LXVI

Brillaban en la altura cual moribundas chispas,

las pálidas estrellas,

y abajo... muy abajo, en la callada selva,

sentíanse en las hojas próximas a secarse,

y en las marchitas hierbas,

algo como estallidos de arterias que se rompen

y huesos que se quiebran.

¡Qué cosas tan extrañas finge una mente enferma!

Tan honda era la noche,

la oscuridad tan densa,

que ciega la pupila

si se fijaba en ella,

creía ver brillando entre la espesa sombra

como en la inmensa altura las pálidas estrellas.

¡Qué cosas tan extrañas se ven en las tinieblas!

En su ilusión, creyóse por el vacío envuelto,

y en él queriendo hundirse

y girar con los astros por el celeste piélago,

fue a estrellarse en las rocas, que la noche ocultaba

bajo su manto espeso.