III

Pocas palmas se ven ese dia en nuestros templos, elevándose como dorado penacho sobre la masa oscura de aquellas apiñadas copas de olivos y laureles, porque, escasean en esta tierra del castaño y el roble, y las pocas que existen son comunmente respetadas, como desamparadas extranjeras á las cuales hay que rodear de cuidados, para hacerles más llevadera la ausencia de la patria.

Templadisimo y suave como pocos es el clima de nuestras riberas; pero el árbol que brota y crece pujante entre las arenas del desierto, no es, en verdad, de naturaleza mimosa, sino ardiente; no siente sed de refrigerantes lluvias, ni anhela el soplo de templada brisa, sino que tiene hambre de abrasados besos y sueña con ráfagas encendidas que la hagan cimbrarse y doblar la alta cerviz hasta tocar el polvo, y barrer con sus ramas la caldeada arena de las llanuras. Por eso medra lentamente entre la frescura deliciosa y perenne de nuestras praderas; diríase siempre abatida y triste cual si en los lemas árboles que la rodean no viese compañeros, sino desconocidos; no amigos, sino rivales, aunque quizá ménos gentiles que ella, de mayor verdor y frondosidad los unos, incapaces los otros de enamorarse de su oriental hermosura. Hé ahí por qué al contemplar las dos pobres desterradas que al pié de nuestras ventanas pugnan y se esfuerzan en vano por elevarse en el espacio en busca de un calor que aquí no pueden hallar, viénennos á la memoria á cada paso los hermosos versos de Heine, y pensamos si no será verdad que las plantas, como los hombres, pueden ser presa de mortales nostalgias…

Esta mañana, las copas ya medio calvas de las melancólicas extranjeras poco ménos que acabaron de desaparecer bajo la cortante y despiadada podadera del jardinero y sin que al pronto pudiésemos comprender por qué así se las despojaba de los restos de su belleza que á duras penas podian conservar, nos dijimos que para vivir tan solas y míseras, léjos del país nativo, en verdad les valla más perecer. Pronto nos acordamos, sin embargo, de que cada Cuaresma sufrian las desventuradas el mismo martirio, volviendo, á pesar de esto, aunque con penuria y trabajo extremos, á retoñar de nuevo. Verdadero milagro, debido sin duda á que las galas de que inhumanamente se las despoja cuando tan pocas les quedan, sirven para conservar en una de las comarcas de nuestro país una costumbre tan piadosa como delicada y poética, y á que las muchachas de Vedra y Ponte Vea deben pedir forzosamente al Cielo que conserve la existencia de los extranjeros árboles que todos los años les proporcionan el placer de ser obsequiadas por sus apasionados cuanto galantes novios. Si aquellas hijas del Africa se marchitasen, víctimas de la melancolia, ¿cómo lucirian las jóvenes de la vecina comarca el verde ramo de palma, símbolo de pureza y virginidad, que aquél que las enamora está obligado á regalarles el Domingo de Ramos?

Mozos en extremo fieles á las tradiciones y costumbres de su país, y por demas obsequiosos y rendidos con la mujer que aman, pueden decirse en verdad los hijos de Ponte Vea y Vedra, ya que para cumplir un deber de galantería, no vacilan en andar algunas leguas y en hacer desembolsos superiores á su escasa fortuna, sólo por buscar y obtener á cualquier precio, aquí en donde tanto escasean, el verde ramo de palma que han de llevarle á la preferida de su corazon. Verdad es que ellas saben agradecer el amoroso presente en lo que vale, y pagarlo con las más dulces y cariñosas sonrisas, ya que aparecer en la iglesia Domingo de Ramos sin aquel símbolo de castidad, siendo soltera y jóven, tiénese por una decepcion tristísima y una humillacion capaz de amargar, á la que tal desgracia sucede, el resto de los dias del año, por esto solo contado ya entre uno de los más infaustos de su existencia.

Únicamente aquellas á quienes por alguna falta, de todos por su desventura conocida, les está prohibido (lo mismo que á las casadas) significar de tal manera su pureza y doncellez, ó las que, tan pobres y olvidadas viven ¡en donde quiera hay alguna! que no tienen quien se acuerde de rendirles el amoroso obsequio, aparecen sin ramo de palma en la iglesia en fiesta tan solemne. La que en vez de palma, le lleva de olivo, se oculta cuanto puede en la sombra; procura confundirse entre viejas, casadas y pecadoras áun cuando ella no lo sea, é inclinando sobre el contristado rostro ya el pañuelo de colores, ya la negra mantilla, permanece meditabunda, como la Margarita del Fausto, entre sus compañeras, porque la vergüenza la tiene sobrecogida, y hállase tan tímida y desairada, como si en concurrida romería fuese ella la única á quien ninguno hubiese invitado á bailar.

El verde ramo de palma (pues seco no sirve para el caso), despues de bendecido es colocado á la cabecera del lecho virginal, siendo como salvaguardia de la honra y castidad de la jóven doncella que le posee, símbolo de constancia y de fe, amoroso recuerdo que la santidad del templo hizo casi sagrado, y defensa contra el rayo y malignos espíritus, incitadores de torpes pensamientos.

Cuando el amante que hizo á su novia el obsequio de costumbre, se cree por ella vendido, encendido en ira y respirando venganza, ó lleno de pesar, penetra furtivamente en la habitacion de la que juzga falsa y perjura, arrebátale el ramo que hasta entónces fuera como santo lazo que unia sus corazones, y todo acaba entre los dos: parece querer decirle de esa manera — que caigan ahora sobre tí todos los males de que esta bendita palma tenia que preservarte!

Y en efecto: aquel lecho al cual ningun tornadizo espíritu debia osar acercarse, ni áun desde léjos, merced á la rama salvadora, parece desde entónces altar sin imágenes ó nido á quien recia tempestad dejó desamparado sobre una rama escueta.

¡Con qué dulce placer ó agradable melancolía no deben acordarse las hijas de esa comarca gallega, cuando el tiempo llega á encanecer sus cabellos, de aquella santa fiesta en la que todavía les era dado ostentar en sus juveniles manos la palma de las vírgenes, promesa al mismo tiempo de otros ópimos frutos, por los cuales sus corazones, al cabo femeninos, tan ansiosos suspiraban!

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