LXXXII

En la altura los cuervos graznaban,

los deudos gemían en torno del muerto,

y las ondas airadas mezclaban

sus bramidos al triste concierto.

Algo había de irónico y rudo

en los ecos de tal sinfonía;

algo negro, fantástico y mudo

que del alma las cuerdas hería.

Bien pronto cesaron los fúnebres cantos,

esparcióse la turba curiosa,

acabaron gemidos y llantos

y dejaron al muerto en su fosa.

Tan sólo a lo lejos, rasgando la bruma,

del negro estandarte las orlas flotaron,

como flota en el aire la pluma

que al ave nocturna los vientos robaron.