III

Como en un tiempo dichoso

fui al campo por la mañana,

que estaba hermosa y risueña,

que fresca y galana estaba;

fuime al romper de la aurora,

cuando tocaban al alba,

cuando aún los hombres dormían

y los jilgueros cantaban,

saltando de rosa en rosa,

volando de rama en rama.

Con su murmurio apacible,

solita la fuente estaba,

bajo el castaño frondoso

que tiernamente la guarda.

Y estaba la verde yerba

toda cubierta de escarcha.

Las tenues lejanas nieblas,

cual vaporosos fantasmas,

vagaban tristes y errantes

sobre las altas montañas.

El lejano campanario

sobre las nieblas se alzaba,

con sus graciosos festones,

con su armoniosa campana.

Y en torno al humilde templo,

bajo su sombra guardadas,

veíanse humildes chozas,

aun más que la nieve blancas.

¡Cuánta pureza en la atmósfera!

¡Cuánta dulcísima calma,

del cielo azul descendiendo,

en torno se respiraba!

Mas yo vestida de luto

y aun más enlutada el alma,

bajo las ramas del bosque

bajo las ramas paseaba,

soñando en sueños de muerte

que nos rasgan las entrañas.

Paseaba yo silenciosa,

paseaba yo solitaria,

mientras las aguas del río

camino del mar rodaban.

En vano, en vano buscando

al ángel de mi esperanza

que con sus alas ligeras,

hacia los cielos tornara.

¡Pobre ángel! pobre ángel mío...

¡Cuánto en la tierra te amaba!

¡Mas cómo no amarte cuando

tus alas me cobijaban,

si fueron ellas mi cuna,

la cuna en que me arrullabas.

Si fueron mi dulce aliento

y el paño, ay, Dios, de mis lágrimas!

Hora corren hilo a hilo.

Hora mis mejillas bañan,

bañan la tierra que piso

y en su amargura me empapan,

mas nadie viene, ángel mío,

¡ay!, nadie viene a enjugarlas.

Ya el sol bañaba las cumbres

de las risueñas montañas,

ya disiparan las nieblas,

las brisas de la mañana;

ya despertaran los hombres,

ya no tocaban al alba,

cuando torné de los campos,

paso tras paso a mi casa.

Dejárala silenciosa

cuando salí a la mañana,

y silenciosa a mi vuelta,

más que las tumbas estaba.

En la solitaria puerta

no hay nadie... ¡nadie me aguarda!

ni el menor paso se siente

en las desiertas estancias.

Mas hay un lugar vacío

tras la cerrada ventana,

y un enlutado vestido

que cual desgajada rama

pende en la muda pared

cubierto de blancas gasas.

No está mi casa desierta,

no está desierta mi estancia...

Madre mía... madre mía,

¡ay!, la que yo tanto amaba,

que aunque no estás a mi lado

y aunque tu voz no me llama,

tu sombra sí, sí... tu sombra,

¡tu sombra siempre me aguarda!

Muchos lloran y lloran y se quejan,

y entre quejas y llantos y suspiros,

que hijos son del dolor,

la ruda fuerza del dolor mitigan,

cantando al son de lira cariñosa

con plañidera voz.

Yo ni lloro, ni canto, ni me quejo,

mas en mi seno recogida guardo

la hiel del corazón;

y por eso, vivir, vivo muriendo,

que sentir nadie sin morir pudiera,

¡ay, lo que siento yo!

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