Del bien supremo

Es preciso, pues, examinar cuál es el bien supremo y ver los varios sentidos que puede darse a esta palabra. Se dice, por ejemplo, que el bien supremo, el mejor de todos los bienes, es el bien mismo, el bien en sí, y al bien en sí se atribuyen estas dos condiciones: la de ser el bien primordial, el primero de todos los bienes, y la de ser mediante su presencia causa de que las otras cosas se hagan también bienes. Tales son las dos condiciones que reúne la Idea del bien, y que son, repito, el ser el primero de los bienes y la causa de que las demás cosas sean bienes en diferentes grados.

A la Idea, sobre todo, se debe el que el bien en sí, según se pretende, deba llamársele realmente el bien supremo y el primero de los bienes, porque si se llaman bienes a los demás bienes es únicamente porque se parecen y participan de esta Idea del bien en sí, y una vez destruida la Idea de que todo lo demás participa de esta Idea, y que sólo recibe un nombre a causa de esta participación. Se añade que este primer bien está con los demás bienes en la misma relación que está la Idea del bien con el bien mismo, con el bien en sí, y que esa Idea, como todas las demás, está separada de los objetos que participan de ella.

Pero el examen profundo de esta opinión pertenece a otro tratado que necesariamente ha de ser mucho más teórico y más racional que éste, porque no hay ciencia nue suministre tanto como ésta argumentos a la vez fuertes y de sentido co mún para refutar las teorías. Si nos es permitido consignar aquí con brevedad nuestro pensamiento, diremos que sostener que existe una Idea, no sólo del bien, sino, asimismo, de cualquiera otra cosa, es una teoría puramente lógica y perfectamen-te vacía, teoría que ha sido suficientemente rebatida de mu chas maneras, ya en las obras exotéricas, ya en las puramente filosóficas. Y, añado, que aunque las Ideas en general y la Idea del bien en particular existieran, como se pretende, no serían nunca de utilidad alguna ni para la felicidad ni para las acciones virtuosas.

El bien se toma en muchas acepciones y recibe tantas como el ser mismo. El ser, conforme a las divisiones sentadas en otra parte, expresa la substancia, la cualidad, la cantidad, el tiempo 16 y se encuentra, además, en el movimiento que se recibe y en el movimiento que se da.

El bien se da igualmente en cada una de estas diversas cate gorías, y así, en la substancia, el bien es el entendimiento, el bien es Dios; en la cualidad es lo justo; en la cantidad es el término medio y la medida; en el tiempo es la ocasión; y en el movimiento es, si se quiere, lo que instruye y lo que es instruido .

Así como el ser no es uno en las clases que se acaban de enun-ciar, así tampoco es uno el bien, ni hay una ciencia única del ser y del bien.

Es preciso añadir que no pertenece a una sola ciencia estud iar todos los bienes que tengan un nombre idéntico, por ejemplo, la ocasión y la medida, sino que es una ciencia diferente la que debe estudiar una ocasión diferente, y una ciencia distinta la que debe estudiar una medida distinta. Y así, en punto a alimentación, la medicina y la gimnástica son las que designan la ocasión o el momento y la medida; para las acciones de guerra es la estrategia, y lo mismo es otra ciencia para otras ciencias.

Por consiguiente, sería perder el tiempo querer atribuir a una sola ciencia el estudio del bien en sí. Además, en todas las cosas en que hay un primer término y un término último, no hay fuera de estos términos una idea común y que esté absolutamente separada de ellos. De otra manera, habría algo interior al primer término mismo, porque este algo común y separa-do sería anterior, puesto que si se destruyese lo común, el primer término quedaría también destruido.

Supongamos, por ejemplo, que el duplo sea el primero de los múltiplos; digo que es imposible que el múltiplo, que se atribuye en común a esta multitud de términos, exista separadamen te de estos términos, porque entonces el múltiplo sería anterior al duplo, si es cierto que la Idea es el atributo común; y lo mismo si se diese a este término común una existencia aparte, porque si la justicia es el bien, no lo será menos que ella.

Se sostiene también la realidad del bien en sí. Es cierto que se añade a la palabra bien el término "mismo" o "en sí", y se di-ce: el bien en sí, el bien mismo. Ésta es una adición que se ha-ce para representar la noción común. ¿Pero qué puede significar esta adición, si no quiere decir que el bien en sí es eterno y separado? Pero lo que es blanco durante muchos días no es más blanco que lo que es durante un solo día, y no se puede

17 tampoco confundir el bien, que es común a una multitud de términos, con la Idea del bien, porque el atributo común pertenece a todos los términos, sin excepción.

