I

Las tinieblas

 

En las cavernas de insondable tristeza

Donde el Destino ya me ha relegado;

Donde jamás penetra un rayo rosado y alegre;

Donde, sólo, con la Noche, áspera huéspeda,

Yo soy como un pintor que un Dios burlón

Condena a pintar, ¡ah! sobre las tinieblas;

Oh, cocinero de apetitos fúnebres,

Yo hago hervir y como mi corazón,

Por instantes brilla, se extiende, y se exhibe

Un espectro hecho de gracia y de esplendor.

En un soñador paso oriental,

Cuando alcanza su total grandeza,

Yo reconozco a mi bella visita:

¡Es Ella! Negra y, no obstante, luminosa.

Share on Twitter Share on Facebook