En mi pequeño huerto
brilla la sonrosada margarita,
tan fecunda y humilde,
como agreste y sencilla.
Ella borda primores en el césped,
y finge maravillas
entre el fresco verdor de las praderas
do proyectan sus sombras las encinas,
y a orillas de la fuente y del arroyo
que recorre en silencio las umbrías.
Y aun cuando el pie la huella, ella revive
y vuelve a levantarse siempre limpia,
a semejanza de las almas blancas
que en vano quiere ennegrecer la envidia.