Admitiendo esta teoría, sería preciso, por lo menos, demos trar el bien en sí de otra manera de como se ha demostrado en nuestro tiempo partiendo de cosas que no se consideran de co-mún acuerdo como bienes, se demuestra la existencia de bie nes sobre los que todo el mundo está conforme; así, por ejemplo, con el auxilio de los números, se demuestra que la salud y la justicia son bienes. Para hacer esta demostración se toman series numéricas y números, suponiendo gratuitamente que el bien está en los números y en las unidades, mediante a que el bien en sí es uno y por todas partes el mismo.

Por lo contrario, partiendo de las cosas que todo el mundo conviene en que son bienes, como la salud, la fuerza la sabiduría, es como debería demostrarse que lo bello y el bien se encuentran en las cosas inmóviles más bien que en ninguna otra parte, porque todos estos bienes no son más que el orden y el reposo; y si estas primeras cosas, es decir, la salud y la sabiduría, son bienes, las otras lo son aún más, porque participan más del orden y del reposo. Pero cuando se pretende que el bien en sí es uno, porque los números mismos lo desean, lo que se hace es poner una imagen en lugar de una demostración.

Muy embarazoso sería para cualquiera el explicar claramente cómo los números desean algo, expresión evidentemente de masiado absoluta, porque ¿cómo puede suponerse que pueda haber deseo donde no hay siquiera vida?

Éste es, por otra parte, un asunto que debe meditarse deteni-damente, y no debe aventurarse nada sin razonar, tratándose de materias en las que no es fácil alcanzar alguna certidumbre, ni aun con el auxilio de la razón. Tampoco es exacto que todos los seres sin excepción deseen un solo y mismo bien. Cada uno de los seres desea, a lo más, el bien que le es propio, como el ojo desea la visión, el cuerpo desea la salud, y tal otro ser desea tal otro bien.

Estas son las objeciones que podrían hacerse para demostrar que el bien en sí no existe, y que aun cuando existiera, no sería de utilidad alguna para la política, porque ésta busca un bien especial, como las demás ciencias buscan el suyo; por ejemplo, la gimnástica busca la salud y la fuerza corporal. Añadid

18 también lo que está expresado y escrito en la definición misma; a saber, que esta Idea del bien en sí, o no es útil a ninguna ciencia, o debe serlo igualmente a todas.

Otra observación crítica se hace, y es que la Idea del bien en sí no es práctica y aplicable. Por la misma razón, el bien común no es el bien en sí, puesto que entonces el bien en sí se encontraría en el bien más fútil. No es tampoco aplicable y práctico, y así la medicina no se ocupa de dar al ser que cura una disposición que tienen todos los seres, sino que únicamente se ocu-pa de darle la salud; y todas las demás artes hacen lo mismo.

Pero esta palabra bien tiene muchos sentidos, y en el bien entran también lo bello y lo honesto, que son esencialmente prácticos, mientras que tal bien en sí no lo es.

El bien práctico es la causa final por la que se obra. Pero no se ve con claridad qué bien pueda darse en las cosas inmóviles, puesto que la Idea del bien no es el bien mismo que se busca, ni tampoco el bien común. El primero es inmóvil y no es práctico; el otro es móvil, pero no por esto es práctico. El fin, en cuya vista se hace todo lo demás, es en tanto que fin el bien supremo; es la causa de todos los demás bienes clasificados bajo él, y es anterior a todos. Por consiguiente, puede decirse que el bien en sí es únicamente el fin último de todas las acciones del hombre. Ahora bien, este fin último depende de la ciencia sobe-rana, que es dueña de todas las demás, es decir, la política, la económica y la sabiduría.

Por este carácter especial precisamente difieren estas tres ciencias de todas las demás. También hay entre ellas diferencias de que hablaremos más tarde. Bastaría seguir el método, que uno se ve forzado a seguir al enseñar las cosas, para demostrar que el fin último es la verdadera causa de todos los términos clasificados bajo él. Y así, en la enseñanza se comienza por definir el fin, y en seguida se demuestra fácilmente que cada uno de los términos inferiores es un bien, puesto que el objeto que se tiene finalmente en cuenta es la causa de todo lo demás.

Por ejemplo, si se afirma , desde luego, que la salud es precisamente tal o cual cosa, es indispensable que lo que contribuya a procurarla sea también tal o cual cosa precisamente. La cosa sana es la causa de la salud, en tanto que comienza el movimiento que nos la da, y, por consiguiente, es causa de que la 19 salud tenga lugar, pero no es la causa de que la salud sea un bien.

Por tanto, jamás se prueba con demostraciones en regla que la salud es un bien, a no ser que lo haga un sofista y no un mé dico, porque los sofistas gustan de hacer alarde de su vana sabiduría, empleando razonamientos extraños al asunto; y no es posible demostrar este principio, como no es posible demostrar ningún otro.

Pero ya que admitimos que el fin es para el hombre un bien real y hasta el bien supremo entre todos los que el hombre puede adquirir, es preciso ver cuáles son los diversos sentidos que tiene esta palabra, bien supremo; y para darnos de ellos cuenta exacta conviene tomar un nuevo punto de partida.

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