VIII

Nunca permita Dios que yo te olvide,

mi santa, mi amorosa compañera:

¡Nunca permita Dios que yo te olvide

aunque por tanto recordarte muera!

Venga hacia mí tu imagen tan amada

y hábleme al alma en su lenguaje mudo

ya en la serena noche y reposada,

ya en la que es parto del invierno crudo.

Y que en tu aislado apartamiento fiero,

tan ajeno del hombre y su locura,

velen, mi llanto y mi dolor primero,

al lado de tu humilde sepultura.