-ra amistad no puede aplicarse bien a tales o cuales amistades, porque es universal en tanto que primitiva, se cree uno autori-zado para decir que las otras no son amistades.

Esto nace de que hay muchas especies de amistad, y tal amistad, que no se admite, entra, sin embargo, entre las que se acaban de indicar. La amistad, repitámoslo, puede dividirse en tres especies, que descansan en bases diferentes: una sobre la virtud, otra sobre el interés, y la última sobre el placer.

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La más común de todas es la amistad por interés. Ordinariamente se aman los hombres porque son útiles los unos a los otros, y se aman sin pasar este límite. Es, como dice el proverbio: "Glauco, él te sostendrá hasta que te hiera." O también:

"Atenas detesta a Megara y es ingrata con ella.” La amistad por placer es la que contraen los jóvenes, que tienen un sentimiento tan vivo del placer; y por este motivo su amistad es tan variable, porque el placer varía con la edad y con los gustos diversos producidos por la edad misma. La amistad por virtud es la propia de los hombres más distinguidos y mejores.

Como se ve, la amistad de los hombres virtuosos es la primera de todas, es una reciprocidad de afectos, y nace de la libre elección que hacen unos de otros. El objeto amado es amable para aquel que ama, y el amigo se hace amar por aquel a quien él ama mostrándole su ternura. Pero la amistad concebida de esta manera sólo puede existir en la especie humana, porque sólo el hombre es capaz de saber lo que son la intención y la elección. Las otras clases de amistad se encuentran igualmente en los animales, que hasta cierto punto no son extraños a la idea del interés, como se nota en los domésticos respecto al hombre, y en otros animales entre ellos mismos. Así, la hembra del reyezuelo se une con el cocodrilo, si hemos de creer la aserción de Herodoto, y los adivinos refieren asociaciones y emparejamientos análogos entre los animales que ellos han observado.

Los hombres malos no pueden ser amigos unos de otros, sino por interés y por placer. Y si se considera que desconocen la primera y verdadera amistad, puede sostenerse que no son amigos.

El malo siempre está dispuesto a dañar al malo, y cuando se dañan los unos a los otros es porque no se aman mutuamente.

Sin embargo, es cierto que los malos se aman, sólo que no se aman como exige la suprema y primera amistad. Pero pueden todavía amarse según las otras dos, y así se ve que, mediante el atractivo del placer que los une, soportan los daños que se 93 hacen recíprocamente, de lo cual dan ejemplos tantas veces los hombres corrompidos.

Es cierto que los que sólo se aman por placer no pueden ser verdaderos amigos cuando se examinan de cerca estas relaciones, porque la amistad que los une no es la primera amistad.

Sólo esta última es sólida, y la otra no. La una es verdaderamente amistad, como ya he dicho; y la otra no lo es, y está a gran distancia de la primera.

Por tanto, considerar al amigo desde este único y exclusivo punto de vista es violentar los hechos y reducirse a sostener sólo paradojas, porque es imposible comprender todas las amistades bajo una sola definición.

La única solución que ya cabe se reduce a reconocer que, en un sentido, la amistad primera es la única amistad real y verdadera; y que, en un sentido diferente, todas las demás amistades existen lo mismo que ésta, no confundidas en una homonimia equívoca y teniendo entre sí una relación cualquiera y caprichosa, ni tampoco formando una sola especie, sino refiriéndose todas a un sólo término superior.

Pero como el bien absoluto y el placer absoluto son una sola y misma cosa, y marchan siempre juntos, si algo no se opone a que así suceda, el verdadero amigo, el amigo absolutamente hablando, es también el primer amigo, el amigo en el sentido primordial de esta palabra. Éste es el que debemos buscar por lo que él es. Es preciso que tenga este mérito a nuestros ojos, porque, en general, se quieren los bienes que se desean en consideración a sí mismo, y, por tanto, es necesario que uno quiera ser elegido teniendo aquella cualidad eminente. El verdadero amigo stempre nos es absolutamente agradable, y he aquí por qué un amigo, a cualquier título que lo sea, puede complacernos siempre.

Pero insistamos algo más sobre este punto, que constituye el fondo mismo de la cuestión. ¿El hombre ama lo que es bueno para él, o lo que es bueno en sí y absolutamente? ¿El acto

94 mismo de amar no va acompañado siempre de placer, de tal manera que la cosa que se ama nos es siempre agradable? ¿O pueden negarse estos principios? Lo mejor, sin duda, sería reunir estas dos cosas estos y fundirlas en una sola. Por una parte, lo que no es absolutamente bueno y puede hacerse absolutamente malo en ciertos casos, debe evitarse. Pero, de otra, lo que no es bueno para el individuo, ninguna relación tiene con este individuo. Lo que se busca precisamente es que los bienes absolutos continúen siendo bienes para el individuo.

