Los que a través de sus lágrimas,
sin esfuerzo ni violencia,
abren paso en el alma afligida
al nuevo placer que llega;
los que tras de las fatigas
de una existencia azarosa,
al dar término al rudo combate
cogen larga cosecha de gloria;
y, en fin, todos los dichosos,
cuyo reino es de este mundo,
y dudando o creyendo en el otro
de la tierra se llevan los frutos;
¡con qué tedio oyen el grito
del que en vano ha querido y no pudo
arrojar de sus hombros la carga
pesada del infortunio!
—Cada cual en silencio devore
sus penas y sus afanes
—dicen—, que es de animosos y fuertes
el callar, y es la queja cobarde.
No el lúgubre vaticinio
que el espíritu turba y sorprende,
ni el inútil y eterno lamento
importuno en los aires resuene.
¡Poeta!, en fáciles versos,
y con estro que alienta los ánimos,
ven a hablarnos de esperanzas,
pero no de desengaños.