2 Capítulo Idea general de la virtud

Después de las teorías que preceden, es preciso, lo repito, tomar otro punto de partida para tratar lo que va a seguir. Los bienes del hombre, cualesquiera que ellos sean, están, o fuera del alma o en ella, siendo éstos los más preciosos; división que hemos sentado hasta en nuestras obras exotéricas, porque la sabiduría, la virtud y el placer están en el alma, y son las tres únicas cosas que a juicio de todo parecen ser, ya separadamente, ya juntas, el fin último de la vida.

Ahora bien, entre los elementos del alma, hay unos que son simples facultades o potencias, y otros que son actos y movimientos. Admitamos, desde luego, estos principios, Y, en cuanto a la virtud, reconozcamos que es la mejor disposición, facultad o poder de las cosas en todas las ocasiones en que hay que hacer un uso o una obra cualquiera de estas mismas cosas. Este hecho se puede comprobar por la inducción, y esta regla se extiende a todos los casos posibles.

Por ejemplo, se puede hablar de la virtud de un vestido, porque es una obra y porque podemos hacer de él cierto uso, y la mejor disposición que puede observarse en este vestido es lo que puede llamarse su virtud propia. Otro tanto se puede decir de un navío, de una casa o de cualquier otro objeto útil. Por consiguiente, lo mismo se puede aplicar esto al alma, porque también tiene su obra especial. Observemos que la obra es tanto mejor cuanto mejor es la facultad, y que la relación de unas facultades con otras es igualmente la relación de las obras que aquéllas producen y salen de ellas.

El fin de cada una de ellas es la obra que tiene que producir.

Se sigue de aquí, evidentemente, que la obra producida vale más que la facultad que la produce, porque el fin es lo mejor 21 que existe, en tanto que fin, y nosotros hemos admitido que el fin es el mejor y último objeto, en vista del cual se hace todo lo demás. Es claro, por tanto, que la obra está por encima de la facultad y de la simple aptitud. Pero la palabra obra tiene dos sentidos, que es preciso distinguir bien. Hay cosas en que la obra producida se separa y difiere del uso que se hace de la facultad que produce esta obra. Así, con respecto a la arquitectura, la casa, que es la obra, es distinta de la construcción, que es el uso y el empleo del arte; en la medicina, la salud no se confunde con el tratamiento y medicación que la procuran.

Por lo contrario; en otras cosas, el uso de la facultad es la obra misma; por ejemplo, la visión para la vista o la pura teoría para la ciencia matemática. De aquí que, necesariamente, en las cosas en que el uso es la obra, el uso vale más que la simple facultad. Sentados estos principios, como acaba de verse, diremos que puede haber obra de la cosa misma o de la virtud de esta cosa.

Pero esta obra no se hace en ambos casos de la misma mane ra; por ejemplo, el zapato puede ser obra de la zapatería en general y del zapatero en particular. Si se reúne, a la vez, la virtud del arte de la zapatería y la virtud del buen zapato, la obra que resulte será un buen zapato. La misma observación puede hacerse respecto de cualquiera otra cosa que pudiera citarse.

Supongamos que la obra propia del alma sea el hacer vivir, y que el empleo de la vida sea la vigilia con toda su actividad, puesto que el sueño es una especie de inacción y de reposo; tendremos que, como es imprescindible que la obra del alma y la de la virtud del alma sean una sola y misma obra, debe decirse que una vida honesta y buena es la obra especial de la virtud. Éste es pues, el bien final y completo que buscábamos y al que dábamos el nombre de felicidad.

Esto se infiere de los principios que hemos dejado sentados.

La felicidad, hemos dicho, es el bien supremo; pero los fines que el hombre se propone están siempre en su alma, como es-tán los más preciosos de sus bienes, y el alma misma no es más que la facultad o el acto. Mas como el acto está por encima de la simple disposición para hacerlo, y el mejor acto pertenece a la mejor facultad, y la virtud es la mejor de todas las maneras de ser, síguese de aquí que el acto de la virtud es lo mejor que hay para el alma.