Ciertamente, se desea y se debe buscar el bien absoluto, pero lo que para sí mismo se busca es lo que es bien para uno, su bien personal, y es preciso obrar de manera que estos dos bienes concuerden. Ahora bien, sólo la virtud puede con-cordarlos, y la política en particular procura esta útil armonía a los que aún no la tienen en sí mismos, con tal que el ciudadano que ella educa esté predispuesto a seguirla en su cualidad de hombre; porque, gracias a su naturaleza, los bienes absolutos serán igualmente bienes para él individualmente. Por las mismas razones, si el hombre que ama a una mujer es feo, y ella hermosa, el placer es lo que une los corazones, y, por una consecuencia necesaria, el bien debe sernos agradable y dulce.

Cuando hay desacuerdo en esto es porque el ser no es absolutamente bueno, y porque queda en el individuo una intemperancia que le impide dominarse, porque este desacuerdo del bien y del placer en los sentimientos que se experimentan es, precisamente, la intemperancia. Luego, si la primera y verdadera amistad está fundada en la virtud, resulta de aquí que los que la poseen son ellos también absolutamente buenos. No se aman sólo porque sean recíprocamente útiles los unos para los otros, sino que se aman, además, bajo otro concepto.

Porque puede entenderse el bien, en este caso, en dos sentidos; lo que es bueno para tal persona en particular, y lo que es bueno de una manera absoluta. Si puede hacerse esta distinción en razón de lo útil, otra igual se puede hacer con respecto a las disposiciones morales en que uno puede encontrarse; pues son cosas muy diferentes el ser útil de una manera absoluta y el serlo, para tal individuo en particular; así, hay gran diferencia, por ejemplo, entre hacer ejercicio y tomar remedios para restablecer la salud. De aquí se infiere que la virtud es la verdadera cualidad del hombre. En efecto, puede incluirse al 95 hombre entre los seres que son buenos por su propia naturaleza; y la virtud de lo que es bueno por naturaleza es el bien absoluto, mi entras que la virtud de lo que no es naturalmente bueno no es más que un bien puramente individual y relativo.

Lo mismo sucede respecto al placer. Pero, repito, la cuestión merece la pena que nos detengamos en ella, porque es preciso saber si la amistad es posible sin placer; qué importancia tiene esta intervención del placer en la amistad; en qué consiste la amistad precisamente; y, en fin, si es posible la amistad con alguno, únicamente porque es bueno, aunque, por otra parte, no nos agrade; o si puede ser un obstáculo a la amistad esta sola razón. Por otra parte, tomándose el amor en dos sentidos, se puede preguntar si nace esto de que se cree que, siendo bueno el acto de amar, no puede considerársele exento de placer.

Es cosa evidente que, así como en la ciencia las teorías que se van descubriendo y los hechos que se van averiguando causan el más sensible placer, así nos complacemos en ver y reconocer las cosas que nos son familiares, y la razón, en uno y otro caso, es absolutamente idéntica. Así, pues, lo que es bueno absolutamente es también absolutamente agradable por una ley de la naturaleza, y complace a aquellos para quienes es un bien. He aquí por qué los semejantes se agradan tan pronto mutuamente y por qué el hombre es la cosa más grata para el hombre.

Ahora bien, si los seres gustan tanto unos de otros, hasta cuando son incompletos, con mucha más razón se agradan cuando son todo lo que deben de ser, y el hombre virtuoso es un ser completo, si es que existe alguno. Luego, si el acto de amar va siempre acompañado del que procura el conocimiento de la afección recíproca que se tiene, es claro que, en general, puede decirse de la primera suprema amistad que es una elección recíproca de cosas absolutamente bellas y agradables, que se buscan únicamente porque son bellas y agradables en sí. La amistad a esta altura es precisamente la disposición moral de donde proceden esta elección y esta preferencia. Su acto es to-da su obra, y este acto nada tiene de exterior; pasa por entero en el corazón del que ama; mientras que toda potencia es

96 necesariamente exterior, porque se ejerce sobre otro ser, o sólo se da a condición de que este otro ser exista.

Por esto amar es gozar, mientras que no es gozar el ser amado. Ser amado es el acto del objeto que se ama; pero amar es el acto propio de la amistad. Este acto sólo puede encontrarse en el ser animado, mientras que el otro puede darse también en el ser inanimado, puesto que los seres inanimados y sin vida pueden ser también amados. Pero, puesto que amar en acto el objeto amado es servirse de este objeto, en tanto que se le ama, y que el amigo es amado por su amigo en tanto que es amigo, y no, por ejemplo, en tanto que es músico o médico, el placer que nace de él, en tanto que es lo que es, puede llamarse justamente el placer de la amistad. El amigo ama al amigo por él mismo, y no por otra cosa que no es él, y, por consiguiente, si no goza en cuanto es virtuoso y bueno, la relación que los une no es la primera y perfecta amistad.

