[II]

¡Atrás, pues, mi dolor vano con sus acerbos gemidos

que en la inmensidad se pierden, como los sordos bramidos

del mar en las soledades que el líquido amargo llena!

¡Atrás!, y que el denso velo de los inútiles lutos,

rasgándose, libre paso deje al triunfo de los Brutos,

que asesinados los Césares, ya ni dan premio ni pena...

Pordiosero vergonzante que en cada rincón desierto

tendiendo la enjuta mano detiene su paso incierto

para entonar la salmodia que nadie escucha ni entiende,

me pareces, dolor mío, de quien reniego en buen hora.

¡Huye, pues, del alma enferma! Y tú, nueva y blanca aurora,

toda de promesas harta, sobre mí tus rayos tiende.

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