I

Recuerdos hay en la trabajosa existencia del hombre, que son para él, como dia primaveral en medio del invierno, ó rayo de luna, cuando en oscura noche del estío rompe por entre las nubes iluminando de repente las hojas inmóviles de los árboles y el arroyo que pasa murmurando entre la sombra. En el número de los que no vacilamos en llamar dichosos, creemos pueden ocupar un lugar preferente cuantos se refieren á ciertas fiestas religiosas del año; fiestas en las que nuestras madres, de nosotros enamoradas, nos vestian y adornaban con las galas más hermosas, miéntras nos llenaban de apasionados besos, en las que el padrino ó la madrina nos regalaba frutas y confites, ó el juguete que por largo tiempo habíamos deseado en vano, y en las que, en fin, no teníamos que ir á la escuela; cuotidiana obligacion que pesa tan duramente sobre los pobres niños, — cuyo único anhelo es respirar el aire libre á toda hora, sin estorbos, ni trabas, —como más tarde, otras más abrumadoras, pesan sobre los que, para librar la gran batalla de las pasiones, quizá por desdicha suya, lograron entre risas y llantos llegar á ser hombres.

Con muy diverso colorido y de una manera más indeleble, que en los que nacen y viven en las grandes poblaciones, suelen grabarse tales recuerdos, en cuantos vieron la luz y se criaron en alguna mediana ciudad de provincias, de esas en donde las torres de gótico ó románica catedral con sus altas agujas, indican desde muy léjos al forastero que las visita el punto en donde sobre los edificios que la rodean se levanta severa y majestuosa la casa de Dios, y en la cual las campanas lanzan al viento sus vibraciones, ya recordándonos que los hombres nacen y mueren, ya que tras de esa muerte hay otra vida mejor, en donde podremos consolarnos de las irreparables pérdidas que en la presente á cada paso sufrimos. Las pérdidas de la juventud, de la salud, de la felicidad y la fortuna, que van sucediéndose en la existencia y pasando á prisa como las cuentas de un rosario por entre los dedos de una vieja rezadora; las del padre, el esposo, el hijo é el hermano queridos, que á la larga, y si no rompemos delante de ellos la marcha hácia la eternidad, concluyen por dejarnos en el mundo completamente solos.

Magnífico, espléndido en detalles, lleno de sol, de alegría, de flores y de perfumes, que en alas de invisibles ángeles parecen subir y bajar del cielo á la tierra y de la tierra al cielo, es el dia de Corpus-Christi, dia que gracias á la pompa y solemnidad con que lo celebra la Iglesia, le veneran los hombres y le ilumina la luz, brinda con inocentes y puros regocijos áun á las almas más lastimadas ó endurecidas, y anima con sana alegría los más viejos y contristados corazones. Pero el Domingo de Ramos, consagrado á recordar uno de los sucesos más transcendentales de la Pasion de Cristo, tiene asimismo un encanto particular que diríamos fresco y exuberante como un brote de oloroso mirto, y que entraña algo como esperanzas ciertas de remotos pero seguros triunfos, á los míseros pecadores prometidos, por el que montado en humildísimo jumento, entró un dia rodeado de palmas y aclamado por las multitudes en la orgullosa Jerusalen.

La duda, inseparable compañera de los espíritus cavilosos y atormentados por inmortales deseos, que jamás podrán ser en la tierra satisfechos, la impiedad que hace presa en ánimos sin duda más osados é inquietos que serenos y reflexivos; el fanatismo que toma asiento en cerebros enfermos, haciéndoles ver todo bajo la amenaza de eternos tormentos y al resplandor de sangrientas hogueras, parece como que ese dia dan tregua á sus insidiosas inspiraciones, y se esconden temerosos en los antros en donde fueron creados, dejando que todos vayan con la sonrisa en el labio y cierta paz relativa en la conciencia á cobijarse bajo los ramos de palma, de oliva y laurel, que manos juveniles llevan al templo para que sean allí solemnemente bendecidos.

Al ver aquellos movibles bosques que invaden plazas y calles; aquellas alegres muchedumbres que van y vienen con la animacion propia del que marcha en busca de lo que encontrar espera y desea, las gentes piadosas llegan á imaginarse si el Redentor del mundo, si el divino Salvador, no irá á aparecer, de nuevo en la tierra tal cual se apareció á los hijos venturosos de la Judea, y sienten llenarse de júbilo sus entrañas. No hay, por lo ménos, quien no se deje arrastrar por aquellas oleadas de campesinos que de las aldeas y comarcas vecinas acuden en masa á la ciudad, llevando en su mayor parte, animado el rostro por cierto espíritu de fe que presta carácter y perfecto colorido á aquellos hermosos cuadros, que, á semejanza de los que la naturaleza presenta en cada estacíon del año, nunca dejan de ser nuevos, pese á su vejez, ni agradables por más que sean eternamente repetidos.

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