LXXXI. Las campanas

Yo las amo, yo las oigo

cual oigo el rumor del viento,

el murmurar de la fuente

o el balido del cordero.

Como los pájaros, ellas,

tan pronto asoma en los cielos

el primer rayo del alba,

le saludan con sus ecos.

Y en sus notas, que van repitiéndose

por los llanos y los cerros,

hay algo de candoroso,

de apacible y de halagüeño.

Si por siempre enmudecieran,

¡qué tristeza en el aire y el cielo!,

¡qué silencio en las iglesias!,

¡qué extrañeza entre los muertos!