Nunca permita Dios que yo te olvide,
mi santa, mi amorosa compañera:
¡Nunca permita Dios que yo te olvide
aunque por tanto recordarte muera!
Venga hacia mí tu imagen tan amada
y hábleme al alma en su lenguaje mudo
ya en la serena noche y reposada,
ya en la que es parto del invierno crudo.
Y que en tu aislado apartamiento fiero,
tan ajeno del hombre y su locura,
velen, mi llanto y mi dolor primero,
al lado de tu humilde sepultura.