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Por otra parte, como la felicidad a nuestros ojos es el bien supremo, podemos deducir de aquí que la felicidad es el acto de una vida virtuosa. Pero, además, la felicidad es algo acabado y completo, y como la vida puede ser completa o incompleta, lo mismo que la virtud es entera o parcial, y como el acto de las cosas incompletas es incompleto, es claro que debe definirse la felicidad diciendo que es el acto de una vida completa conforme a la completa virtud.

Son una garantía de que hemos analizado bien la naturaleza de la felicidad y de que hemos dado de ella la verdadera definición, las opiniones que cada uno de nosotros se forma de ella.

¿No se confunden sin cesar el lograr una cosa, el obrar bien y el vivir bien con ser dichoso? ¿Y cada una de estas expresiones no indica un uso y un acto de nuestras facultades, la vida y la práctica de la vida? ¿La práctica no implica siempre el uso de las cosas? El herrero, por ejemplo, hace el bocado para el caballo, y el caballero es el que se sirve de él. Lo que prueba también la exactitud de nuestra definición es que no se cree que baste para ser dichoso el de serlo durante un día, ni que un ni

ño pueda serlo, ni que lo sea uno durante toda su vida.

Solón tenía razón al decir que no debe llamarse dichoso a un hombre mientras viva, sino que es preciso esperar el fin de su existencia para formar juicio de su felicidad, porque lo que es incompleto no es dichoso, puesto que no es entero. Observad también las alabanzas que se dirigen a la virtud por los actos por ella inspirados, y los elogios unánimes de que únicamente son objeto los actos completos. Para los vencedores son las co-ronas; no para los que han podido vencer, pero que no han vencido. Añadid, por último, que para juzgar del carácter de un hombre se atiende a sus actos.

Pero se dirá: ¿por qué no se tributan alabanzas y estimación a la felicidad? Porque todas las demás cosas se hacen únicamente en vista de ella, sea que estas cosas se relacionen con ella directamente, sea que formen parte de la misma. Por esto, encontrar que un hombre es dichoso y alabarle o hacer su elogio estimándole, son cosas muy diferentes. El elogio, hablando 23 propiamente, recae sobre cada una de las acciones particulares de la persona; la alabanza con la estimación se aplica a su carácter general; más, para declarar a un hombre dichoso, sólo debe uno fijarse en el término y fin de toda su vida. Estas consideraciones aclaran una cuestión bastante singular, que algunas veces se suscita. ¿Por qué, se dice, los buenos no son durante la mitad de su existencia mejores que los malos, puesto que todos los hombres se parecen durante el sueño? Porque el sueño, puede responderse, es la inacción del alma y no el acto del alma.

He aquí también por qué si se considera alguna otra parte del alma, por ejemplo, la parte nutritiva, la virtud de esta parte no es una parte de la virtud entera del alma, así como tampoco está contenida en ella la virtud del cuerpo. La parte nutritiva es la que obra durante el sueño con mas energía, mientras que la sensibilidad y el instinto son imperfectos y casi nulos. Pero si entonces hay aún algún movimiento, los ensueños mismos de los buenos valen más que los de los malos, fuera de los casos de enfermedad o de sufrimiento.

Todo esto nos conduce a estudiar el alma, porque la virtud pertenece al alma esencialmente, y no por un simple accidente.

Pero como la virtud que queremos conocer es la accesible al hombre, sentemos desde luego que hay en el alma dos partes dotadas de razón aunque no de la misma manera, pues que es tán destinadas la una para mandar y la otra para obedecer a aquella a la que naturalmente escucha. En cuanto a esa otra parte del alma que puede pasar por irracional en otro concep-to, la dejaremos aparte por el momento.

Tampoco nos importa mucho saber si el alma es divisible o indivisible, teniendo como tiene diversos poderes y las facultades que se acaban de enumerar, al modo que en un objeto cur vo lo convexo y lo cóncavo son absolutamente inseparables, co-mo lo son en una superficie lo recto y lo blanco. Sin embargo, lo recto no se confunde con lo blanco, o, por lo menos, sólo es lo blanco por accidente, y no es la substancia de una misma

24 cosa. Tampoco nos ocuparemos de ninguna otra parte del al-ma, si es que la hay; por ejemplo, de la parte puramente vegetativa.