Por otra parte, no hay circunstancia accidental que pueda di-ficultar la amistad, ni desvirtuar la felicidad, que les da su virtuosa relación. Y así, suponiendo que el amigo sienta algún olor insoportable, podrá separarse de él en este caso, pero no por eso dejará de ser su amigo, ni dejarle de mostrar su benevolencia, aunque no haga la vida común con él.

Todos convienen en que en lo dicho consiste la primera y perfecta amistad.

En cuanto a las demás amistades, todas se miden por ésta, y se las discute, cotejándolas con ella. La amistad, en general, tiene algo de sólido y firme, y aquélla, que es la perfecta, es la única que tiene esta circunstancia. Es sólido aquello que se ha puesto a prueba, y las únicas cosas que la soportan como es debido y que os dan plena seguridad, son las que no se crean ni de repente ni fácilmente. No hay amistad sólida sin confianza, y la confianza se adquiere con el tiempo, porque es preciso experimentar a los hombres para poderlos apreciar; pues, co-mo dice Theognis: "Para conocer los corazones, necesitamos más de un día;” "Experimentad a los humanos como se experimenta un buey en el trabajo.” Tampoco hay amistad sin

97 tiempo, porque sin él sólo se tiene el deseo de ser amigos; simple disposición que se toma la mayoría de las veces, sin pensar en ello, por la verdadera amistad.

Porque basta que estén dispuestos a hacerse amigos, prestándose ya los mutuos servicios que exige la amistad, para pensar que no tienen solamente el derecho de ser amigos, sino, que lo son efectivamente; pero con la amistad sucede lo que en todas las demás cosas; no se cura uno sólo por querer curarse, y no basta tampoco querer ser amigos para serlo realmente.

La prueba es que los que se encuentran en esta disposición, los unos respecto de los otros, y no han sido aún puestos a prueba, son fácilmente accesibles a las sospechas. En las cosas, por lo contrario, en que mutuamente se han mostrado lo que son, difícilmente se dejan llevar de la desconfianza; mientras que en aquellas en que no ha tenido lugar esa prueba es fácil dejarse sorprender cuando los calumniadores aducen hechos algún tanto verosímiles.

También es evidente que la amistad, hasta en este grado, no se produce en el corazón de los hombres malos porque el malo no se fía de nadie; es malévolo para todo el mundo, y mide a los demás por sí mismo. También los buenos son más fáciles de engañar si no están prevenidos y son desconfiados como resultado de una experiencia anterior. He aquí por qué los malos anteponen siempre al amigo las cosas que pueden satisfacer su mala naturaleza. No hay uno sólo que ame más las personas que las cosas, y, por consiguiente, nunca son amigos verdaderos; porque con sentimientos de este género no es posible que todo llegue a ser común entre los amigos. Se toma entonces al amigo como una agregación de las cosas, y no a las cosas como una agregación de los amigos.

Otra consecuencia de lo dicho es que la primera y perfecta amistad se extiende a pocos, porque es difícil poner a prueba un gran número de personas. Para conocerlas bien, sería preciso vivir largo tiempo con cada una de ellas, y no debe tratarse a un amigo como se trata a un vestido. Es cierto que en todas circunstancias es propio de un hombre sensato el escoger de dos cosas la mejor, y, ciertamente, si ha hecho uso por mucho tiempo de una cosa no tan buena, sin haber probado otra que

98 es mejor, hará bien en probar esta última, Pero no debe tomarse en lugar de un amigo antiguo un desconocido, cuando no sa-be si vale más. No hay amistad seria sin prueba; el ser amigo de uno no es negocio de un solo día, necesita tiempo.

De aquí viene el proverbio de la fanega de sal; es decir, que es preciso haber comido una fanega de sal con uno antes de responder de él. Esto prueba que no basta que el amigo sea bueno de una manera absoluta; es preciso que lo sea para vos, y, sin esto, este amigo no sería vuestro amigo. Es bueno, absolutamente hablando, por la sola razón de que es bueno, pero no se es amigo sino porque es bueno a los ojos de otro.

Es absolutamente bueno y absolutamente amigo cuando se encuentran y concuerdan estas dos condiciones, a saber: que lo que es absolutamente bueno lo es también con relación a otro; y, por consiguiente, lo que es absolutamente bueno se ha-ce útil para otro, con tal que este otro, aunque él mismo no sea absolutamente bueno, lo sea, sin embargo, para su amigo. Ser amigo de todo el mundo impide hasta el amar; porque es imposible acudir, a la vez, a tantas personas.

