[I]

Los que a través de sus lágrimas,

sin esfuerzo ni violencia,

abren paso en el alma afligida

al nuevo placer que llega;

los que tras de las fatigas

de una existencia azarosa,

al dar término al rudo combate

cogen larga cosecha de gloria;

y, en fin, todos los dichosos,

cuyo reino es de este mundo,

y dudando o creyendo en el otro

de la tierra se llevan los frutos;

¡con qué tedio oyen el grito

del que en vano ha querido y no pudo

arrojar de sus hombros la carga

pesada del infortunio!

—Cada cual en silencio devore

sus penas y sus afanes

—dicen—, que es de animosos y fuertes

el callar, y es la queja cobarde.

No el lúgubre vaticinio

que el espíritu turba y sorprende,

ni el inútil y eterno lamento

importuno en los aires resuene.

¡Poeta!, en fáciles versos,

y con estro que alienta los ánimos,

ven a hablarnos de esperanzas,

pero no de desengaños.