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El capitán Parrol Hartroy se encontraba hablando en voz baja con el centinela en el puesto de avanzada de su piquete de guardia. Este puesto estaba ubicado en una carretera que dividía el campamento del capitán, media milla en retaguardia, aunque el campamento del capitán no se veía desde ese lugar. Aparentemente el oficial le estaba dando al soldado ciertas instrucciones, o quizás sólo le preguntaba si todo estaba tranquilo en el frente. Mientras los dos hablaban se les acercó un hombre en la dirección del campamento, silbando con descuido, y el soldado le detuvo de inmediato. Era evidentemente un civil, alto, vestido con la rústica tela casera de amarillo grisáceo llamado «Nogal», que usaban los hombres durante los últimos días de la Confederación. Llevaba un sombrero que había sido alguna vez blanco, inclinado sobre la frente, y por debajo del sombrero se veía caer mechones de pelo disparejo que aparentemente no conocían ni las tijeras ni el peine. El rostro del hombre era bastante notable: frente ancha, nariz larga y mejillas delgadas; la boca era invisible debido a la tupida barba oscura que parecía tan descuidada como el cabello. Los ojos grandes tenían esa firmeza y fijeza de atención que tan frecuentemente revelan una inteligencia apreciativa y una fuerza de voluntad que no es fácil desviar de sus propósitos. Por lo menos así dicen los fisonomistas 'que tienen esa clase de ojos. En resumen, este era un hombre a quien uno probablemente no podría observar sin ser observado al mismo tiempo por él. Llevaba un bastón cortado en el bosque y sus viejas botas de cuero de vaca estaban blancas de polvo.

—Muéstreme su pase —dijo el soldado federal, quizás un poco más imperiosamente que lo que habría creído necesario si no fuera por la mirada de su comandante, quien observaba desde la vera del camino, cruzado de brazos.

—Pensé que me reconocería, general —dijo el caminante tranquilamente mientras sacaba el papel del bolsillo de su chaqueta. Había algo en su tono de voz, quizás una leve nota de ironía, que hizo aquella acción menos agradable de lo que es generalmente—. Supongo que tienen que ser bastante cuidadosos —agregó, con un tono más conciliador, como disculpándose por haber sido detenido.

Después de leer el pase, con su rifle apoyado en el suelo, el soldado devolvió el documento sin decir palabra, echó el arma al hombro y regresó hacia donde estaba su comandante. El civil siguió por el medio de la carretera y cuando hubo penetrado el terreno confederado se puso a silbar otra vez, perdiéndose muy pronto de vista en un ángulo del camino que en ese lugar se internaba en un bosquecito. Repentinamente el oficial descruzó los brazos, sacó el revólver del cinto y se lanzó a la disparada en la misma dirección, dejando al centinela absolutamente estupefacto.

 

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