Las partes que hemos enumerado son exclusivamente prop ias del alma humana, y, por consiguiente, las virtudes de la parte nutritiva y de la parte concupiscible no pertenecen verdaderamente al hombre, porque desde el momento en que un ser es hombre es preciso que haya en él razón, manda al apeti-to y a las pasiones y es por tanto indispensable que el alma del hombre tenga estas diversas partes. Y así como la buena disposición del cuerpo y su salud consisten en las virtudes especiales de cada una de sus partes diferentes.

Hay dos clases de virtudes, la una moral y la otra intelectual; porque no alabamos sólo a los hombres porque son justos, sino también porque son inteligentes y sabios. Antes dijimos que la virtud o las obras que ella inspira son dignas de alabanza, y si la sabiduría y la inteligencia no obran por sí mismas, provocan, por lo menos, los actos que proceden de ellas. Las virtudes intelectuales van siempre acompañadas por la razón, y, por consiguiente pertenecen a la parte racional del alma, la cual debe mandar al resto de las facultades, en tanto que está dotada de razón.

Por lo contrario, las virtudes morales corresponden a esta otra parte del alma que, sin poseer la razón, está hecha, por naturaleza, para obedecer a la parte que posee la razón; porque, hablando del carácter moral de alguno, no decimos que es sabio o hábil, sino que decimos, por ejemplo, que es dulce o ardiente. Se ve, pues, que lo que tenemos que hacer en primer lugar es estudiar la virtud moral, ver lo que es y cuáles son sus partes, porque éste es el punto a que nos dirigimos; y aprender también por qué medios se adquiere.

Nuestro método será el mismo que se sigue siempre cuando se tiene ya precisado el asunto de investigación, es decir, que partiendo de datos verdaderos, pero poco claros, procuraremos llegar a las cosas que sean verdaderas y claras a la vez.

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Nos hallamos en el mismo caso que uno que dijese que la salud es el mejor estado del cuerpo, y añadiese que Corisco es el más negro de todos los hombres que están en este momento en la plaza pública. Ciertamente, en una o en otra de estas aserc-iones podría haber algo que se nos escapara; mas, sin embar go, para saber precisamente lo que son estas dos ideas, la una con relación a la otra, es bueno tener, previamente, esta vaga noción de ellas. Supondremos, en primer lugar, que el mejor estado es producido por los mejores medios, y que lo mejor que puede hacerse para cada cosa procede siempre de la virtud de esta cosa.

En este caso por ejemplo, los trabajos y los alimentos mejo res son los que producen el estado más perfecto del cuerpo, y, a su vez, el estado perfecto del cuerpo permite que se entregue uno más activamente a los trabajos de todos géneros. Podría añadirse que el estado de una cosa, cualquiera que ella sea, se produce y se pierde a causa de los mismos objetos tomados de tal o de cual manera; y que así la salud se produce y se pierde según la alimentación que se toma, según el ejercicio que se hace y según los momentos que se escogen al efecto. Si hubiera necesidad, la inducción probaría todo esto con la mayor evidencia.

De todas estas consideraciones puede concluirse, desde lue go, que la virtud es en el orden moral esta disposición particular del alma producida por los mejores movimientos, y que, por otra parte, inspira los mejores actos y los mejores sentimientos del alma humana.

Y así las mismas causas, obrando en un sentido o en otro, hacen que la virtud se produzca o se pierda. En cuanto a su uso, se aplica a las mismas cosas mediante las cuales ella se acrece o se destruye, y con relación a las que da también al hombre la mejor disposición que pueda tener. La prueba es que así la virtud como el vicio se refieren a los placeres y a los dolores, porque los castigos morales, que son como remedios suministra dos en este caso por los contrarios, lo mismo que todos los de-más remedios, proceden de estos dos contrarios que se llaman el placer y el dolor.

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