Canción de la tarde

 

Aunque tus cejas malas

Te infunden un aire extraño

Que no es digno de un ángel,

Hechicera de los ojos atrayentes,

¡Yo te adoro!, ¡oh, mi frívola,

Mi terrible pasión!

Con la devoción

del sacerdote por su ídolo.

El desierto y la floresta

Embalsaman tus trenzas rústicas.

Tu cabeza tiene las actitudes

Del enigma y del secreto.

Sobre tu carne el perfume vaga

Como alrededor del incensario;

Tú encantas como la noche,

Ninfa tenebrosa y cálida.

¡Ah! los filtros más fuertes

Nada valen para tu pereza,

¡Y tú conoces la caricia

Que hace revivir a los muertos!

Tus caderas están enamoradas

De tus hombros y de tus senos,

Y tú enardeces los cojines

Con tus actitudes lánguidas.

Algunas veces, para aplacar

Tu rabia misteriosa,

Tú prodigas, seria,

La mordedura y el beso;

Tú me desgarras, mi morena,

Con una risa burlona,

Y luego pones sobre mi corazón

Tu mirada suave como la luna.

Bajo tus escarpines de satín,

Bajo tus encantadores pies de seda,

Yo, yo deposito mi inmensa alegría,

Mi genio y mi destino,

Mi alma por ti curada,

¡Por ti, luz y color!

Explosión de calor

¡En mi negra Siberia!