[III]

La culpada calló, mas habló el crimen...

Murió el anciano, y ella, la insensata,

siguió quemando incienso en su locura,

de la torpeza ante las negras aras,

hasta rodar en el profundo abismo,

fiel a su mal, de su dolor esclava.

¡Ah! Cuando amaba el bien, ¿cómo así pudo

hacer traición a su virtud sin mancha,

malgastar las riquezas de su espíritu,

vender su cuerpo, condenar su alma?

Es que en medio del vaso corrompido

donde su sed ardiente se apagaba,

de un amor inmortal los leves átomos,

sin mancharse, en la atmósfera flotaban.