Es claro, después de todo lo dicho, que tenemos decir que la amistad tiene algo de sólido, como la felicidad tiene algo de independiente; y repito que ha habido razón para decirlo, porque sólo la naturaleza tiene algo de sólido, y que las cosas exteriores jamás son sólidas. Con mas razón se ha dicho que la virtud está en la naturaleza, y que el tiempo es el que demuestra si es uno amado sinceramente, probándose los amigos en el infortunio y no en la prosperidad.

Efectivamente, en las circunstancias penosas es cuando se ve con toda evidencia si los bienes son comunes entre los amigos, porque entonces los verdaderos amigos son los únicos que, sin preocuparse con los bienes y los males a que está expuesta nuestra naturaleza, y que constituyen habitualmente la desgracia o la fortuna de los hombres, prefieren la persona de su amigo y no tratan de saber si estos bienes o males existen o no existen. El infortunio descubre a los que no son amigos verdaderos, y que lo han sido sólo por un interés pasajero. El tiempo descubre igualmente a los unos y a los otros, a los verdaderos y a los falsos.

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No se descubre pronto al amigo que lo es por interés, pero en el momento se descubre al que lo es por placer, si bien no puede decirse que baste un instante para reconocer al que de-be agradaros absolutamente. Muy bien pueden compararse los hombres a los vinos y a los alimentos. Se siente la dulzura de éstos en el acto, mas, pasado algún tiempo, el objeto se hace desagradable y deja de ser grato al paladar. Lo mismo sucede con los hombres, y lo que en ellos es absolutamente agradable sólo con el tiempo y al final se sabe.

El vulgo mismo puede convencerse de la exactitud de esta observación; en primer lugar, en vista de los hechos que ocurren en la vida, y en segundo, porque sucede en esto como con aquellas bebidas que parecen más dulces que otras, no precisamente porque sean agradables a causa de la sensación que producen, sino sólo porque no se está habituado a ellas y enga-

ñan al principio.

Concluyamos, pues, de todo lo dicho, que la primera y perfecta amistad es la que hace que se pueda dar a todas las de-más el amistad es la que hace q nombre que tienen, es la amistad que se funda en la virtud y en el placer causado por la virtud en la forma dicha más arriba. Las amistades distintas de ésta pueden tener lugar entre jóvenes, entre animales y entre los malos. Es bien conocido el proverbio que dice: "Fácilmente, gustan unos de otros los que son de la misma edad;” y también:

"El malo siempre busca al malo.” No niego, en efecto, que los malos puedan gustar los unos de los otros, pero no es en tanto que son malos ni en tanto que están privados de vicio y dé virtud, sino en cuanto tienen cierta relación entre sí; como, por ejemplo, si son ambos músicos y el uno gusta de la música y el otro sabe tocar.

En una palabra, puede decirse que nunca los hombres gustan unos de otros sino por aquel lado en que tienen alguna cosa buena. Además, los malos pueden ser útiles y serviciales los unos para los otros, no de una manera absoluta, sino con la mi-ra de un plan particular, en el que no entra para nada el que sean buenos o malos. No es imposible tampoco que un hombre vicioso sea amigo de un hombre de bien, y que ambos puedan servirse según sus intenciones respectivas. El malo puede ser 100

útil para los proyectos del hombre de bien, y el hombre de bien emplea para estos proyectos hasta el hombre desordenado, mientras que el malo no hace más que seguir las tendencias de su naturaleza.

En este caso, el hombre honrado no quiere menos el bien; quiere absolutamente los bienes absolutos; sólo quiere indirectamente los bienes que busca el malo, a quien se encuentra ligado, y que pueden ayudarle a evitar la miseria o la enfermedad. Pero el hombre de bien, aun en este caso, sólo obra en vista de los bienes absolutos, en la misma forma que se bebe una medicina, no precisamente porque se la quiere beber, sino sólo en vista de otra cosa, que es la salud. Repito que el malo y el hombre de bien pueden estar ligados como lo están los que no son virtuosos. El malo puede agradar al hombre de bien, no en tanto que malo, sino en cuanto tiene con él alguna cualidad co-mún; por ejemplo, si es músico como él.

El malo puede estar unido con el bueno en tanto que siempre hay algo de bueno en todos los hombres, y por esta razón muchos se unen entre sí, sin que, por otra parte, sean buenos, pe-ro se ligan con cada uno por el punto por el que pueden entenderse, porque, repito, todos los hombres sin excepción tienen en sí mismo alguna pequeña parte de bien.

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